La muerte de Óscar Díaz y Anilson Soares en la mina de Vega de Rengos reabre la herida de Cerredo, obliga a revisar el modelo de control minero del Principado y pone el foco en la crisis de la Brigada de Salvamento Minero. Detrás del derrumbe, dos historias de vida que explican mejor que nada la realidad del Suroccidente.
Asturias ha vivido demasiadas noches negras, pero pocas tan cargadas de simbolismo como la de este viernes en Vega de Rengos, Cangas del Narcea. Dos mineros, Óscar Díaz Rodríguez, de 32 años, y Anilson Soares de Brito, de 42, fallecieron sepultados por un derrumbe a kilómetro y medio de la entrada de la mina de antracita que explota TYC Narcea. La tragedia llega apenas ocho meses después de la muerte de cinco trabajadores en Cerredo y en pleno conflicto laboral de la Brigada Central de Salvamento Minero, que anoche volvió a demostrar que, incluso al borde del colapso, sigue siendo el último dique entre la vida y la muerte.
El accidente se produjo en el nivel -2, en una zona de rampa especialmente delicada. A las 16.58 horas llegó la llamada que disparó la movilización de todos los recursos disponibles. Un tercer trabajador logró huir antes de que la galería quedara totalmente colapsada.
El rescate: una carrera contra la piedra, el polvo y el tiempo
La entrada del pozo se llenó en minutos de vehículos, focos, cascos y rostros tensos. Primero llegaron los bomberos de Cangas del Narcea, luego el equipo del helicóptero medicalizado del SEPA, después la Guardia Civil y, por último, los especialistas de la Brigada. Mientras tanto, compañeros de los atrapados hacían lo que tantas veces se ha hecho en las minas asturianas: cavar con las manos, en silencio, con rabia, con miedo.
A las 19.45 horas, los brigadistas alcanzaron el cuerpo sin vida de Óscar Díaz. A las familias, apostadas en la explanada de la entrada, les bastó ver un gesto para comprender que el desenlace era irreversible.
Más tarde localizaron a Anilson Soares, también fallecido. Liberar su cuerpo fue un esfuerzo titánico: toneladas de material inestable, un terreno que se movía a cada golpe, un laberinto que ganaba más peligro a cada minuto. Pasadas las 23.30 horas pudieron por fin evacuarlo hasta la zona en la que aguardaban los forenses.
Detrás del carbón, dos vidas que explican un territorio
El nombre de Óscar Díaz se suma a una lista demasiado larga de vecinos de Posada de Rengos que han dejado la vida en la mina.
Era querido, trabajador, de los que nunca faltan. Tenía 32 años y una vida entera por delante. En el bar del pueblo, anoche, se repetía una frase amarga: “Otro más… ¿cuándo acabará esto?”.
La historia de Anilson Soares, por su parte, atraviesa el mapa y conecta Asturias con Cabo Verde y con las cuencas leonesas. Su familia llegó hace décadas a Caboalles de Arriba, donde muchos caboverdianos han sostenido durante años la minería en la comarca.
La tragedia se repite con una crueldad insoportable: el hermano menor de Anilson, Adolfo, murió también en un derrumbe en 2007.
Dos hermanos, dos derrumbes, dos generaciones rotas por el mismo oficio.
Estas dos vidas —asturiana y caboverdiana, renga y lacianiega— representan mejor que ningún análisis la realidad de un Suroccidente que lleva años sobreviviendo entre cierres, reactivaciones temporales, ERTEs, promesas de reconversión… y funerales.
Una mina bajo lupa: reapertura polémica y un sistema de control que chirría
La mina de Vega de Rengos no era una explotación tranquila. Tras la tragedia de Cerredo, el Principado decidió suspender cautelarmente la actividad de esta mina para revisar licencias, permisos y condiciones técnicas. La paralización encendió al Suroccidente: protestas en Cangas, plantillas movilizadas, sindicatos presionando para reabrir una mina que consideraban segura.
Finalmente, el Principado levantó la suspensión y avaló la actividad de TYC Narcea, asegurando que “todo estaba en orden”.
La explotación había superado, además, una inspección apenas 24 horas antes del accidente.
Hoy, tras dos muertos, las preguntas se amontonan:
– ¿Fueron suficientes las inspecciones?
– ¿Se estaban aplicando los protocolos más exigentes?
– ¿Qué falló en la rampa que colapsó?
– ¿Hubo señales previas?
– ¿Puede un sistema tan tensionado detectar riesgos reales a tiempo?
El eco de Cerredo vuelve a resonar: allí, las investigaciones señalan extracción de carbón en zonas prohibidas y falta de control administrativo. Aquella herida aún supura. Y esta nueva tragedia devuelve el foco al mismo lugar: ¿quién vigila, cómo se vigila y con qué medios?
La Brigada de Salvamento: héroes en crisis que vuelven a sostenerlo todo
El accidente estalla en el momento más crítico de la Brigada Central de Salvamento Minero.
Sus 19 miembros presentaron hace días una renuncia colectiva por:
– impago de miles de horas extra,
– ausencia total de relevo,
– un envejecimiento preocupante,
– equipos obsoletos,
– un modelo de trabajo que ya no resiste.
Y aun así, fueron los primeros en entrar.
De nuevo.
Como siempre.
Asturias admira a la Brigada, pero Asturias también la ha dejado caer.
La paradoja es insoportable: el cuerpo que salva vidas en cada tragedia es hoy uno de los colectivos más vulnerables del sistema.
Esta vez, su intervención vuelve a ser ejemplar.
Pero cada tragedia hace más evidente una pregunta política inaplazable: ¿qué pasará cuando la Brigada no exista?
Asturias, en un cruce decisivo
La tragedia de Vega de Rengos no es solo un accidente.
Es un síntoma.
Un síntoma de que:
– el control minero autonómico está tensionado,
– los pueblos del Suroccidente están al límite,
– la minería que queda es pequeña, peligrosa y sin relevo,
– la Brigada está en su peor momento,
– y el futuro de todo un territorio pende de decisiones políticas que se aplazan demasiado.
Óscar y Anilson no son solo dos nombres. Son dos señales. Dos advertencias. Dos historias que revelan lo que está pasando bajo tierra y sobre ella.
Asturias vuelve a llorar.
Pero esta vez, junto al llanto, llega un aviso claro: si no se actúa ya, el próximo derrumbe puede no ser solo de una galería… sino de todo un sistema.
