Un desgobierno letal

El término «desgobierno» es sinónimo de desbarajuste, desorden y negligencia, y cualquiera de estos vocablos es predicable de este desGobierno que lamentablemente rige nuestros destinos y nos encamina a velocidad de crucero hacia el precipicio de la pobreza, el paro, la crisis económica y el enfrentamiento social. 

Una de las manifestaciones más evidentes de esta forma de desgobernar la podemos observar en el fenómeno de la migración que se ha cebado con las Islas Canarias.

Que el sujeto cuyo nombre no voy a pronunciar porque me produce sarpullidos patrocine un referéndum para el pueblo saharaui es, además de una afrenta gravísima para el reino de Marruecos, una invasión y un atropello a las competencias que en exclusiva corresponden al Presidente del Gobierno y a la Ministra de Asuntos Exteriores.

Más aún, es ir en contra de las decisiones de la ONU, que ya hace tiempo abandonó esa alternativa para sustituirla por una «solución pactada».

Pensar que el reino alauí va a abandonar el Sahara Occidental, territorio rico donde los haya, como poseedor de minas de fosfato, bancos pesqueros, reservas de petróleo, hierro, cobre, uranio y circonita, es una utopía.

Mientras, siete mil migrantes han invadido las islas, muchos alojados en hoteles de cuatro y cinco estrellas, algunos de los cuales protestan porque sus habitaciones no tienen vistas al mar y otros vagando sin rumbo por Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. ¿A qué se van a dedicar sin dinero y provenientes de una civilización en la que la mujer es un mero objeto?

Cedo a los queridos lectores las respuestas a estas sencillas interrogantes.

Las islas tienen un índice de paro del cuarenta por ciento; por tanto, si a un pobre le sumas otro pobre, el resultado no es de dos pobres, sino de dos más pobres. 

Mientras esta crisis migratoria se producía y la Alcaldesa de Mogán denunciaba la situación ante los tribunales, el Presidente del Cabildo Insular inauguraba una exposición de bragas. Sí, han leído bien: una exposición de mil ochocientas ochenta y nueve bragas de mujer, una por cada una de las mujeres que denuncian sufrir violencia de género.

En fin, ¿dónde no cuecen habas?

Para mayor ofensa, la execrable Ley Celaá sigue su camino imparable en contra del español, de la concertada y sumiendo en el desamparo a los niños que necesitan educación especial. 

Hay que tener poco corazón para, invocando el principio de igualdad -que, precisamente, exige tratar desigualmente a los desiguales-, dejar en el desamparo a quienes más necesitan atención y cuidados singulares. 

Quieren un país de analfabetos porque solo siéndolo se les puede votar.

«Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo y con sus hechos lo traicionan» (Benito Juárez).



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