Tal vez otro tiempo

Vamos en tren de Hannover a Berlín. Los años nos delatan. Hacia mucho que no retornábamos a la actual capital de Alemania. Uno desdobla el pasado y contempla a un mozalbete en una urbe gris, dividida, en el que el peso de la Guerra Fría tenía en ella su mayor expresión.
El murallón levantado con hierro, hormigón formado  e inmensos murallones, no  separaba solamente la antigua capital del Reich, sino casas, huertas, jardines, parques, fábricas y seres humanos. Un bloqueo contra la libertad,  una empalizada  hacía frenar el éxodo de miles de personas desde la llamada – absurdo y renegrido nombre -  República Democrática.
Al final no sirvió de nada; el deseo de libertad traspasa el granito. El Muro de la vergüenza cayó en 1989 a la par que se desmoronaba el bloque comunista.
Ahora Berlín es una esencia de vida corriendo entre sus arterias que son las inmensas avenidas, grandes parques, los reconstruidos palacios, las dos Galerías Nacionales, esa Plaza de Potsdamer donde el cristal se hace cemento y sus edificios trasparentes; la torre de la televisión  rozando el cielo con su altura y ese emblemático edificio  de nombre Europa-Center, y en cuya azotea, igual a un  faro, se alza el símbolo de la Mercedes-Benz, el perenne monstruo de la industria alemana.
Uno debía regresar, como si a un templo se tratara, ante la Puerta de Brandeburgo. Ha sido un momento de recogimiento. Más de tres décadas atrás esto era desolación  y  se debía contemplar de lejos, como algo extraño y prohibido. A su lado otro símbolo doliente: el edificio de la sede del Parlamento del Reich Alemán, destruido por los bombarderos rusos y su  Ejército que, una vez  en ciudad en 1945, izó sobre él la bandera roja a manera una demostración humillante.
 Tres  semanas más tarde, ya a punto de abandonar la urbe, se celebró, igual a una resurrección esplendorosa de la pasión de vivir, una fiesta, parrada o el desmadre,  de nombre “la alegría del amor”,  una cabalgata con la participación  de  cientos de jóvenes venidos de cada lugar  de Alemania y países limítrofes.
Uno se puede asombrar de alguna cosa – ya pocas -  pero ver a  muchachas en flor con los pechos al aire – algunas totalmente desnudas – glorificando el afecto, es mucho para un ser sensible  a la anatomía femenina.
En pleno centro del acto multitudinario  se  alza la columnata de La Victoria.  “Goldelse” la llaman los berlineses. El escultor Friedrich Drake, hizo posar desnuda a su casta hija Margarete y la colocó como figura matizada de oro a una altura de 70 metros.
Y así, saliendo de la Puerta de Brandeburgo a la Columna de la Victoria, muchas jovencitas siguiendo el ejemplo de Margarete, dejaron sus senos al viento con el deseo inocente de que los árboles del cercano Parque Zoológico se pusieran más verdes.
Eran ardores carnales  igual a limones, ciruelas, melones o aceitunas.  El florecimiento del regocijo más excepcional recubierto de inocencia pura.
Tal vez fueran otros tiempos.



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