El último paseo al cajero: cuando la confianza se convierte en traición

El último paseo al cajero: cuando la confianza se convierte en traición

Durante meses, una empleada del hogar vació la cuenta de la anciana a la que cuidaba en Gijón. En el juicio lo confesó: “No podía dejar de jugar”. La víctima murió poco después de saber que habían saqueado sus ahorros. Su familia aún busca respuestas.

 

Gijón. Aquel 6 de enero, el hijo de una mujer gijonesa de 75 años, encendió el ordenador con la intención de revisar una gestión bancaria. Lo que encontró le dejó helado: la cuenta de su madre tenía poco más de 17.000 euros. Unos meses antes, aquella mujer independiente y meticulosa con sus cuentas acumulaba más de 70.000. En su rostro se dibujó la preocupación, pero en su pecho empezó a crecer algo más profundo: el vértigo de la traición.

Poco después, tras acompañarla al banco, comprobó que no se trataba de una equivocación ni de una inversión fallida. Durante al menos cinco meses, alguien había estado extrayendo de su cuenta cantidades repetidas, siempre en torno a los 600 euros, siempre desde cajeros automáticos. Al día siguiente, el hijo acudió a la comisaría de Policía Nacional con la denuncia bajo el brazo.

Lo que vino después solo empeoró la herida: la responsable era la mujer que cuidaba de su madre, una trabajadora paraguaya contratada a través de una agencia, que se había ganado su confianza con gestos amables y rutinas de acompañamiento.

«Fue como perderla en vida»

El relato de la familia, expuesto en sede judicial esta semana, es más emocional que jurídico. “Fue como si la hubieran vaciado por dentro. Mi madre no solo perdió su dinero: perdió la tranquilidad, el sueño, la confianza”, expresó entre lágrimas el hijo en una pausa del juicio, celebrado en la Sección Octava de la Audiencia Provincial de Asturias.

La mujer falleció semanas después de la denuncia. No llegó a ver a la acusada sentada en el banquillo. No sufrió un ataque ni una enfermedad repentina: simplemente se apagó. “Era como si ya no quisiera seguir luchando”, cuentan quienes la conocían.

Durante meses, la acusada había aprovechado los paseos rutinarios con su empleadora para colocarse tras ella en los cajeros y memorizar su número PIN. Después, cuando la anciana descansaba o dormía, cogía su tarjeta y retiraba el dinero en efectivo, como una rutina más.

“No podía parar de jugar”

En la sala de vistas, la acusada no negó nada. Al contrario. Confesó que había comenzado a jugar en un casino de Madrid con una amiga y que, tras un premio de 15.000 euros, la compulsión fue en aumento. En sus propias palabras: “Era una enfermedad. No podía parar”.
Pero esa supuesta adicción no la acreditó con informes médicos ni justificó con historial de tratamiento. La fiscal, que aprecia atenuante de confesión pero no de trastorno, pide que la mujer —sin arraigo en España— sea expulsada del país en lugar de cumplir los 2 años y 2 meses de prisión que le solicita.

Cámaras, pruebas y silencios

Las cámaras de seguridad de las sucursales bancarias terminaron de confirmar lo que ya era evidente. Su imagen quedó registrada acudiendo a cajeros con frecuencia milimétrica. La Policía cruzó fechas, horas, ubicaciones y extracciones. Todo encajaba. Incluso la mujer confesó los hechos en la comisaría el 8 de enero, apenas dos días después de que la familia destapara el agujero económico.

Pero hay cosas que la ley no puede reparar. La víctima murió antes de obtener justicia. Su familia aún no ha recibido la restitución del dinero. Y los vínculos rotos por la traición siguen abiertos, sin juicio posible.
Este no es solo un caso de estafa. Es una historia sobre la fragilidad humana, sobre cómo la necesidad o la avaricia pueden infiltrarse en el espacio más íntimo de la confianza: el hogar. Una anciana que confiaba ciegamente en su cuidadora terminó descubriendo que quien le alcanzaba el abrigo también le vaciaba los bolsillos.
Y eso, más que la pérdida del dinero, fue lo que acabó matándola en vida.

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