La Guardia Civil busca desde hace dos semanas a Tomás Rodríguez Villar, el “Rambo de Tineo”, en el mismo bosque donde se escondió durante casi dos meses en 2011. Helicópteros, drones y perros rastrean La Llaneza mientras crece la inquietud por su salud.
En La Llaneza, un pequeño caserío encajado entre montes, los vecinos miran de reojo hacia el bosque cada vez que escuchan el zumbido del helicóptero. No es la primera vez que ocurre.
Catorce años después, los montes de Tineo vuelven a tragarse a Tomasín.
Tomás Rodríguez Villar, de 55 años, desapareció hace dos semanas sin dejar rastro. La última vez que lo vieron hablaba con su primo Delfín, comentando algo tan cotidiano como el cuidado de un ternerín recién nacido:
“Tienes que darle el biberón al xatín, que no agarra bien la teta”,
dijo con voz calmada, casi paternal.
Después, silencio absoluto. No volvió a abrir la puerta ni a contestar a los gritos de su primo, que subió durante cuatro días seguidos al caserío.
Cuando la familia denunció su desaparición, Tomasín ya llevaba días en el monte.
Una búsqueda que remueve viejas heridas
El operativo desplegado por la Guardia Civil, con drones, perros rastreadores y un helicóptero de reconocimiento, trabaja a contrarreloj. Buscan entre regatos, helechales y viejas cabañas cubiertas de maleza, los mismos lugares donde Tomasín logró ocultarse en 2011 de un dispositivo que entonces movilizó a más de un centenar de agentes.
Los guardias saben que el terreno lo domina.
Los vecinos lo dicen sin dudar:
“Ese monte se lo conoce al dedillo. Si quiere esconderse, no lo encuentras ni con satélite.”
Pero esta vez hay una diferencia. Tomasín ya no es el hombre fuerte y esquivo de entonces. Tiene secuelas físicas, y su mente, dicen los que lo tratan, se fue quebrando poco a poco desde que salió de prisión en 2017.
“Ya no está como para dormir a la intemperie”, repiten los vecinos, preocupados.
La idea de que haya vuelto a echarse al monte les parece una locura, pero también, en cierto modo, una repetición inevitable de su destino.
La herida de 2011: cuando Asturias descubrió al “Rambo de Tineo”
Aquella historia sacudió Asturias.
En septiembre de 2011, Tomás mató a su hermano Manuel con una escopeta de perdigones trucada. Dijo que fue en legítima defensa, cansado de años de desprecios. Lo cierto es que tras el disparo, se desvaneció en la espesura.
Durante 53 días burló la vigilancia de la Guardia Civil, que lo buscaba por tierra, mar y aire.
Se alimentaba de lo que cazaba, dormía en cabañas improvisadas y observaba desde lo alto los movimientos de los agentes.
Las cámaras de fototrampeo del FAPAS, destinadas a registrar osos, lo captaron con aspecto de comando, barbudo, cubierto de harapos, un fusil al hombro.
La imagen dio la vuelta al país.
Mientras algunos lo tachaban de homicida peligroso, otros lo convirtieron en símbolo de resistencia, el último hombre libre de Asturias.
Cuando lo detuvieron, flaco y exhausto, apenas habló. Cumplió seis años en Villabona. Al salir, regresó a la casa familiar, a ese rincón de La Llaneza donde siempre había vivido sin apenas tratar con nadie.
Una casa vacía y una montaña que vuelve a llamarlo
Hoy su vivienda está precintada por la Guardia Civil. Dentro, dicen los agentes, la suciedad y la maleza han hecho el lugar inhabitable.
Solo quedan huellas de una vida austera: un catre, una lámpara de gas, restos de pienso y botellas vacías.
Los vecinos apenas lo veían salir. Cuando lo hacía, caminaba despacio, cabizbajo, siempre en silencio.
Por eso, cuando vieron las ventanas cerradas durante días, supieron que algo iba mal.
“Lo mismo pensó en irse unos días al monte y se desorientó”, murmuran.
Otros son más sombríos: “Yo creo que no va a volver.”
La montaña, su única patria
Para Tomasín, el monte no era un escondite, sino su único hogar posible. Lo dijo en la única entrevista que concedió tras salir de prisión:
“Criéme entre árboles, ríos y prados. La naturaleza ye lo que me gusta. No sé vivir entre gente.”
Esa frase resuena hoy con un eco trágico.
Los bosques que antes lo protegieron pueden convertirse ahora en su tumba si el frío o el hambre le vencen antes de que los equipos de rescate lo encuentren.
Un símbolo que regresa del pasado
La historia de Tomasín tiene algo de fábula asturiana moderna: un hombre roto, marcado por la soledad y la montaña, enfrentado a un mundo que no entiende.
Su nueva desaparición no solo reabre un caso policial, sino un recuerdo colectivo de culpa, fascinación y tristeza.
Porque en Asturias, quien oye el nombre de Tomasín no piensa solo en un crimen, sino en una vida entera a medio camino entre la tragedia y la leyenda.
Esta vez, nadie sabe si el monte le dará refugio o le quitará la vida.
Solo se oye el helicóptero girando sobre La Llaneza y, abajo, un valle que parece contener la respiración.
La historia vuelve a empezar.
Y Asturias, una vez más, mira hacia los árboles esperando que Tomasín vuelva a salir de ellos.
