Asturias 'enriba' de credos, ideologías, orientaciones sexuales o perres

Asturias enriba de credos, ideologías, orientaciones sexuales o perres

El presidente del Principado aboga en la entrega de las Medallas de Asturias por aparcar las diferencias y los enfrentamientos: "Esta es una festividad para la confraternización y la unión, para reconocernos en la identidad de Asturias sin reparar en credos, ideologías, orientaciones sexuales o capacidad económica"

 

La condición de presidente del Principado me otorga cada año el honor de intervenir en este acto de conmemoración del Día de Asturias. Es uno de los deberes más gratos que cabe imaginar: tener la ocasión de dirigirme a los asturianos y asturianas para celebrar el 8 de septiembre, la jornada que nos convoca a todos.

Este acto es sencillo. El progresivo retorno a la normalidad nos ha permitido recuperar las celebraciones festivas –en esta ocasión, en el querido concejo de Corvera- y suprimir las limitaciones a la asistencia.

Son dos detalles que constatan la buena evolución del Principado después de haber superado los tiempos más duros de la pandemia. A este propósito, permitan un apunte: sé que los hechos se devoran unos a otros con una velocidad implacable y también soy consciente de las ganas, de la ansiedad por dejar atrás ese período, pero no olvidemos la crisis sanitaria: honremos a las víctimas con nuestra memoria y recordemos también el ejemplar esfuerzo colectivo de nuestra sociedad, reflejo de esa mejor Asturias a la que siempre apelamos. Lo ocurrido ha sido demasiado grave para despacharlo como un acontecimiento más en el carrusel de la actualidad.

Vuelvo a la sencillez. Es un rasgo que no debemos obviar. A lo largo de toda nuestra andadura autonómica, esta celebración jamás se ha ocultado entre los oropeles ni perdido en la fastuosidad.

En el fondo, consiste en algo tan elemental como reunirnos para distinguir a quienes, de forma individual o colectiva, merecen nuestro reconocimiento con las Medallas de Asturias. En definitiva, a las personas que nos hacen mejores.

Esa sencillez permite que no nos distraigamos con lo artificioso ni con lo secundario. Me atrevo a asegurar que el 8 de septiembre lo secundario son las diferencias interesadas a beneficio de parte, los enfrentamientos inútiles, la fragmentación en banderías. Hoy es una festividad para la confraternización y la unión, para reconocernos en la identidad de Asturias. Por eso me gusta reiterar que este acto institucional no repara en credos, ideologías, orientaciones sexuales o capacidad económica.

Equí nun hai símbolu, llende o frontera nenguna que nos estreme, nun siendo’l respetu a la llibertá, la democracia, la Constitución y l’Estáu autonómicu. Esi ye l’edificiu de convivencia que nos atecha y qu’hemos preservar. La polarización escesiva, el recursu de contino a la descalificación y la negación sistemática al entendimientu que van escomiendo los cimientos d’esti llar común. Esti branu sentimos falar d’Asturies, y con aciertu, como abellugu climáticu. Güei, 8 de setiembre, tenemos que reivindicar tamién al Principáu como un abellugu pa la política útil, un espaciu pa la collaboración y l’alcuerdu onde nun pueda metese l’atmósfera tóxico y viciao que yá apodera otres partes d’España.

Y en un día como hoy, el más importante de nuestra comunidad autónoma, quiero reivindicar la democracia. La democracia, atacada desde diversos frentes, significa aceptar la decisión de las mayorías y el respeto a las minorías. En una democracia, las leyes no obedecen a ningún credo, opción personal o imposición de ningún tipo. Las leyes se aprueban, exclusivamente, por aquellos hombres y mujeres elegidos con el voto de la ciudadanía para ello y que sumen mayoría. Son ellos, y no otros, los que deben legislar. Y nada pervierte más la democracia que aquellos que, desde sus posiciones intolerantes, intentan imponer sus ideas a los demás, no mediante la convicción, presentándose a las elecciones y ganándose la confianza de la ciudadanía, sino desde la imposición, la crispación y la tensión. Defendamos, siempre, la democracia y la libertad.

