De la humildad campesina al origen de la saga gastronómica más brillante de Asturias: así vivió y así será recordado Marcial Manzano, el alma fundadora de Casa Marcial
La Salgar (Parres), agosto de 2025. En una aldea del oriente asturiano, entre castaños, nieblas y silencios, nació hace 89 años un hombre que no salió en los libros de cocina, pero que cocinó sin saberlo el origen de uno de los mayores milagros gastronómicos de España. Marcial Manzano Rivero fue ganadero, tendero, hostelero, anfitrión, cazador y padre de familia. Y también, sin pretenderlo, el fundador del linaje con más estrellas Michelin de Asturias.
No fue cocinero de oficio. Suya no era la técnica ni el emplatado ni los menús degustación. Pero sin Marcial, no habría habido Casa Marcial. Ni habría vuelto Nacho del bullicio de Gijón para montar en casa del güelu un restaurante que hoy presume de tres estrellas Michelin y de alma montañesa.
Una casa sobre piedra viva
Marcial nació en Montealea (Parres) en 1936. Su vida fue, como tantas entonces, hecha de campos, animales y trabajo. Cumplió el servicio militar en Madrid y, al regresar, sus padres ya regentaban una tienda-bar en La Salgar, al abrigo de las faldas del Sueve. Allí vendían de todo: madreñas, pañuelos, galletas, azúcar, cuchillas de afeitar… y también, si se terciaba, echaban un culín y cocinaban para encargo.
Allí conoció a Olga Sánchez, su mujer, con la que se casó un 11 de junio. Allí nacieron sus hijos. Y allí empezó todo.
El negocio se llamaba entonces Casa Herminia, pero ya era el germen de lo que años después llevaría su nombre.
Cocina de fogón y de familia
Fue Olga quien heredó de su madre, Gloria, el don de guisar como se guisa en Asturias: sin prisas, con memoria y con corazón. Ella cocinaba tortos, cabritu, arroz con leche, pitu caleya... mientras criaba a cuatro rapacinos. Marcial recibía a los parroquianos, jugaba a la brisca, discutía con los de Cangas y preparaba culinos como quien prepara curas: con sabiduría y calma.
“Las vacas no saben de domingos”, decía. Y él tampoco. No supo nunca parar.
De casa de abuela a templo de la alta cocina
En 1993, su hijo Nacho regresó a casa. Junto a su hermana Esther y con el apoyo de toda la familia, nacía Casa Marcial. Al principio, no había ni fuerza eléctrica para encender un lavavajillas. Había que elegir entre luz en la cocina o nevera en marcha. Pero había ilusión. Y había raíz.
Hoy, Casa Marcial es el primer restaurante asturiano con tres estrellas Michelin, y con sus hermanos al frente también se han abierto La Salgar (Gijón), Gloria, NM, Narbasu, el catering Manzano, una tienda online y un nombre que ha traspasado el Cantábrico.
Pero la esencia sigue ahí, donde antes se mayaba la sidra y se secaban alubias, ahora se sirven platos que emocionan a los grandes críticos del mundo.
Un padre, un marido, un hombre de campo
Marcial nunca fue hombre de grandes discursos, pero sí de hechos. Se encargó de cuidar a su mujer, con la que compartió toda una vida. Vivían en Arriondas, con su huerto, sus gallinas, sus ovejas. Sus hijos se turnaban para dormir con ellos, cuidarles, acompañarlos.
Hasta el final, fue ejemplo de dignidad callada, de fidelidad a su tierra y a los suyos. Le gustaba la caza, tradición familiar; le gustaba el pote bien hecho y el arroz con leche batido a mano. No le gustaba presumir.
El pasado sábado, en las Fiestas del Bollu, aún se le vio emocionado junto a su familia. Fue su último acto público. Tres días después, una complicación médica apagó su corazón. Pero no su memoria.
Legado de tierra, leche y estrellas
El legado de Marcial no está en una placa ni en un premio, sino en la manera en que sus hijos miran el mundo. Está en el respeto a la cocina de base, en el trato al cliente como si fuera familia, en la convicción de que se puede llegar muy alto sin olvidar de dónde se viene.
Hoy, su funeral será en Arriondas. Le despedirán entre robles, entre vacas, entre vecinos que lo quisieron como era. Su cuerpo descansará en Andeyes, en el municipio de Collía. Pero su historia seguirá viva cada vez que alguien, en lo alto de La Salgar, se siente a comer y se pregunte cómo empezó todo.
La respuesta es sencilla: con un hombre bueno, que creía en lo que hacía y que lo hacía con amor.