Retornaron los indianos

La situación política, social y económica en Venezuela hoy, es deplorable; permisiblemente con el tiempo mejore algo, pero la época dorada de ese país caribeño pasó a la historia. La influencia migratoria europea, trabajadora y preparada,  se desvaneció, y los llegados ahora, procedente de los países andinos, es precaria, terminando la mayoría como vendedores ambulantes en las calles. 

 En la década de los 50 del pasado siglo, miles de españoles llegaron a Venezuela. Las regiones de Asturias y Galicia fueran las que más gente embarcaron en sus costas para cruzar el mar océano y llegar, según palabras de Cristóbal Colón, “a una tierra de gracia”. 

 Fueron tiempos pletóricos, el trabajo abundante, la mano de obra calificada muy apreciada, y todo en unos momentos en que  el general Marcos Pérez Jiménez asumía planes faraónicos para hacer del país un emporio de progreso y libertad. Lo primero se consiguió con creces, lo segundo se esfumó entre los manglares del Caribe. 

El indiano poseía cognición de ser. De simples empleados la mayoría, con tesón, esfuerzos y trabajando entre 12 y 14 horas al día, consiguieron ser dueños de pequeñas empresas repartidas en todos los sectores económicos. Poseían sueños y los  rozaba con las manos. 

 Venezuela era entonces – y lo sigue siendo ahora – tierra de promisión, campo abierto para la esperanza, y en ella cientos de asturianos, sin renegar del lar de sus mayores, se apretaron a una nueva patria ancha, floreciente y generosa. 

 Si hoy se  recorren los pueblos de Principado,  extraño sería no encontrar una casona de agraciada mampostería, escuela, fuente, plaza o iglesia, donde no estuviera la magnificencia del hijo del lugar que salió al encuentro de  las costas de La Guaira y Macuto saturado de anhelos y, una vez cumplidos, regresó a plantar en el terruño nativo parte de las ganancias de su trabajo. 

Venezuela pasa por uno de los momentos más trágicos de su historia republicana; la política, la mala y desdeñable política, ha dejado una nación antaño remanso de paz, convertida en una hendidura de pesares. 

Lejos están las palabras de Rómulo Gallegos en su novela “Doña Bárbara”: “¡Llanura venezolana! ¡Propicia para el esfuerzo, como lo fue para la hazaña, tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena, ama, sufre y espera!...” 

 

rnaranco@hotmail.com 



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