Si el Nobel de la Paz es para Donald Trump, el Nobel firma su sentencia de muerte

Si el Nobel de la Paz es para Donald Trump, el Nobel firma su sentencia de muerte

Coincidencia o cálculo político: a apenas unas horas de que se anuncie el ganador del Premio Nobel de la Paz 2025, Donald Trump ha presentado su “plan definitivo” para pacificar Gaza. Hoy mismo, Israel, Hamás y Yihad Islámica han acordado un alto el fuego. El expresidente de Estados Unidos se ha apresurado a adjudicarse el mérito y a presentarlo como la primera fase de su propuesta de paz.
El problema es que la paz, como tantas veces, podría ser solo un decorado.

Una puesta en escena milimétrica

El anuncio del alto el fuego entre Israel y Hamás llega exactamente diez días después de que Donald Trump presentara su plan.
Una “coincidencia” demasiado perfecta.
La tregua incluye intercambio de rehenes, retirada parcial israelí y compromisos vagos sobre la reconstrucción de Gaza. Nada que no se haya leído antes. El plan no introduce novedades sustanciales respecto a otros intentos de paz —ni en estructura, ni en contenido—, pero sí en la escenografía: esta vez el protagonista es él, Trump, a las puertas del Nobel.

Y eso no es casualidad. Lleva meses diciendo que merece el Premio Nobel de la Paz, y según fuentes diplomáticas noruegas, su entorno lleva días presionando discretamente al Comité del Nobel para que el galardón de 2025 recaiga sobre su figura.
El movimiento de hoy —el alto el fuego— podría ser el golpe de efecto que su equipo buscaba.

Los tiempos del Nobel no cuadran… pero la foto sí

Aquí viene la parte que desmonta el relato trumpista:
El Comité Nobel ya tomó su decisión a principios de esta semana. Es decir, el alto el fuego no ha influido en absoluto en la deliberación del premio de este año.
Aun así, la jugada es redonda en términos mediáticos: Trump aparece en la portada del mundo como el “pacificador” justo cuando el planeta entero habla del Nobel.

No importa si el mérito es suyo o no. Lo importante es que lo parezca.

Y eso, en política, siempre ha sido su especialidad.

Los argumentos a favor (los pocos que hay)

  1. Ha logrado un primer alto el fuego tras dos años de guerra y decenas de miles de muertos. Eso, sin duda, salva vidas.

  2. Su equipo diplomático ha mantenido contacto con Israel, Egipto, Qatar y Turquía al mismo tiempo, algo que no lograron ni la ONU ni la Unión Europea.

  3. El Nobel ha premiado antes procesos incompletos: Kissinger, Arafat, Rabin, Peres, incluso Obama, que lo recibió por su “esperanza”. Siguiendo esa lógica, Trump podría “encajar” como iniciador de un proceso.

Pero hay una diferencia abismal: en todos esos casos, el proceso ya estaba en marcha. Lo de Trump es apenas una escenificación, una maniobra política en vísperas de su campaña presidencial.

Y los argumentos en contra (los que pesan de verdad)

1. No hay paz, hay pausa.
Un alto el fuego es solo una interrupción de la violencia. No hay acuerdo de fondo, ni garantías de desarme, ni un plan verificable de reconstrucción. Hablar de “plan de paz” es, de momento, una exageración propagandística.

2. El Nobel no premia campañas, sino convicciones.
El Comité Nobel de Noruega detesta las presiones públicas. Trump ha hecho justo lo contrario: una campaña abierta, mediática, egocéntrica y calculada.
Premiar eso sería convertir el Nobel en un reality show.

3. Su historial contradice el espíritu del premio.
Este es el punto más incómodo.
Trump ha fomentado el odio racial, ha deportado familias enteras, ha separado padres e hijos en la frontera, ha impuesto aranceles que han desatado guerras comerciales y ha recortado la ayuda internacional a los más vulnerables.
Premiar a quien encarna la confrontación sería traicionar la esencia del Nobel.

4. El riesgo del blanqueo instantáneo.
Un Nobel para Trump significaría lavar su imagen con el jabón de la paz. Sería un premio al marketing político, no a la mediación.
Y el mundo —de Oslo a Gaza— lo vería como lo que es: una pantomima.

La tentación del espectáculo

Donald Trump no inventó el uso del espectáculo en la política, pero sí lo perfeccionó.
Sus negociaciones siempre acaban en titulares, nunca en tratados. Su “arte del acuerdo” no está en cerrar pactos, sino en vender la ilusión de que los ha cerrado.
Y su plan para Gaza no parece una excepción: frases vagas, compromisos elásticos y una foto perfectamente coreografiada.
No hay que ser cínico, basta con ser periodista para entender el patrón.

Si de verdad busca la paz, que empiece por asumir su responsabilidad en los incendios que él mismo provocó.

El Nobel, ante un dilema existencial

Si mañana el Comité Nobel decidiera premiar a Trump, el golpe simbólico sería monumental.
El Nobel de la Paz, que nació para reconocer a quienes reducen el sufrimiento humano y promueven la cooperación internacional, se vería convertido en un instrumento de validación política.
Perdería su autoridad moral, su independencia, y su sentido.
Sería el final de una época en la que el Nobel significaba algo más que una medalla: representaba una idea de humanidad.

Y esa idea, precisamente, es la que Trump lleva años erosionando.

La conclusión: el premio o la dignidad

Que nadie se engañe: un Nobel para Donald Trump no sería una victoria de la paz, sino una derrota de la credibilidad.
Premiar a quien divide, deporta y amenaza sería admitir que la paz es una cuestión de titulares y no de conciencia.
El Comité Nobel aún tiene tiempo para elegir: o el brillo de un showman o la dignidad de su propia historia.

Porque si este año el Nobel de la Paz acaba en las manos de Donald Trump, el Nobel habrá firmado su propia sentencia de muerte.
En letras doradas, eso sí. Pero en una lápida.

Dejar un comentario

captcha