Mientras unos acumulan miles de millones, millones trabajan y siguen sin salir de la pobreza: la gran mentira del progreso en España

Mientras unos acumulan miles de millones, millones trabajan y siguen sin salir de la pobreza: la gran mentira del progreso en España

El país presume de progreso, pero uno de cada diez trabajadores sigue en riesgo de pobreza y la infancia arrastra cifras indecentes de exclusión social. Mientras tanto, las grandes fortunas baten récords de patrimonio.

Una recuperación que no llega a todas las casas

España vive una paradoja que duele: el empleo crece, los titulares económicos son optimistas, pero la pobreza no retrocede al mismo ritmo. Según la última Encuesta de Población Activa (INE) y los informes de la red EAPN y Oxfam Intermón, uno de cada diez asalariados en este país trabaja y sigue siendo pobre.

Sí, trabaja. Cumple su jornada, paga impuestos, llena el depósito, compra libros de texto, pero no llega. El 11 % de los asalariados está en riesgo de pobreza, el tercer peor registro de toda la Unión Europea. En los empleos temporales, parciales o mal pagados, ese porcentaje se dispara.

Y mientras millones se exprimen para llegar a fin de mes, la otra España —la de los consejos de administración— multiplica su riqueza con velocidad de vértigo.

La vergüenza de las cifras

El informe más reciente de la revista Forbes revela que las 100 mayores fortunas españolas suman 258.870 millones de euros, un 7 % más que el año pasado. Entre ellas, los mismos apellidos de siempre: Ortega, Del Pino, Roig. Solo Amancio Ortega y su hija Sandra acumulan más patrimonio que el presupuesto sanitario de varias comunidades autónomas juntas.

En paralelo, informes como el de Oxfam Intermón (“Pobreza laboral: cuando trabajar no es suficiente”) desmontan el discurso triunfal: el empleo crece, pero no basta para salir del hoyo.

“En España, tener trabajo ya no garantiza escapar de la pobreza. Miles de personas trabajan a tiempo parcial involuntario o con sueldos que no cubren las necesidades básicas”, señala el documento.

La distancia entre quienes nadan en dividendos y quienes viven en precariedad no deja de agrandarse.

Infancia, la gran olvidada

Los niños crecen en un país que les ha fallado. Según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN), casi tres de cada diez menores en España están en riesgo de pobreza o exclusión social.
Es decir: millones de niños que viven en hogares que no llegan a cubrir lo esencial —alimentación, energía, material escolar o ropa de invierno—.

“Mi hija no va a inglés porque no puedo pagarlo. Le enseño yo lo que puedo en casa”, cuenta Marta, dependienta con contrato de 25 horas semanales en Gijón. “Trabajo, pero no vivo. Solo sobrevivo.”

La pobreza infantil no es solo una estadística. Es el reflejo de un país que ha permitido que la desigualdad se herede como un apellido más.

El espejismo del pleno empleo

El Gobierno saca pecho: España lidera el crecimiento del empleo y la tasa de paro es la más baja en 15 años. Cierto. Pero debajo del titular hay trampa.

Según los propios datos del INE, más de 18.000 hogares en Asturias tienen a todos sus miembros en paro, y el 20,4 % de los desempleados lleva más de dos años buscando trabajo sin éxito.

Los expertos lo llaman “dualidad del mercado laboral”: por un lado, un núcleo de trabajadores protegidos; por otro, una legión de temporales, eventuales y precarios. Y son estos últimos los que, a pesar de tener nómina, siguen siendo pobres.

La España que trabaja y no llega

Según el Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”, el 11,5 % de los asalariados y el 22 % de los autónomos están en riesgo de pobreza. La precariedad se concentra en sectores como comercio, hostelería, cuidados o agricultura.

El fenómeno ya tiene nombre y apellido: pobreza laboral. No se trata de vagancia ni de falta de oportunidades; es un modelo productivo que exprime al trabajador y socializa las migajas.

“El empleo precario es el nuevo paro”, resumen desde Oxfam Intermón.

Desigualdad estructural, políticas insuficientes

España es hoy uno de los países más desiguales de Europa, según Eurostat. La brecha entre el 20 % más rico y el 20 % más pobre es de las más amplias del continente.
El Estado compensa algo, pero no lo suficiente: las políticas redistributivas amortiguan la caída, no la evitan. El Ingreso Mínimo Vital apenas llega a la mitad de las personas potencialmente beneficiarias y las ayudas a la infancia son testimoniales.

Mientras tanto, el debate público se distrae con banderas, polémicas vacías o guerras culturales. Nadie parece querer hablar del elefante en el salón: la desigualdad galopante.

¿Gobierno progresista? ¿De verdad?

Es la pregunta que flota en la calle y que muchos ya pronuncian sin miedo:

¿Con qué cara se puede presumir de progreso cuando cuatro millones de personas malviven trabajando y los ricos baten récords de patrimonio?

El término “progresista” se ha convertido en un escudo vacío, repetido por inercia mientras la realidad social le desmiente cada mañana en el supermercado y en la factura de la luz.

El progreso no se mide por los discursos del Congreso, sino por cuántas personas dejan de pasar hambre y cuántas pueden vivir de su trabajo.

Y en eso, España suspende con estrépito.

Lo que tendría que cambiar ya

  • Salarios reales dignos: vincular el SMI a la inflación y a la productividad, no al capricho político.

  • Empleo estable y de calidad, no contratos troceados en semanas.

  • Reforma fiscal valiente, que haga pagar más a quienes más tienen y cierre los agujeros de la elusión.

  • Políticas familiares universales: ayudas por hijo, refuerzos escolares y guarderías gratuitas.

  • Programas de recualificación y empleo real para quienes llevan años fuera del mercado.

No se trata de limosna ni de ideología: es pura decencia democrática.

La gran mentira

España presume de modernidad, de digitalización, de récord turístico y exportaciones. Pero una sociedad que trabaja y sigue siendo pobre no es moderna, es hipócrita.

La riqueza crece, sí, pero mal repartida. Los dividendos se acumulan en la cima mientras la base sostiene el peso. Y los discursos se llenan de palabras huecas sobre igualdad y progreso.

Que no se atrevan a hablar de justicia social mientras el 11 % de los asalariados no pueden cubrir el mes y un cuarto de los niños viven en riesgo de pobreza.
Porque esa, y no otra, es la gran mentira del progreso español.

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