Es evidente que un presidente del Principado ha de estar preocupado día a día por el bienestar de los asturianos y asturianas. Por el empleo, por la pujanza de la economía, por el desafío demográfico, por las necesidades de la juventud, por la consolidación del Estado de bienestar, por el desarrollo del medio rural, por la mejora de las comunicaciones… Quien no sintiese como propios esos retos –y toda la larga lista que se puede añadir- no merecería liderar el gobierno. No podría levantarme cada mañana si fuera ajeno a los problemas de quienes no tienen trabajo, apenas llegan a fin de mes, sufren la violencia machista o se ven obligados a continuar viviendo con sus familias porque no reúnen los medios para emanciparse.

No hablo exclusivamente a título personal, como si presumiera de un patrimonio particular. Estoy convencido de que todos los presidentes que me antecedieron compartieron las mismas o similares inquietudes con igual intensidad. No en vano, desde la Transición, e incluso antes, el recorrido de Asturias es un batallar incesante frente a sucesivos embates económicos, con sus exigencias de adaptación y cambio, sin apenas conceder tregua alguna.

Pero reconozco que cada uno tiene también sus propios empeños. En mi caso, la recuperación del orgullo de pertenencia, del reconocimiento en la identidad de Asturias.

Pra min, ese é ún dos significaos máis poderosos d’este acto: xuntarse alredor d’úa xornada que non solo recorda a nosa trayectoria llarga y fecunda, senón que tamén espresa a confianza plena nel futuro d’Asturias. A ustedes, que m’acompañan; ás personas que lo siguen dende as súas casas; a todas as que comparten esa aposta aberta, sin roceas nin prevencióis, pol porvir da nosa terra, gracias de corazón.

Gracias de corazón, por supuesto, a las personas y colectivos galardonados en esta edición. Saben que –también en aras de la sencillez a la que antes me refería- el Gobierno del Principado ha unificado en una sola categoría las medallas de Asturias, que pasan a tener un formato más discreto, de insignia.

La explicación es simple: pensamos que los merecimientos para recibir estas distinciones son de tal relevancia y consideración que resultaba un punto forzado diferenciar entre oro y plata.

En todo caso, hay aquí personas con mayor magisterio para hablar de esos metales. Raúl Entrerríos nos puede ilustrar con detalle: cuatro medallas de oro, una de plata y cinco de bronce en campeonatos europeos, mundiales y juegos olímpicos. No habrá una sola persona entusiasta del deporte –no digo ya del balonmano- que cuestione la carrera de méritos acumulada por Entrerríos para lucir también la Medalla de Asturias.

Capitán y símbolo de la selección española, en la que jugó 18 años, es responsable –y en este caso, responsable para bien- de la renovada y creciente afición al balonmano en el Principado y en España. Por mi parte, lo que queda es pedirle disculpas por no haberle otorgado antes este reconocimiento.

Aunque, puestos a hablar de tiempo, peor lo tengo con la Comunidad de Monjas del Monasterio de San Pelayo. La madre priora, Ángela Villena, sabrá disculparme: en este caso se trata de un milenio si nos remontamos a la basílica primigenia, no en vano es la entidad más representativa de la historia monacal del Principado, hogar del mejor archivo medieval de Asturias, con más de 3.500 libros y pergaminos.

No obstante, evitemos un posible error de interpretación: el galardón no es un reconocimiento a la historia de los solemnes muros de piedra, sino a la labor de quienes lo habitan. Si es importante su tarea en la custodia de ese fondo documental, también sobresale la implicación de las Pelayas en la vida cultural ovetense. No es una comunidad ensimismada, sino abierta, permeable al mundo.

