Hay lugares que no se recorren con los pies, sino con el alma. La ruta de los Acantilados del Infierno, en Ribadesella (Asturias), es uno de ellos. Un sendero que, sin ser especialmente largo ni exigente, consigue condensar la esencia del Cantábrico: su bravura, su misterio y su belleza desbordante.
Basta con menos de cuatro horas de caminata —y con mucho tiempo para detenerse, respirar y mirar— para vivir una experiencia que muchos senderistas consideran la más hermosa de España.
El arranque: un área recreativa con nombre premonitorio
El viaje comienza en el Área Recreativa del Infierno, a las afueras de Ribadesella. Allí, el murmullo del mar se escucha antes de verlo, como un tambor lejano que promete espectáculo. El cartel de madera que anuncia el inicio de la senda parece advertir al caminante: lo que viene a continuación no se olvida fácilmente.
Apenas se avanza unos metros, aparece la primera maravilla: los acantilados de Arra, donde el mar se estrella contra la roca con una fuerza casi teatral. A un lado, una pequeña playa escondida, difícil de alcanzar, que parece un secreto guardado solo para los ojos curiosos.
Bufones, cotoyas y el filo del mar
El sendero discurre pegado a la costa. A veces, tan cerca que la tentación de asomarse al borde es irresistible. La vegetación de cotoyas, espinosa y densa, obliga a zigzaguear o a tomar senderos interiores, pero el caminante testarudo sabe que el premio está en los caminos exteriores: la visión sin filtros del Cantábrico rompiéndose en mil pedazos contra la piedra.
De repente, un estruendo rompe la calma: son los bufones, esos respiraderos naturales que, con el mar agitado, expulsan agua y aire a presión como géiseres salados. El suelo vibra, el aire se llena de espuma y sal, y durante unos segundos uno se siente testigo de un fenómeno primitivo, como si la tierra respirara.
Más adelante aparece la zona del Infiesto, un rincón donde el mar se cuela por canales estrechos hasta formar una diminuta playa virgen, parecida a la famosa Gulpiyuri, pero sin la masificación. Un lugar donde parece que el océano se divierte creando caprichos geológicos solo para sorprender al caminante.
La desembocadura del Guadamía: un cambio de paisaje
El camino sigue hasta la desembocadura del río Guadamía, donde el verde se impone sobre la piedra. Aquí, la vegetación costera desaparece casi de golpe, sustituida por praderas y un paisaje más abierto, amable, casi pastoral. El contraste es brutal: tras kilómetros de acantilados salvajes, de pronto aparece un escenario donde parece que el tiempo corre más despacio.
Desde este punto, se puede alargar la ruta hasta la playa de Guadamía o adentrarse por senderos interiores que conducen hacia el siguiente tramo.
Toriello y la huella del Camino de Santiago
El sendero se interna en el pequeño pueblo de Toriello, con su arquitectura tradicional intacta y la ermita de San Martín, blanca y sencilla, que parece un alto espiritual en mitad de la aventura. Desde allí, parte del trazado coincide con el Camino de Santiago, lo que añade un matiz histórico y simbólico a la caminata: caminar sobre las huellas de miles de peregrinos que, durante siglos, cruzaron estas tierras buscando un destino más grande que ellos mismos.
Finalmente, la senda vuelve hacia el Área Recreativa del Infierno, cerrando un círculo que deja en la memoria un álbum entero de imágenes imposibles de borrar.
Ribadesella: medio día más para enamorarse
Quien hace la ruta y se marcha sin conocer Ribadesella comete un error imperdonable. Con algo más de 5.500 habitantes, este pueblo es uno de los rincones más encantadores del norte de España.
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Su casco histórico, el barrio de Portiellu, guarda la memoria de los pescadores humildes que levantaron sus casas junto al mar, mezcladas con palacetes señoriales que la burguesía asturiana, cántabra y vasca construyó en el siglo XIX cuando escogieron la villa como destino de veraneo.
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En la playa de Santa Marina, frente a un paseo marítimo elegante, todavía se conservan muchas de aquellas casonas indianas que son un viaje directo al pasado.
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La escalera de colores, el puente del Sella, la ermita de Guía o el Palacio de Prieto Cutre completan un catálogo arquitectónico y cultural que convierte una visita a Ribadesella en una experiencia completa.
Y por si fuera poco, aquí late cada verano la emoción del Descenso Internacional del Sella, la fiesta piragüera más famosa de España, que convierte el río en un espectáculo multitudinario de deporte y celebración.
Un sendero que no se olvida
En total, la ruta de los Acantilados del Infierno puede hacerse en unas tres o cuatro horas, dependiendo de la versión escogida, pero deja una huella mucho más duradera. Cada paso junto al acantilado, cada bufón escupiendo agua, cada golpe del viento salado en la cara, se graban en la memoria.
Muchos senderistas lo tienen claro: este no es solo un camino, es una experiencia que mezcla naturaleza, historia y emoción. Y por eso, para muchos, es el sendero más bonito de España.