Guía para visitar el water de una gasolinera y no morir en el empeño

 

Mientras el hombre fue nómada, la naturaleza era su inodoro. Una vez que se hizo sedentario, intentó alejarse de sus deshechos tanto como le pedía su olfato, pero sin olvidar las perentorias e inopinadas necesidades de su sistema digestivo.

 

A grandes rasgos, ahí está el origen del WC (“water closet”: agua encerrada o armario con agua).

La historia del WC estuvo marcada por la tendencia hacia una concepción privada de la higiene, como contrapunto a la inveterada costumbre de hacer las necesidades a la vista de todos. Tal es así que Erasmo de Rotterdam, autor de uno de los primeros libros de etiqueta de la historia, advierte que “es descortés saludar a alguien mientras está orinando o defecando”.

Esta privacidad intenta mantenerse no solo en el ámbito sagrado del domicilio, sino en cualquier otro recinto público o privado que visitemos por obligación, por devoción o por vacación, cubriendo tanto la eventual permanencia como la itinerancia.

En este último punto situamos los WC de las gasolineras, para cuya visita daremos algunos consejos prácticos que estimamos muy útiles dadas las fechas que corren.

No se trata de abordar el tema con pesimismo, pero la realidad impone partir del informe desarrollado por el Real Automóvil Club de España (RACE) en el que, de ocho estaciones de servicio analizadas, seis ofrecen resultados insatisfactorios “e incluso peligrosos para la salud” en lo referente a higiene, especialmente en los aseos de caballeros.

 

Sea con la manida frase masculina “¿dónde puedo lavarme las manos?”, con la femenina “¿dónde puedo empolvarme la nariz?” o con la infantil  “mamá, quiero mear” -estamos pensando en personas educadas y pudorosas-, el repostaje es seguido, inexorablemente, de una visita al WC.

Lo primero que sorprende es su lamentable estado: mensajes escatológicos y sexistas adornan un recinto húmedo y decrépito en el que muchos de los anteriores visitantes han dejado sus tarjetas de visita con todos los datos.

En el caso de los hombres, si las necesidades son menores, lo tienen fácil y les basta con situar los pies en el lugar menos mojado y soportar los olores; si las necesidades son mayores e irreprimibles, lo mejor es adoptar la postura tailandesa, esto es, subirse a la taza, ponerse en cuclillas y tener suerte.

En el caso de las mujeres, la cosa se complica. Con independencia del tipo de necesidad, lo más recomendable es optar, de mano, y si el calzado lo permite, por la postura tailandesa, si bien en este caso con el inconveniente añadido del bolso, que se recomienda colgar de la cabeza. Si, además, la puerta no tuviera cerrojo, lo más práctico es adoptar la pose del Discóbolo de Mirón extendiendo la mano izquierda o, si la distancia lo permite y resultara más cómodo, la cabeza a modo de tope para evitar visitas inesperadas en tan comprometida situación.

 

¿Para qué, entonces, los WC?

 

Sigue plenamente vigente la escatológica carta escrita por la duquesa de Orleans en 1694 a la electriz de Hannover en la que le comenta sus penas por no disponer de baño privado: “Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis: ¡cagad, pues, toda vuestra mierda de golpe! No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi cagallón hasta la noche; no hay retretes en la casa, por consiguiente, la molestia de tener que ir a cagar fuera me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada. Todo el mundo nos ve cagar, pasan por allí hombres, mujeres, chicas, chicos, clérigos y suizos. Ya veis que no hay placer sin pena, pues si no tuviera que cagar, estaría en Fontainebleau como pez en el agua” (Laporte, 1978, 20, reproducido por Roberto Goycoolea).

 

¿Para qué, entonces, los baños privados?

 

Qué tienen de privados los WC de las gasolineras cuando la fauna que los visita los inunda (nunca mejor dicho) de mensajes y regalos? ¿Tendrán los mismos comportamientos en sus casas?

La higiene está íntimamente vinculada a la educación y, lamentablemente, nuestro nivel es pésimo.

Para acabar, dos máximas que deberían figurar en los luminosos de todas las gasolineras:

“Cagar da gusto, oler da pena, no seas cabrón y tira de la cadena”.

“Caga feliz, caga contento pero, por favor, caga dentro”.

 



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