Hay gente valiente. Y luego está esa gente capaz de sentarse a la mesa frente a un plato que huele como si una vaca hubiera pasado tres inviernos encerrada en un hórreo. Porque sí, amigos: el mundo está lleno de manjares que para otros son orgullo cultural, pero que a un asturiano le darían más miedo que cruzar Pajares en pleno temporal.
Vamos a hacer un recorrido por los alimentos más extremos, esos que harían que cualquier paisano, incluso después de tres culines de sidra, se levantara de la mesa diciendo: “¡Esto nin pa’ probar!”
Hákarl: tiburón amoniacal, directo desde Islandia
El Hákarl es tiburón fermentado durante meses y colgado al aire libre hasta que desprende un olor a amoníaco que te hace llorar los ojos como cuando cortas una cebolla, pero en versión nuclear. En Islandia lo toman con orgullo, pero aquí, por mucho Cabrales que nos guste, uno huele esto y sale corriendo monte arriba.
Surströmming: el arenque que explota en tu cara
En Suecia tienen esta joya: arenque báltico fermentado y enlatado, que al abrirlo puede convertirse en un proyectil aromático. Se recomienda abrirlo al aire libre… y aún así te quedas con el olor para toda la vida. Imagina esa lata abierta en medio de una espicha: la fiesta termina antes de empezar.
Kiviak: pájaros macerados en piel de foca
En Groenlandia celebran los grandes acontecimientos con este manjar ártico: meten cientos de pajarinos en una piel de foca, la entierran y la dejan fermentar durante meses. Luego lo sirven orgullosos. Aquí, un asturiano preferiría pasar hambre que meterle el diente a semejante invento.
Casu Marzu: el queso que corre solo
Cerdeña nos trae este queso con larvas vivas que saltan como si quisieran escapar del plato. La tradición dice que hay que comerlo cuando las larvas aún se mueven. Y aquí que pensábamos que el Cabrales ya tenía carácter… Este plato haría que hasta el más quesero de Tineo dijera: “Esto ye un atentáu.”
Balut: huevo con sorpresa… demasiado realista
En Filipinas y Vietnam, el Balut es todo un clásico callejero: un huevo de pato con el embrión a medio formar. Se cuece y se come entero, pico y plumas incluidas. Si aquí te dicen “vamos a cenar huevos”, esperas una tortilla o unos huevos fritos con patatas, no esta versión que parece sacada de una película de terror.
Reflexión con culín en mano
Estos platos no son simplemente comida; son identidad, cultura y orgullo para quienes los comen. Pero no nos engañemos: para un asturiano, acostumbrado a cachopos que pesan más que un ternero, fabadas que resucitan muertos y chorizos a la sidra, enfrentarse a estas “delicatessen” es todo un reto.
En nuestra tierra lo exótico es pedir pulpo a feira en vez de pixín, así que imagínate el trauma que sería abrir una lata de Surströmming en una fiesta de prao. No dura ni el gaitero.
¿Te atreverías a probar alguno? Imagina una espicha con una mesa internacional: fabada, cachopos, sidra… y al fondo un tiburón podrido, pájaros fermentados y queso vivo. El asturiano medio, orgulloso de su tierra, levantará la mano y dirá: “Yo ya comí oricios… pero esto, ho, esto ye demasiado.”
Porque sí, en cada rincón del mundo hay sabores únicos. Pero hay cosas que ni con una botella entera de sidra natural nos atrevemos a meter en la boca.