Los jóvenes españoles han perdido la mitad de su patrimonio en dos décadas, mientras los mayores de 65 años lo han duplicado. Lo que separa a las generaciones no es la edad, sino la estructura económica: un mercado laboral precario y un sistema inmobiliario que premia al que ya tiene.
En la casa familiar de un barrio de Aluche conviven tres generaciones bajo el mismo techo. María, 33 años, trabaja en una empresa tecnológica por 1.400 euros al mes. Su pareja, arquitecto, gana algo más. Juntos no pueden pagar un alquiler de mercado en Madrid.
Sus padres, jubilados, viven tranquilos con una pensión combinada de 2.600 euros y una hipoteca liquidada hace años. En la misma vivienda donde criaron a sus hijos, ahora se amontonan tres vidas y una diferencia abismal: ellos acumulan patrimonio; sus hijos, incertidumbre.
Esa escena se repite a lo largo del país. No es una anécdota: es el reflejo de la mayor brecha generacional de riqueza en la historia reciente de España.
Dos décadas de distancia: la riqueza que se esfumó
Los datos del Banco de España lo dejan claro. En 2002, los españoles de entre 35 y 44 años tenían una riqueza media de 132.000 euros. Hoy, esa cifra se ha reducido a 75.700 euros.
Mientras tanto, los mayores de 65 años han pasado de 148.000 a 226.000 euros de patrimonio medio. En términos relativos, los jóvenes son casi dos veces más pobres que sus padres a la misma edad.
La proporción de jóvenes propietarios de vivienda ha caído en picado: del 71 % al 55 % entre los 30 y 44 años; del 48 % al 29 % entre los 16 y 29.
Y no es porque no lo intenten. Es porque el precio de la vivienda ha crecido un 41 % en la última década, mientras que los salarios apenas han subido un 7 %, y en términos reales —descontando la inflación— incluso han bajado.
La vivienda, el epicentro de la desigualdad
El mercado inmobiliario ha funcionado como una máquina de multiplicar patrimonio… pero solo para quienes ya estaban dentro.
Quien compró piso hace 20 años ha visto cómo su valor se disparaba. Quien intenta comprar hoy se enfrenta a precios imposibles, hipotecas inalcanzables y alquileres que devoran la mitad del sueldo.
En ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, el alquiler medio supera los 1.200 euros, lo que equivale al 45 % del salario neto medio de un menor de 30 años.
El acceso al crédito es cada vez más restrictivo: las entidades exigen ahorros del 20 % del precio del inmueble más los gastos de compraventa. Es decir, unos 50.000 euros iniciales que pocos jóvenes pueden reunir.
Mientras tanto, los propietarios mayores —con hipotecas ya pagadas y viviendas revalorizadas— ven crecer su riqueza sin moverse del sofá.
La consecuencia es que el patrimonio se concentra en quienes compraron antes de la burbuja o heredaron después de ella.
La precariedad como línea de frontera
La verdadera fractura no está entre jubilados y jóvenes, sino entre quienes tienen un empleo estable y quienes no.
En 2025, más del 43 % de los menores de 35 años tiene un contrato temporal o parcial.
El salario medio en esa franja de edad apenas supera los 1.200 euros netos, frente a los 1.700 del promedio nacional.
A esa inestabilidad laboral se suma el encarecimiento del coste de vida: alquiler, energía, alimentación y transporte absorben casi todo el ingreso disponible.
El resultado: no hay margen para ahorrar, ni mucho menos para invertir.
Y sin ahorro, no hay acumulación de riqueza. La brecha se perpetúa.
El mito del enfrentamiento generacional
En el debate público se ha instalado una falsa dicotomía: “jóvenes que culpan a los pensionistas” frente a “mayores que creen que los jóvenes no quieren esforzarse”.
Pero el problema no está en las pensiones. Está en la estructura económica que sostiene el país.
Las cifras lo demuestran: el gasto en pensiones en España ronda el 12 % del PIB, similar al de otros países europeos. Lo que distorsiona el equilibrio no es la protección a los mayores, sino la precariedad estructural de los nuevos trabajadores.
Los jóvenes cotizan más tarde, con sueldos más bajos y carreras laborales más interrumpidas, lo que amenaza su propia jubilación futura.
No es una guerra entre generaciones, sino entre modelos económicos.
El viejo modelo —basado en empleo estable, vivienda en propiedad y ahorro— se ha vuelto inalcanzable para una gran parte de los jóvenes.
La herencia como nuevo ascensor social
El Banco de España y varios estudios demográficos coinciden en que la próxima década será la del traspaso patrimonial más grande de la historia de España.
Los nacidos entre 1955 y 1970 —la generación del “baby boom”— dejarán tras de sí un patrimonio medio estimado de 250.000 euros por hogar.
Pero esa herencia no llegará a todos por igual.
Quien tenga padres con vivienda, heredará una base patrimonial sólida. Quien no, quedará fuera del ciclo de acumulación.
Así se dibuja una sociedad partida en dos: la España que hereda y la que alquila.
Una brecha que ya no se cierra
En 2002, los mayores de 65 años eran solo un 12 % más ricos que los menores de 35.
Hoy, los sextuplican.
Y la tendencia sigue creciendo: los activos inmobiliarios —que suponen el 80 % del patrimonio medio de los hogares españoles— continúan revalorizándose por encima de los salarios.
La desigualdad patrimonial en España tiene un coeficiente de Gini del 0,63, uno de los más altos de Europa. Eso significa que la riqueza está mucho más concentrada que la renta, y que los jóvenes, aunque trabajen, no pueden salir del círculo de la precariedad.
Un reflejo global, una urgencia nacional
España no está sola en esta tendencia.
En Australia, Canadá o Reino Unido, los jóvenes también viven con menor poder adquisitivo y mayor dificultad de acceso a la vivienda que sus padres.
Pero en el caso español, el problema se agrava por su dependencia estructural del ladrillo y un mercado laboral que castiga la juventud desde hace décadas.
La OCDE sitúa a España entre los países con mayor desigualdad intergeneracional de la riqueza, solo por detrás de Italia y Grecia.
La brecha no solo es económica: es emocional.
Se traduce en menos natalidad, menos emancipación y menos confianza en el futuro.
Un país a dos velocidades
En los próximos años, España se enfrenta a un dilema histórico.
O se reformula su modelo económico para facilitar el acceso a la vivienda y mejorar los salarios, o se consolidará una sociedad a dos velocidades: una que vive de su pasado, y otra que apenas puede construir su futuro.
Porque la brecha entre generaciones no es una guerra.
Es un espejo.
Y lo que refleja es la desigualdad de un país donde la riqueza ya no se gana trabajando, sino heredando.