El Tartiere rugió. Cazorla besó el escudo. Y toda Asturias volvió a soñar despierta.
En el minuto 49, con la grada conteniendo la respiración, Santi Cazorla colocó el balón con mimo. El gesto sereno del que ha bailado con los mejores. Miró de reojo al portero del Almería, calibró la distancia... y soltó su zurda “mala”, la que para cualquiera sería inútil, pero que en sus botas tiene poesía.
El balón voló como si supiera a dónde ir. El silencio duró una fracción de segundo. Y luego, la explosión. El Carlos Tartiere estalló en un grito que llevaba años contenido. Oviedo rugió. Asturias entera tembló.
Había vuelto a pasar. Había vuelto a marcar. Había vuelto a aparecer él: Santi Cazorla. El hijo pródigo. El hombre que lo ganó todo… y decidió volver a casa.
Un gol que ya es leyenda
Ese tanto no era un gol más. Era el empate, sí, pero también era la llave. La que abría la puerta de la final del play-off, devolvía la esperanza y reivindicaba lo que Cazorla simboliza: fútbol con alma. Fútbol sin ego. Fútbol para el escudo.
“El gol es de la gente”, dijo al final, esquivando el foco. Como siempre.
La gente se abrazaba, lloraba, coreaba su nombre. Porque en un fútbol cada vez más frío, él es calor. Él es verdad. Él es nuestro.
De Lugo de Llanera al mundo… y vuelta
Santi nació en 1984 en Lugo de Llanera, a unos kilómetros del Tartiere. Dio sus primeras patadas con la camiseta azul del Real Oviedo antes de que el mundo le abriera las puertas.
Villarreal, Recreativo, Málaga, Arsenal, selección española, Catar... Cazorla bailó en todos los escenarios. Campeón de dos Eurocopas (2008 y 2012), ídolo de los ‘Gunners’, sobreviviente de una lesión que habría retirado a cualquiera. Le dijeron que no volvería a andar. Pero volvió a jugar. Y volvió a hacerlo sonriendo.
En 2023, con 38 años y ofertas millonarias sobre la mesa, tomó la decisión que lo hace eterno: regresar a Oviedo. No por dinero. No por marketing. Por amor. Por gratitud. Por lo que le sale del pecho.
El capitán sin galones, el referente sin necesidad de gritar
Desde el primer día en el vestuario carbayón, fue evidente. No hacía falta brazalete: Cazorla es capitán por esencia. Su sola presencia eleva a los jóvenes. Su mirada enseña. Su toque ordena. Su silencio pesa más que cualquier arenga.
“Verle entrenar es un máster”, dicen en El Requexón.
“Habla poco, pero todos le escuchan”, comenta el cuerpo técnico.
En diciembre de 2024 marcó su primer gol con el Oviedo. Ayer, el más importante. Pero lo que deja va mucho más allá de los números.
Un genio que nunca dejó de ser un niño
Tiene 40 años, pero juega como si aún tuviera 20. Dribla con la delicadeza de un violinista y el descaro de quien sabe que el fútbol también es alegría. Cuando coge la pelota, todo se calma y se ilumina a la vez.
Es ese tipo de jugador que aparece cuando más se le necesita. Y cuando no, también.
Un final de cuento… o un nuevo comienzo
Con el Oviedo a las puertas de Primera —tras derrotar a la UD Almería—, Cazorla lo dice sin dudar:
“Subir con el Oviedo estaría al nivel de ganar una Eurocopa”.
Y no es hipérbole. Para él, este escudo no es un trabajo. Es su infancia, su barrio, su gente, su alma.
Nadie sabe si colgará las botas tras esta temporada o si regalará un último baile en Primera. Pero lo que sí sabemos es que Cazorla ya está en la historia del club. Y también en el corazón de todos.
El fútbol que queremos es él
En un fútbol de cifras obscenas, promesas huecas y celebraciones coreografiadas, Santi Cazorla es lo contrario. Es fútbol jugado con la mirada limpia, con la sonrisa de quien ama lo que hace. De quien ama a su tierra y no se cansa de devolverle todo lo que un día le dio.
Hoy, toda Asturias habla de él.
Hoy, el Real Oviedo está más cerca de Primera.
Hoy, Cazorla ha escrito con su zurda otro capítulo inolvidable.
Y lo mejor es que lo ha hecho como siempre: con humildad, con elegancia y con el alma azul del Principado bordada en el corazón.