El mundo es el despacho de Alfredo Martínez Serrano, embajador de España en Canadá, un diplomático ovetense que ha trabajado a favor de Asturias en todas las responsabilidades que ha desempeñado, incluida la jefatura de protocolo de la Casa Real durante 7 años. Allí donde ha estado –ahora Canadá, como antes Arabia Saudí, Bulgaria, El Salvador y Egipto-, Martínez Serrano no ha dejado de preocuparse por su tierra natal para alentar la promoción económica, empresarial y turística de Asturias. La medalla que hoy recibe no es más que el reconocimiento a esa labor, siempre discreta, desinteresada, inteligente y voluntariosa.

La Fundación Banco de Alimentos de Asturias existe, precisamente, gracias a la dedicación altruista de las 350 personas voluntarias que habitualmente colaboran con la entidad. Con el altruismo por bandera, empeñadas en combatir el despilfarro de comida, la pobreza y la exclusión social, este año cumplen su 25º aniversario. Un cuarto de siglo dedicado a una tarea tan encomiable bien merece la Medalla de Asturias. El Banco de Alimentos ayuda cada año a miles de conciudadanos que sufren dificultades, hasta el punto de haberse convertido en una de las entidades insustituibles en la potente malla de solidaridad que ha tejido la sociedad asturiana, de la que podemos y debemos sentirnos orgullosos.

Voluntad tampoco le falta a Isaura Souza Ordiales, quesera artesanal. La gastronomía es uno de los principales atractivos de Asturias y, dentro de ella, nuestra variedad de quesos merece un capítulo de honor. Pues bien, la labor de Isaura Souza, tanto al frente de su propia empresa, la primera quesería registrada en el Consejo de la Producción Agraria Ecológica,  como durante los 17 años que presidió la Asociación de Queseros Artesanos de Asturias, ha sido fundamental en ese desarrollo. Su tarea, ejemplo para muchos emprendedores, contribuye a generar riqueza y actividad en nuestro medio rural, donde el dinamismo económico es un bien especialmente preciado.

Me quedan unas últimas palabras para Carlos López Otín, quien ya recibió la Medalla de Asturias en 2004. Es difícil calibrar a uno de los bioquímicos más relevantes del mundo, cuyas investigaciones han ayudado a descubrir y desbloquear nuevas y prometedoras vías para el tratamiento de enfermedades, incluido el cáncer.  Desplegar y valorar su currículum científico comparte algo parecido con la secuenciación de un genoma: parece una tarea apasionante e inabarcable. Pero yo no pretendo adentrarme en esos detalles, sino explicar que de su nombramiento como Hijo Adoptivo es un acto de justicia con quien tanto ha aportado a la Universidad de Oviedo y a toda Asturias. Hace unos minutos afirmé que este acto ha de servir para expresar la confianza plena en el futuro del Principado.

Quiero, expresamente, que nuestro insigne científico entienda su distinción como una prueba de la confianza plena de Asturias en su labor, en su dedicación y su entrega a nuestra universidad.

López Otín, aragonés de nacimiento, ha elegido el Principado para vivir y trabajar. Raúl Entrerríos, que ha recorrido gran parte de su trayectoria deportiva fuera del Principado, siempre ha mantenido y expresado con orgullo su vinculación con Asturias. Simbolizan el haz y el envés de un mismo amor por esta tierra: el de las personas que escogen Asturias como destino y el de quienes, obligados a ausentarse, se preocupan de cuidar su anclaje vital con sus orígenes. Ambos merecen que se lo agradezcamos y tengamos en cuenta.

Me toca volver a dar las gracias a las personas y colectivos distinguidos en este acto. Ellos, como dije, contribuyen a hacernos mejores. E insistir en que el 8 de septiembre no sobra nadie. Tenemos cabida todos, incluidas las miles de personas de diferentes países que, a causa de la guerra o de cualquier otra circunstancia, han encontrado aquí refugio. Por supuesto, estas palabras también van dirigidas de forma muy especial a la emigración, a quienes no pueden celebrar esta jornada entre nosotros. Para los refugiados, para quienes viven el 8 de septiembre en la distancia, para todos los hombres y mujeres de Asturias, con todo el corazón, ¡feliz 8 de septiembre! ¡Feliz día de Asturias!

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