El Teatro Campoamor vivió este viernes una noche que quedará grabada en la historia de los Premios Princesa de Asturias y, seguramente, en la memoria de todo el país. Por primera vez desde que se instauraron los galardones hace 44 años, el Rey Felipe VI cedió oficialmente el protagonismo —y casi el testigo— a su hija, Leonor de Borbón, que firmó una de las intervenciones más sólidas, cercanas y comprometidas de su joven trayectoria pública.
La heredera al trono, de 19 años recién cumplidos, se presentó ante el auditorio del Campoamor no como una figura protocolaria, sino como una voz con discurso propio. Su intervención, la más larga hasta la fecha, fue una sucesión de cartas —una por cada premiado— en las que combinó humor generacional, ironía inteligente y un alegato vibrante a los valores democráticos y a la convivencia. “La convivencia no es fácil, pero es el único camino para lograr el progreso compartido”, proclamó con una seguridad que levantó una ovación cerrada del público y la mirada emocionada de sus padres.
Felipe VI, visiblemente conmovido, intervino después para confirmar lo que ya se había intuido desde el inicio del acto: la Princesa de Asturias comienza a asumir el mando de la ceremonia. “Me corresponde ir cediéndole ya este espacio, como heredera de la Corona y como presidenta de honor de la Fundación desde hace once años”, dijo con “emoción de padre y de Rey”. Su tono fue el de un relevo natural y meditado, reforzado por la promesa de seguir vinculado “presente o no” a los valores y a la misión de la Fundación.
El relevo generacional se produjo, además, en un escenario internacional de enorme simbolismo. Entre los premiados destacaron Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, que abogó por un “federalismo pragmático” para que Europa “no actúe por miedo al declive, sino por orgullo de sus valores”, y Byung-Chul Han, filósofo surcoreano afincado en Berlín, que advirtió de los peligros de una sociedad “autoexplotada” y “esclava del teléfono inteligente”. La conexión entre ambos discursos y el de la Princesa fue casi inevitable: todos hablaron, a su manera, de la necesidad de recuperar la confianza y el sentido común colectivo.
Leonor demostró también una agudeza notable en el trato personal con los galardonados. A Serena Williams, vestida de rojo pasión y recibida como una auténtica diva, le dedicó una frase que provocó sonrisas en todo el teatro: “Tienes razón cuando dices que sin Venus no habría habido Serena. Las hermanas cómplices son nuestras grandes compañeras de viaje”. El guiño a la Infanta Sofía, que la escuchaba desde el palco junto a los Reyes, fue inmediato y emotivo.
Al escritor Eduardo Mendoza, premiado en la categoría de Letras, le agradeció haberla hecho descubrir nuevas palabras “como fámula, enteco, masovero o chafarrinón”, bromeando con los apuros de los traductores. A Graciela Iturbide, Premio de las Artes, la alabó por “mirar el mundo a través del alma” y a Draghi, por “demostrar que Europa no se rinde”.
La Princesa alternó con soltura los momentos solemnes con otros de tono más humano. “Soy una Z, hija de una X y de un boomer”, reconoció entre risas, reivindicando el valor del esfuerzo y la educación en tiempos de inmediatez. Su discurso fue un recorrido por los temas que marcan su generación: la sostenibilidad, la empatía, la responsabilidad y el respeto a la diferencia.
El ambiente en el Campoamor fue de orgullo colectivo y emoción contenida. Las gaitas, el himno de “Asturias patria querida” y el aplauso final del público sellaron la escena de una nueva etapa: la de Leonor como figura central de los Premios y rostro visible de una monarquía rejuvenecida.
Felipe VI y la Reina Letizia la observaron en silencio, con una mezcla de emoción y satisfacción. En un gesto que muchos interpretaron como símbolo de su madurez, Leonor se llevó la mano al corazón al terminar su discurso. Fue su manera de decir que, más allá de los títulos, de los protocolos y de los discursos, su compromiso con España y con los valores de la convivencia es profundo y sincero.
La 45ª edición de los Premios Princesa de Asturias se cerró con esa imagen: una princesa que ya no sólo representa el futuro, sino que lo encarna con naturalidad y determinación. En la platea, el cineasta Alejandro González Iñárritu grababa con su móvil a la Real Banda de Gaitas, mientras el público, aún en pie, seguía aplaudiendo. Afuera, Oviedo entera vibraba. Dentro, una generación —y un país— entendían que el relevo ya está en marcha.
