El Cardenal de Gordón

Gregorio María Aguirre nació en Pola de Gordón, el 12 de marzo de 1835, y murió como arzobispo de Toledo el 9 de octubre de 1913. En 1835 ya no está el rey Fernando VII en el poder, y le ha sustituido su hija Isabel II, pero el peso del absolutismo sigue presente, e impide que las ideas liberales se abran paso en la sociedad española. En España de trece millones de habitantes, diez son analfabetos. Y la esperanza de vida, en tiempos de Isabel II, está en los treinta y cinco años.

  Su padre Tomás Aguirre, era el escribano del pueblo y su madre Anastasia García, sobrina del cura de La Pola, lo mandaron a estudiar las primeras letras al colegio San Antonio de la villa gordonesa. Con quince años pasó por el Seminario de San Froilán para estudiar filosofía y dos años de Teología, con notable aprovechamiento, pues según consta en el expediente académico superó todas las asignaturas con la calificación de sobresaliente.

A los 21 años decide hacerse franciscano e ingresa en el convento de Pastrana (Guadalajara), ordenándose de sacerdote en el año 1859.  Y comienza su labor docente como profesor de filosofía en el convento de Pastrana. En 1861 preside el viaje misionero a Manila, al frente de 30 estudiantes franciscanos, futuros misioneros en Filipinas. Sale de Cádiz en la fragata “Luisita” en el mes de septiembre, y llega a Manila en febrero de 1862. Pero los superiores franciscanos lo reclaman como profesor y tiene que volver a España, después de estar solamente veintiún días en la capital filipina.

A los 50 años, en 1885, lo nombran obispo de Lugo. Y en esta diócesis gallega se entrega de lleno al trabajo pastoral, realizando dos Visitas Pastorales a casi 600 parroquias que tenía entonces la diócesis. Celebra el Sínodo diocesano en agosto de 1891, para recuperar la fe y la piedad del pueblo, y la disciplina clerical según pedía el concilio de Trento

También construye el nuevo Seminario de Lugo, con un capital de 250.000 pesetas para mejorar la formación de los sacerdotes lucenses. En Lugo,  Aguirre es el obispo sencillo, cercano a la gente, lleno de bondad y caridad. Por eso le dedican una calle con su nombre, que va desde el Seminario al Obispado, como recuerdo a sus nueve años de estancia en Lugo.

Con cincuenta y nueve años, en 1894, León XIII lo nombra Arzobispo de Burgos, donde pasa catorce años de su vida entregado a la tarea de pastor con total entrega. La primera medida para conocer la realidad de la diócesis, es la Visita Pastoral a las casi 900 parroquias de Burgos. La preocupación por la formación de los sacerdotes, le lleva a elevar el Seminario de Burgos a la categoría de Universidad Pontificia. Realiza también un Sínodo para poner al día la fe, la moral y la disciplina de la Iglesia. Bajo su presidencia tiene lugar en 1899 el V Congreso católico de Burgos, “en defensa de la religión católica, del Pontificado y de los valores cristianos para aquel momento social”. A partir del 2 de diciembre de 1899 será, además, administrador apostólico de Calahorra-La Calzada. Pio X el 15 de abril de 1907 lo nombra cardenal con el título de de S. Giovanni a Porta Latina.

A Toledo lo envía Pio X como Primado de España en abril de 1909, en unos momentos difíciles para la sociedad española, porque tres meses después de tomar posesión de Toledo, estalla la “Semana Trágica” de Barcelona. Acontecimiento que se llevó por delante a Antonio Maura y generó en la calle un gran descontento con la Monarquía de Alfonso XIII y nuevos brotes de anticlericalismo. A pesar de los intentos no consiguió la unidad de los católicos en materia social para mejorar la situación de la clase trabajadora. Presidió el XXII Congreso Eucarístico de Madrid, donde la Monarquía y el pueblo de Madrid se volcaron en el acontecimiento. Más tarde, en 1911, con Canalejas como presidente de Gobierno, le toca negociar la famosa “Ley del Candado”, para que no se establezcan nuevas congregaciones religiosas en España, cuya ley no llegó a aplicarse en España.

El 9 de octubre de 1913, muere en Toledo dejando detrás de sí una vida entregada como pastor, y las virtudes propias de un franciscano: prudencia, sencillez de carácter y amor a la pobreza. Dejó escrito en su testamento que se vendieran sus pertenencias personales y se repartiera el dinero a los pobres.



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