Mientras los jueces fallan sistemáticamente a favor de Francesco Arcuri, Juana Rivas continúa desobedeciendo órdenes judiciales y recibiendo apoyos institucionales y mediáticos. ¿Estamos ante un caso de manipulación emocional y judicial como tantos otros que quedan sepultados por el ruido ideológico?
Ocurrió otra vez. Como en 2017, como en 2021, como en enero de este año. Juana Rivas volvió a negarse a entregar a uno de sus hijos a su padre, Francesco Arcuri, quien ostenta desde hace años la custodia legal otorgada por la justicia italiana y refrendada por múltiples sentencias en España. Esta vez se trataba del menor, Daniel, de 11 años, a quien Juana retuvo hasta el límite del plazo judicial, y solo entregó tras sufrir, según sus allegados, “una crisis de ansiedad” que requirió atención psicológica en el Punto de Encuentro Familiar.
La escena ya no sorprende. Y sin embargo, sigue dejando muchas preguntas abiertas. Porque más allá del drama humano, del dolor real de todos los implicados, está el conflicto estructural, jurídico y mediático que este caso encarna desde hace casi una década: ¿por qué tantos sectores insisten en sostener a Juana como víctima, cuando los jueces —españoles e italianos— siguen dándole la razón al padre?
Lo que dice la justicia: Arcuri, custodio legal
Francesco Arcuri no es un ciudadano cualquiera. Es el padre legalmente custodio de los dos hijos que tuvo con Juana Rivas. La justicia italiana le otorgó la custodia exclusiva en 2016, y la justicia española ha reconocido y ejecutado esa custodia en más de media docena de ocasiones, tras examinar informes psicológicos, sociales y forenses. Las resoluciones son claras:
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Juana ha incumplido reiteradamente las órdenes judiciales, negándose a entregar a sus hijos en los plazos establecidos.
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En 2018 fue condenada por sustracción de menores, aunque posteriormente el Gobierno de Pedro Sánchez le concedió un indulto parcial.
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No existe en firme ninguna condena contra Arcuri por malos tratos. Ni en España ni en Italia. Hay denuncias, algunas archivadas y otras aún en fase de instrucción.
Cartas de niños con letra de adulto
El pasado lunes, Juana Rivas presentó una nueva “prueba” para evitar la entrega del menor: una carta manuscrita supuestamente escrita por Daniel, su hijo de 11 años, en la que afirma no querer volver con su padre. Dice, literalmente, que quiere quedarse en España, con su madre y con su entorno. “No me dejan hablar con nadie que me escuche”, “me obligan a irme con quien no quiero”, “tengo miedo”, escribe el niño.
Pero basta leerla para que surjan las dudas. Su tono, su sintaxis, su madurez léxica no parecen escritos por un niño de 11 años. Jueces y expertos en protección del menor han alertado ya de una posible manipulación emocional, algo que no es nuevo en este caso: la justicia italiana ya lo denunció en resoluciones anteriores, e incluso se llegó a aplicar el síndrome de alienación parental (SAP) en informes forenses.
¿Por qué sigue ganando en la Justicia Arcuri?
Porque el marco legal y probatorio favorece sistemáticamente su posición. Arcuri presenta:
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Custodia reconocida por sentencia firme.
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Respaldo de tribunales españoles y europeos.
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Informes que desmienten maltrato físico actual.
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Presencia constante de intentos de obstrucción por parte de Juana.
Y sin embargo, la narrativa pública sigue girando en torno al sufrimiento de Juana, a la “injusticia” del sistema y a los supuestos silencios patriarcales. Ministras, alcaldesas, asociaciones feministas y algunos medios insisten en un relato que ignora las sentencias y desacredita al sistema judicial.
El apoyo político y el “relato”
Este lunes, la ministra de Juventud e Infancia, Sira Rego, viajó a Granada para "acompañar" a la familia Rivas. En el pasado, lo hicieron otras figuras de Unidas Podemos, del PSOE y de plataformas feministas. Incluso organismos como Amnistía Internacional o Save the Children han recibido cartas del menor, supuestamente escritas por él, denunciando que “nadie le escucha”.
Pero lo cierto es que la justicia sí ha escuchado, muchas veces. Y ha dictado sentencia. Y ha dado la razón, una y otra vez, al padre.
Una pregunta incómoda: ¿cuántos casos como este hay?
Este no es un caso aislado. Existen decenas de procesos judiciales silenciados en los que los jueces detectan manipulación por parte de un progenitor, en la mayoría de los casos la madre, que emplea emocionalmente a sus hijos para castigar al padre. Es un fenómeno complejo, que no niega la existencia del maltrato real, pero desenmascara también el uso político y emocional de los niños como herramientas de presión.
En palabras de un magistrado de familia en Sevilla: “Hay madres que manipulan; hay padres que manipulan. Pero lo que no se puede permitir es que la ley solo escuche a uno de los dos porque el relato mediático lo exige”.
¿Y ahora qué?
El niñova a ser entregado, supuestamente. Pero la historia no ha terminado. Juana y su entorno anuncian nuevos recursos, nuevas campañas, nuevas cartas. El juicio contra Arcuri por supuestos malos tratos en Italia será en septiembre. Mientras tanto, la pregunta permanece flotando en el aire de una sociedad fracturada en relatos, pero que a veces se olvida de lo más importante: los niños.