Juana Rivas: la espiral de una madre marcada por el descontrol emocional y el espectáculo mediático

Juana Rivas: la espiral de una madre marcada por el descontrol emocional y el espectáculo mediático

Informes psicológicos y resoluciones judiciales alertan sobre la inestabilidad mental de Juana Rivas y su impacto devastador en el bienestar de su hijo pequeño. El caso, lejos de apaciguarse, sigue alimentando titulares mientras el menor queda atrapado en el epicentro emocional y legal.

 

Una historia que se repite… y se agrava

Juana Rivas se convirtió en un rostro nacional en 2017, cuando se negó a devolver a sus dos hijos al padre, Francesco Arcuri, tras pasar unas vacaciones en España. Su historia fue abrazada por sectores del feminismo como un ejemplo de desobediencia civil ante un sistema judicial que no protegía suficientemente a las víctimas de violencia de género.

Pero el tiempo y la justicia han ido desmontando parte de ese relato. Juana no era una heroína, sino una madre marcada por desequilibrios emocionales graves, según señalan informes periciales que han sido clave en las decisiones judiciales más recientes.

Un perfil psicológico inquietante

Uno de los documentos más reveladores sobre la situación fue elaborado por peritos judiciales en Cerdeña. El informe describe a Juana Rivas como una mujer con “funcionamiento psíquico gravemente patológico”, con un pensamiento desorganizado, labilidad emocional, y una marcada incapacidad para procesar sus propias experiencias ni comprender el daño que inflige a sus hijos.

La descripción clínica no es anecdótica. Viene acompañada de valoraciones que alertan directamente sobre su capacidad como cuidadora: “no es consciente del sufrimiento psicológico que genera”, aseguran los peritos italianos. A pesar de ello, Juana ha seguido enarbolando un discurso de madre protectora mientras desoye las resoluciones judiciales y utiliza los focos mediáticos para presentarse como víctima de un sistema injusto.

El daño al hijo menor: la parte más cruel de la historia

En los últimos días, el foco ha vuelto a centrarse en su hijo pequeño, Daniel, de 11 años. Tras pasar unas vacaciones con su madre en España, se negó a regresar con su padre en Italia. Durante el proceso de entrega, según recoge un informe de la psicóloga del punto de encuentro, el niño lloró desconsoladamente, afirmó tener miedo de su padre y rogó quedarse con su madre y su hermano mayor. Un gesto humano, sí, pero también profundamente contaminado por años de tensión, manipulación emocional y exposición pública.

La psicóloga alerta en su informe de “maltrato institucional” y una presión emocional insoportable para un menor que ha crecido en el centro de una guerra mediática y judicial. Desde el Ministerio de Juventud e Infancia, Sira Rego ha remitido un informe a Fiscalía subrayando la “grave situación emocional” del menor, y ha solicitado que se escuche su voz con garantías.

Pero escuchar al niño no es suficiente si no se cuestiona también el entorno que lo ha llevado a este punto de ruptura emocional. Y aquí entra en juego Juana Rivas.

Una vida en platós y titulares

Desde que comenzó su batalla judicial, Juana ha hecho de cada paso un acontecimiento mediático. Desde entrevistas en horario de máxima audiencia hasta ruedas de prensa con lágrimas, pasando por comunicados estratégicos en fechas clave. Lejos de la discreción que exige un proceso judicial en el que hay menores implicados, Juana ha convertido el drama en relato, y su caso en una campaña pública.

Este comportamiento ha sido duramente criticado por parte de la judicatura y del entorno clínico. Los niños, dicen los expertos, no deben convertirse en estandartes ni banderas. Y cuando eso ocurre, el coste emocional es altísimo.

Su hijo mayor, que hoy vive con ella, ha llegado a escribir una carta abierta pidiendo que se escuche a su hermano. Pero ni siquiera ese gesto ha logrado frenar la maquinaria. El espectáculo sigue su curso. Y en el centro, un niño.

¿Quién protege al menor?

La pregunta se impone con urgencia. Si los informes psicológicos apuntan a desequilibrios graves en la madre; si los jueces han reconocido patrones de manipulación emocional; si las instituciones alertan de un posible maltrato psicológico continuado… ¿qué más hace falta para intervenir?

Los expertos coinciden en que el sistema judicial debe priorizar el interés superior del menor sobre cualquier otra cuestión. Eso implica revisar custodias, proteger identidades y garantizar que ningún niño tenga que decidir entre padres en medio del foco público.

Porque Juana Rivas no está en condiciones de cuidar emocionalmente a su hijo menor, y eso no es una opinión, sino una conclusión médica, legal y política.

Cuando el drama eclipsa la verdad

La historia de Juana Rivas comenzó como una bandera de denuncia. Pero hoy, más de siete años después, se ha convertido en un caso de manual sobre cómo el descontrol emocional, la necesidad constante de atención pública y la incapacidad de reconocer los propios errores pueden causar un daño irreversible en la infancia.

Y mientras seguimos discutiendo titulares, un niño de 11 años sigue esperando que, por una vez, alguien piense solo en él.

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