Media docena de güevos y un choricín

Esto de la crisis está teniendo unas derivadas sociológicas interesantísimas. Vamos, interesantísimas desde el punto  de vista del estudioso, porque lo que es para mí son más bien pa ponese a pensar. No me resisto a contarles la reciente vivencia de un buen amigo, profesional muy cualificado en su oficio y excelente persona, que, por circunstancias de la vida, vive solo en uno de esos portales medianos donde los vecinos todavía se conocen y en el que residen varias familias asturianas, según me tiene contado, lo que siempre es más agradable en estos tiempos de terrible y dañosa aculturación en los que ya hasta agradeces que te digan 'ye' y gracies' para no sentirte en casa Dios.

 

A lo que diba. Hace unos meses, mi amigo, por aquello de que no dijesen que es un solitario que no tiene ni perrito que lu ladre, después de informarse concienzudamente de tipos, razas, tamaños, hábitos, colores y manías perrunas, se hizo con un cachorrin, juguetón y traviesu, del que habla siempre que tiene ocasión, síntoma de que realmente le hace compañía.

 

Pero el perrucu, que algún defecto tenía que tener, comenzó a levantar la pata delante de una esquina de la librería de mi amigo, regando los bajos lomos de algunos libros con el consiguiente fastidio de sus autores, supongo, y del propietario y compañero de piso.

 

Después de mucho pensar, decidió poner unos cartones delante de la librería, al menos hasta lograr quitarle al chucho la fijación mingitoria. Pero ¿y los cartones? Tras un par de batidas nocturnas descubrió que en un comercio cercano a veces dejaban alguna caja de cartón vacía para el servicio de basuras y, ni corto ni perezoso pero aprovechando la oscuridad de la noche cual delincuente enmascarado, comenzó a recoger las cajas y llevarlas a casa, donde el cánido las mojaba convenientemente, mi amigo las sustituía por otra y tiraba la vieja a una bolsa de basura debidamente troceada.

 

Así estuvo varias semanas, hasta que un buen día, falto de azúcar para el café decidió pedir un poco a su vecina, una amable vieyina emigrada desde les cuenques, que muy afanosa ella volvió con un paquete de azúcar, media docena de güevos y ¡un chorizu! Mi amigo plasmó. No supo qué balbucir y mientras ella lo echaba de vuelta a casa con un "hay prubín, la fame que tarás pasando" mientras cerraba la puerta se quedó alucinando en colores.

 

Al día siguiente, después de rumiar toda la noche cual muela de molín, decidió preguntar a la portera si su vecina estaba chochina, o algo parecido. Y así, tras muchos rodeos iniciales, obtuvo la explicación. Como los vecinos lo vieron carretando cartones de noche a casa, y no los vieron salir, dedujeron que estaba oficiando de cartonero para ganarse unos duros y que almacenaba el botín hasta tener un par de tonelades o así. Y de ahí sacaron la lógica conclusión de que su vecino estaba en el paro y sin un duro. Hay que tener en cuenta el hecho de que un severo rapapolvo de su médica de cabecera, acerca de diabetes adultas e infartos de miedo, había puesto a dieta a mi amigo con lo que estaba de un tipo que no veas. Así que la vecina, solidaria ella, decidió acabar con su imaginario ayuno con unos güevos y un chorizu. ¡Qué coses!

 

La moraleja es que la crisis nos está volviendo a todos un tanto psicóticos. Así que, si ven a un conocido más delgado o con una caja de cartón a rastras ¡no piensen mal! Igual compró un perru.



Dejar un comentario

captcha