Sergio tenía solo 18 años y toda una vida por delante: el vacío inmenso que deja su muerte en Cenero

Sergio tenía solo 18 años y toda una vida por delante: el vacío inmenso que deja su muerte en Cenero

Era joven, trabajador, querido. Su muerte en un accidente de tráfico ha sacudido a dos parroquias gijonesas que este fin de semana han sentido, de golpe, el frío de lo irreversible.

 

Sergio C. B. había nacido en el año 2006. Solo tenía 18 años. Esa edad en la que todo parece empezar, cuando los planes de futuro todavía no están definidos del todo pero se caminan con ilusión. Su muerte en la madrugada del sábado al domingo, en un trágico accidente de tráfico en Cenero, ha causado un impacto profundo no solo en su familia y su grupo de amigos, sino en dos comunidades enteras: Monteana, donde vivía, y Cenero, donde se dirigía para disfrutar de las fiestas.

Sergio no era un desconocido para nadie. Su entorno le reconocía como un chico vital, trabajador, comprometido con lo suyo. Alguien con ideas, con ganas de hacer cosas, con ese punto de rebeldía sana que da la juventud, pero también con los pies en la tierra. Tenía inquietudes, aficiones, y sobre todo, una forma de estar que dejaba huella, aunque fuera con algo tan simple como un saludo al entrar en un bar o una sonrisa compartida en la calle.

En su corta vida, ya había demostrado tener una ética que no todos alcanzan con los años: la del esfuerzo. Compaginaba pasiones con trabajo, y nunca se quedaba de brazos cruzados. Le gustaban los animales, especialmente el mundo rural, y algunos le habían visto incluso con planes de tirar por ahí, de hacer de esa afinidad algo más que una afición.

Este fin de semana, como tantos otros jóvenes, había salido con su pareja y un grupo de amigos a pasar una noche de fiesta. Una noche más. Una de esas que deberían formar parte del álbum de recuerdos, no de las esquelas. Pero la carretera quiso truncarlo todo. En una curva sin visibilidad, a la altura del cruce con el camino de Les Poncianes, su coche chocó de frente con otro vehículo. El golpe fue brutal. No hubo margen para más.

El accidente dejó además cuatro personas heridas, aunque con lesiones leves. Una paradoja cruel: él, con todo por vivir, fue el único que no pudo seguir.

Este domingo, las celebraciones previstas se detuvieron. La misa se celebró, pero sin procesión, sin sesión vermú, sin música. Porque no había forma de disimular la tristeza. La noticia había golpeado como un mazo el corazón de la parroquia.

Cuando un joven muere, algo se rompe también en los que siguen vivos. No es solo el dolor por la pérdida; es la conciencia brutal de lo injusto. Lo que se ha ido con Sergio es más que una vida: es todo lo que podía haber sido. Son los proyectos que nunca llegarán a cumplirse, las canciones que no volverá a escuchar, los abrazos que quedan pendientes.

Su nombre, ya para siempre ligado a esta tragedia, resonará en Monteana y Cenero durante mucho tiempo. Porque hay muertes que no se olvidan, no solo por su crudeza, sino por la luz que apagan.

Y Sergio, con solo 18 años, brillaba mucho más de lo que él mismo sabía.

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