“liquore di limoni”

 Todo perece: la luz y las sombras; solamente los creyentes en la divinidad de las piedras pueden escoger entre retazos de fe o sueltos poemas.

 

 La diosa María Lionza es una creación caribeña   de la necesidad del hombre o la mujer de sobrevivir por encima de las tumbas, mientras el poeta persa Khayyám es la parte decadente, y aún así sublime, de la raza humana, la misma que inventó, en un ramalazo de  locura, sus propias declamaciones de pasión,  vino y lujuria

 

Ante tal juicio, uno llanamente cuenta o narra historias, las escribe en una cuartilla y las lanza al voleo del viento cual hojas mustias y secas.

 

No seremos de este mundo ni del otro donde hay sombras aladas y suspiros conventuales, pero entre una creación arropada de dudas convertida en misterio, nos quedamos con el poeta desnudo frente al acantilado de la soledad y el amor compartido.

 

 Los seres humanos, sin eternidades que cubran tanto desasosiego interior que los sofoca, cuentan con el sentimiento de  la amistad, ese puerto para amarrar hondos miedos y magullados pesares. Lo señaló Montaigne: “Cada virtud necesita un hombre; pero el compañerismo dos”, y  en esa diatriba estábamos cuando recibimos una tarjeta.

 

 En este ir tejiendo recuerdos viene a la memoria una azulina tarde esperando en  el malecón de Marina Grande, en Capri, la llegada de la barcaza de Nápoles.

 

Sobre aquella roca calcárea, el viajero llegado de América, con  alforjas llenas de sensaciones, había venido a beber  el “liquore di limoni” y al encuentro de las sombras auditivas taladradas en voces de Pablo Neruda, Lord Byron,  Máximo Gorki,   Curzio Malaparte, Axel Munthe y Graham Greene entre otros seres sensibles  a los duros vientos del espíritu rebelde e inquisitivo, pues nadie escribe sin sentir  pasión, dolor de ausencia y un cosquilleo de ardor en la sangre.

 

 Ahora, desde la ventana, entre los árboles frondosos de El Panteón, se ve diminuto, convertido en piedra caliza o barro cocido, el busto de Omar Kheyyám. No parece solo, si no solísimo.

 

Sus cortos versos nos acompañaron más de media vida y han de servir ahora para beber el último trago de ella.

 



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