Rosas blancas para los poetas negros

Con motivo de la entrega de los valorados Premios Princesa de Asturias, anhelamos asumir un recuerdo para los poetas de la negritud de África y el Caribe 

En las estaciones del tiempo en que aquellas tierras era la ensoñación de Dios y sus habitantes guardianes del Paraíso, los blancos - reflejo en carne viva del desalmado Leopoldo III de Bélgica - llegaron hombres color lechosa sobre océanos azules con estiletes y pólvora, y ya nada volvió a ser lo mismo. Los encadenaron hacia el Caribe y el Sur de los Estados Unidos. 

El rimador egregio lo dijo en aquel librito primerizo, ‘Cuaderno del retorno al país natal’, con sufrimientos propios:  

“Soy de la raza de los oprimidos”. 

Sus estrofas esculpidas en cocoteros, ecos venidos de la hondonada de los tiempos, los entrelazaba con el sonido del timbal y el contacto con otros poetas de las colonias, como el senegalés Léopold Sédar Senghor y el martiniqués Aimé Césaire cuya existencia fue sagrada rebeldía con causa.  

Profundamente anticolonialista, el poeta no dejó ni un solo momento de poner sus ideas al servicio de la isla amada con la que cubría a todos los desposeídos de la tierra. Allí Imprimió a fuego el término “Negritud”, anudado más tarde por el cubano Nicolás Guillén en ‘Sóngoro cosongo’. 

En el conocido ‘Discurso sobre el colonialismo’ extendió el eco de sus visiones en el Caribe y las costas africanas África, contribuyendo enormemente a dar a su obra un carácter universal que ya jamás pudo ser borrado.  

Siempre entendió la “negritud” como una reacción a la asimilación cultural que imponía la opresión en el planeta de la piel azabache. En la defensa de esos valores empeñó cada instante de su existencia, tanto en la literatura, centrada en la poesía, como en su dilatada carrera política. 

Cuando llegó la hora terminante de su partida, al filo de la noche, rompiendo el silencio envuelto en hervor de caracolas y aguas azuladas, Aimé Césaire se despidió con amplia claridad: 

 “El que no me entienda, tampoco entenderá el rugido del tigre. Soy el que canta con la voz aherrojada en el jadeo de los elementos. Es dulce ser nada más que un pedazo de madera, un corcho, una gotita de agua. La poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado”. 

Es sacrosanto recordar ahora en estos Premios Princesa de Asturias, los versos brunos cuajados de sangre ennegrecida y tenerla presente sobre sendero de nuestras vidas blancas. 

 

rnaranco@hotmail.com 



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