Un cuarto de los alimentos producidos para consumo humano se tira, generando un colosal impacto ambiental y ético. Greenpeace alerta de un modelo industrial “perverso” y propone una alternativa que reduciría en un 96 % las emisiones ligadas al desperdicio
Cada año, en España, se desperdician 20 millones de toneladas de alimentos. Esa cifra abrumadora equivale a 33 kilos por persona y supone perder una cuarta parte de todo lo que se produce para consumo humano. En un país donde cada vez más familias hacen malabares para llenar el carro de la compra, toneladas de comida terminan en el cubo de la basura.
Pero no solo se trata de frutas o pan duro. Según una estimación de Greenpeace, alrededor de 190.000 cerdos sacrificados acaban en la basura cada año, víctimas colaterales de un modelo alimentario industrial enfocado en la sobreproducción y el bajo coste, más que en la sostenibilidad o la eficiencia. Muchos otros animales ni siquiera llegan al matadero: mueren en camiones de transporte o se descartan antes de ser contabilizados.
“Estamos hablando de seres vivos, no de productos con fecha de caducidad. Este sistema es perverso”, denuncia Helena Moreno, coordinadora de la campaña de sistemas alimentarios sostenibles de Greenpeace España.
Un modelo que consume recursos y genera emisiones
El desperdicio de comida no solo implica tirar alimentos, sino también derrochar agua, energía, trabajo humano, fertilizantes y suelo cultivable. Todo ello, además, para acabar generando gases de efecto invernadero. Según los datos de Greenpeace, el desperdicio alimentario representa el 20 % de las emisiones ligadas al consumo en España: más de 21 millones de toneladas de CO₂ equivalente al año.
Y mientras la escasez de agua se agrava por el cambio climático, el sistema alimentario español sigue siendo uno de los más vulnerables a esta realidad. Un ejemplo paradigmático: la pica de plátanos en Canarias, una práctica institucionalizada que lleva a destruir toneladas de fruta para "regular el mercado" y mantener los precios, sin que eso beneficie al agricultor.
“Tirar comida es tirar agua, energía y trabajo. Y todo esto pasa mientras muchos productores ni siquiera reciben un precio justo”, lamenta Moreno.
Una ley con letra pequeña y muchas excepciones
España cuenta desde hace poco con una ley contra el desperdicio alimentario, pero no obliga al Ministerio de Agricultura a medir cuánto se desperdicia en cada fase de la cadena, desde la postcosecha hasta el supermercado.
“Se exige responsabilidad a la ciudadanía, pero cuando llega el turno de las grandes cadenas o de las instituciones, se introducen excepciones y se redactan leyes vagas”, denuncia Greenpeace.
La ONG reclama mediciones obligatorias y transparentes, sin las cuales —advierten— es imposible diseñar políticas eficaces.
Un modelo alternativo es posible
Frente a este panorama, Greenpeace ha presentado su Modelo Alimentario Sostenible (MAS), con el que, según sus proyecciones, en 2050 se tiraría la mitad de lo que hoy se desperdicia y las emisiones asociadas caerían un 96 %, reduciéndose de 0,45 a apenas 0,02 toneladas de CO₂eq per cápita.
El MAS propone cambios estructurales: desde reducir la producción de carne hasta rediseñar la cadena alimentaria para minimizar pérdidas. En este modelo, reducir el desperdicio no es solo una obligación ética, sino también una herramienta clave para mantener el sistema dentro de los límites del planeta.
Resumen de impacto del desperdicio alimentario en España:
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190.000 cerdos terminan en la basura cada año.
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20 millones de toneladas de alimentos desperdiciadas.
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21,4 millones de toneladas de CO₂eq anuales.
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Recursos hídricos, energía y trabajo humano desaprovechados.
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Solo el 69 % de la energía alimentaria producida se consume.