(Un viaje por todo lo que el Principado ha aportado al progreso humano)
A veces uno se pregunta qué papel ha jugado realmente Asturias en la historia.
Esa tierra verde, montañosa y orgullosa, que parece pequeña en los mapas pero inmensa en carácter, ha dado al mundo más de lo que a menudo se recuerda.
De hecho, si hiciéramos el ejercicio de imaginar cómo sería la historia sin los asturianos, descubriríamos que el planeta sería un lugar mucho más gris, menos justo, menos sabroso y —en muchos sentidos— mucho menos inteligente.
Este es un recorrido por todo lo que ha cambiado el rumbo del mundo gracias a nombres y gestos nacidos entre el Cantábrico y las montañas. Desde la ciencia y la literatura hasta el mar, el trabajo y la cocina: una colección de huellas asturianas que, juntas, explican por qué Asturias no solo forma parte de la historia, sino que muchas veces la ha empujado hacia adelante.
Sin asturianos en los laboratorios: menos Nobel, menos ADN y más colesterol
Primera parada: un hospital del siglo XXI. Todo parece normal… hasta que falta lo esencial.
Sin Severo Ochoa
En este mundo alternativo Severo Ochoa nunca nació en Luarca.
Nadie explicó cómo se sintetizan el ARN y el ADN, así que la genética moderna va con retraso: diagnósticos imprecisos, terapias tardías, una biología sin brújula.
El Nobel de 1959 se lo llevó otro, y la medicina camina una década por detrás.
Sin aquel chaval de Luarca, los laboratorios serían más lentos y las enfermedades más pacientes.
Sin Margarita Salas
En el hueco donde debería estar su foto hay un clavo oxidado.
Margarita Salas, nacida en Canero, no descubrió la enzima phi29 que revolucionó la biotecnología.
No hay ADN amplificado en horas, ni medicina forense moderna, ni la patente que mantuvo a flote al CSIC.
El CSI se cancela tras la segunda temporada. Los crímenes, sin asturianos, son imposibles de resolver.
Sin Grande Covián
Y ya que estamos, quitemos de la ecuación a Francisco Grande Covián, de Colunga.
Sin él, la humanidad sigue pensando que las grasas son benditas y el colesterol, una invención de farmacéuticos aburridos.
No hay dieta mediterránea, no hay cultura del cuidado, y el planeta acaba obeso pero feliz.
Sin Jovellanos: una España más torpe, más lenta y menos ilustrada
El ángel te lleva al siglo XVIII.
Donde debería estar Gaspar Melchor de Jovellanos, no hay nadie.
En esta versión, España sigue rumiando mayorazgos, diezmos y molinos de viento.
Jovellanos nunca escribió su Informe sobre la Ley Agraria, ni defendió la educación pública, ni soñó con modernizar el país.
Sin él, la Ilustración española es un fuego fatuo, un intento sin cabeza ni corazón.
Sin Jovellanos, España llega al siglo XIX con las luces apagadas.
Sin Clarín: menos crítica y más hipocresía
En la biblioteca del XIX no está La Regenta.
Leopoldo Alas “Clarín”, nacido en Zamora pero ovetense hasta la médula, nunca existió.
Nadie escribió aquella radiografía de Vetusta que desnudó la hipocresía, el caciquismo y la doble moral del país.
La literatura española pierde su espejo más incómodo.
Y, sin ese espejo, los vicios sociales se maquillan mejor.
Sin mineros asturianos: menos dignidad, menos derechos
Saltamos al siglo XX.
No hay 1934, no hay huelgona del 62, no hay himnos cantados en los pozos.
Sin Asturias, la Revolución de Octubre no estalla; el ejemplo obrero no inspira a nadie; la palabra “solidaridad” no retumba más allá del monte Naranco.
Décadas después, sin la huelga minera de 1962, el franquismo resiste más, el mundo no se entera del descontento español y las libertades llegan con más retraso.
Sin los mineros asturianos, los derechos laborales aún estarían esperando turno.
