Entre la duda y la esperanza

Nada es del todo bueno ni malo del todo. Y así vamos. Podría ser el momento de inventar cosas pequeñas de resultados grandes. Y se podría, si no fuese que la pasada impresión de grandeza impide ensayar bocetos de pequeñas construcciones, levantadas, al principio, poco menos que a tientas y jugando con el perfil bueno del azar que delimita sin contemplaciones los quehaceres humanos.

El azar cambia, sin mirar, la última cabriola de los dados cuando los tiras y sale de improviso un seis, con las mismas probabilidades de que sea un uno o un cinco. Y no me digas que tú no juegas porque todos, por el mero hecho de vivir, nos jugamos en cada minuto, cada vuelta de esquina, la suerte o la desgracia, la riqueza, y, la mayor parte de las veces, una mediocridad, que, como no hace historia, casi nadie tiene en cuenta que es la que caracteriza la de la mayor parte de los humanos.

Ayer, dice el periódico, tal o cual energúmeno cometió tal o cual atrocidad y media familia fue víctima del incendio producido por un descuido. Son noticias que llaman la atención y parece que el mundo se estuviera conmocionando, pero hay treinta millones de seres que hacen la vida normal, se comportan de acuerdo con la rutina sin historia ni titulares de tabloide.

Es el momento de ensayar cambios. Cuya evolución es imprevisible, pero si no tratamos de encontrar el camino parece evidente que o no lo hallaremos o tardaremos mucho más en dar con él.

Lo que pasa es que este supuesto estado del bienestar, sobre todo para unos cuantos siempre, no suele permitir que se hagan pruebas. Se podría, si no, ensayar la constitución de pequeños centros artesanales de producción de pequeñas cosas selectas, útiles o atractivas, mediante creación y ensayo de trabajos cooperativos. En seguida aparecerían por el lugar de trabajo unas docenas de inspectores de múltiples instituciones, servicios y controles administrativos que es más que probable que ahogasen el proyecto en flor como una granizada desnuda de ella a los luego desnudos frutales.

Es probable que pudieran funcionar y aliviar el estado de necesidad de muchos, talleres gremiales solidarios, dispensados durante un período apreciable de tiempo, de cumplir los rigurosos trámites, las costosas inscripciones, las cuotas de afección a éste o aquel servicio.

Es malo subvencionar para cumplimiento de esos trámites, ahoga, imposibilita hacer cuadrar, antes de nacer el producto del ingenio, el escandallo de cualquier ilusión.

Viernes Santo. Silencio. Conmemoración de entre la duda y la esperanza de una humanidad sobrecogida.



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