Ya están aquí: el futuro que Sam Altman anunció camina entre nosotros

Ya están aquí: el futuro que Sam Altman anunció camina entre nosotros

El futuro ya no es una promesa escrita en códigos binarios ni una escena de Blade Runner. Es una realidad tangible, metálica y programable. Y cuesta menos que un coche usado.

Hace apenas unas semanas, la cadena Walmart empezó a vender el robot humanoide G1, fabricado por la empresa china Unitree Robotics. Un artefacto de 1,27 metros y 35 kilos que combina inteligencia artificial, sensores 3D, cámaras de profundidad y la capacidad de imitar movimientos humanos con una precisión desconcertante.
Su precio: 21.000 dólares, con envío gratuito. En la página oficial del fabricante, aún más barato: 16.000 dólares.

Por primera vez, cualquiera con ahorros moderados puede tener en casa una criatura que camina, observa, aprende y responde. El G1 no es un juguete: abre puertas, sostiene objetos, saluda, imita. Y lo más inquietante: aprende por observación. Mira lo que haces… y lo hace igual.

El aviso de Sam Altman

El CEO de OpenAI, Sam Altman, lo dijo con la serenidad de quien ve venir una ola imparable:

“En tres años, las calles del mundo occidental estarán llenas de robots.”

No era una metáfora. Altman se refería a máquinas como el G1, a humanoides capaces de moverse entre nosotros, de trabajar, de comunicarse, de convertirse en parte del paisaje urbano.

Esa profecía ya ha comenzado a cumplirse. Mientras la mayoría seguimos pensando en el futuro como algo que vendrá, el futuro ha decidido llegar sin avisar.

De los laboratorios al salón de tu casa

Hasta hace poco, los robots humanoides eran patrimonio de laboratorios secretos, de ferias tecnológicas o de vídeos virales que despertaban más risa que respeto.
Pero el lanzamiento del G1 marca un punto de no retorno: la robotización del consumo doméstico.

En los próximos años veremos lo que Altman llamó “el momento de los humanoides”: máquinas integradas en la vida cotidiana, caminando por las calles, ayudando a personas mayores, transportando paquetes o sirviendo cafés.
El primer paso ya se ha dado. Y no lo ha dado una empresa de defensa ni un gobierno, sino un supermercado.

Walmart —el símbolo por excelencia del consumo masivo— ha convertido el robot humanoide en un producto de estantería.

Un nuevo habitante entre nosotros

El G1 puede reconocer rostros, sostener una conversación sencilla y adaptar su tono de voz. Su equilibrio es asombroso: puede correr, girar, mantener la postura en terrenos irregulares y responder con rapidez a estímulos visuales.

Su cerebro digital se actualiza a diario, alimentado por una inteligencia artificial que crece, que mejora, que se adapta.
Sus sensores LiDAR le permiten tener una visión de 360 grados. Observa. Calcula. Decide.

De momento, trabaja en entornos controlados, pero nadie puede garantizar que dentro de poco no veamos a estos humanoides limpiando aeropuertos, descargando camiones o patrullando centros comerciales.
Si el teléfono inteligente cambió nuestra forma de vivir, el humanoide cambiará nuestra forma de convivir.

El riesgo invisible

Porque el robot no sólo ve: registra. Cada movimiento, cada conversación, cada rostro. En manos equivocadas, un humanoide conectado podría ser una herramienta de vigilancia perfecta.
No duerme, no se distrae, no olvida.
Y cuando empiece a haber miles —o millones— en las calles, ¿sabremos todavía cuándo estamos rodeados de humanos?

La revolución que no espera

En 2028, si Altman acierta, las aceras de Nueva York, Londres, Berlín o Madrid estarán pobladas de humanoides que harán trabajos reales. No serán rarezas tecnológicas, sino una nueva clase de trabajadores sin derechos, sin cansancio y sin pausa.

Y entonces, la pregunta no será qué pueden hacer los robots, sino qué nos queda por hacer a nosotros.

Epílogo

El futuro no golpeó la puerta. Entró por el pasillo del supermercado.
Un humanoide de 1,27 metros, con ojos de cámara y alma de código, ya está en venta.
Y mientras unos lo ven como un juguete caro, otros entienden que es el primer habitante de una nueva era.

En tres años, quizá caminemos por la calle sin darnos cuenta de que ya no somos la única especie que observa el mundo con curiosidad.

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