Sin inventores asturianos: ni videoportero, ni destructor, ni orgullo
Sin Luis Menéndez Lavandera
El inventor de Villaviciosa no diseñó el videoportero.
Sigues bajando a abrir la puerta cuando oyes voces, sin saber si es el mensajero o tu ex con drama.
Sin Fernando Villaamil
El marino de Serantes no concibió el primer destructor moderno del mundo.
La historia naval la escriben otros países y España pierde su única página de innovación militar con clase.
Y entonces el ángel sonríe:
“Hasta cuando íbamos con siglos de retraso, siempre aparecía un asturiano para adelantar una década.”
Sin Pedro Menéndez de Avilés: América sin San Agustín y un océano sin capitán
La escena cambia. Suena el mar.
De golpe, desaparece San Agustín de la Florida, fundada en 1565: la primera ciudad europea permanente en Estados Unidos, 42 años antes de Jamestown y 55 antes de los peregrinos del Mayflower.
Sin el marino avilesino, la presencia española en Norteamérica se desdibuja. No hay puerto seguro, no hay guarnición, no hay legado.
Las costas atlánticas son territorio francés o inglés.
El mapa político de América se reescribe, el español se oye menos y el francés mucho más.
Además, Menéndez fue un adelantado en todos los sentidos: navegante genial, estratega audaz, fundador y pionero que demostró que el norte también podía soñar con el mar.
Sin Pedro Menéndez, la historia atlántica de España sería más corta y la bandera asturiana nunca habría ondeado frente al Nuevo Mundo.
Y el ángel añade, con media sonrisa:
“¿Sabes qué? Los de Avilés no cruzan mares: los inauguran.”
Sin Alonso: menos ruido de motores, menos autoestima sobre ruedas
Nos vamos a 2005. En la tele, la Fórmula 1 apenas interesa.
En este mundo, Fernando Alonso nunca nació en Oviedo.
Nadie se sube al podio con bandera española, nadie revoluciona la F1, nadie grita “¡Vamos, Nano!”.
Sin él, el automovilismo sigue siendo un deporte extranjero y los niños no piden karts por Reyes.
España tiene menos gasolina en las venas y menos orgullo en las curvas.
Quitas a Alonso y te quedas con el tráfico, pero sin velocidad.
Sin fabada ni sidra: la mesa española se queda sin alma
El ángel te lleva a un restaurante. Pides fabada. El camarero te contesta:
—¿Fabada? ¿Qué es eso?
En esta realidad paralela, nadie inventó esa bomba celestial de fabes, compango y placer absoluto.
Sin fabada, España pierde uno de sus sabores más reconocibles.
Y sin sidra asturiana, reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial, el país pierde una liturgia entera: escanciar, brindar y discutir si “te quedó corto el culín”.
Un mundo sin asturianos es un mundo sin fabada, sin sidra y sin ganas de repetir.
Y entonces, ¿qué pasa sin los asturianos?
El repaso es claro:
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Sin Severo Ochoa ni Margarita Salas, la biotecnología mundial llega tarde.
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Sin Grande Covián, seguiríamos comiendo manteca felizmente.
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Sin Jovellanos, España no habría entendido que progreso y cultura van de la mano.
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Sin Clarín, nadie habría retratado la hipocresía nacional.
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Sin los mineros, el movimiento obrero tendría la voz más débil.
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Sin Villaamil, el mar perdería un pionero.
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Sin Luis Menéndez, seguirías bajando a abrir.
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Sin Fernando Alonso, el país rugiría menos.
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Sin Pedro Menéndez de Avilés, América habría sido diferente.
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Y sin fabada ni sidra… mejor ni pensarlo.
Asturias no es solo una tierra hermosa: es una fábrica silenciosa de historia.
De sus montañas y sus pueblos salieron inventores, científicos, escritores, marinos, obreros y soñadores que dejaron huella en cada rincón del mundo.
Sin ellos, el planeta seguiría girando, sí, pero con menos luz, menos sabor y menos justicia.
Porque, al final, lo cierto es esto:
El mundo sería posible sin los asturianos… pero infinitamente peor.
