I. Retrato humano
Ignacio Suárez Cuesta, de 58 años, conocido en el mundo del atletismo y triatlón asturiano como “Nacho el Vasco”, era mucho más que un nombre en la lista de participantes: era un amigo, un compañero, un ejemplo de constancia, buen humor y generosidad.
Procedente del País Vasco, llevaba ya algún tiempo afincado en Asturias — domiciliado en Oviedo y residiendo en Riberas (concejo de Soto del Barco) —, donde había echado raíces, construido amistades, y cultivado una pasión que le definía: moverse rápido sobre dos ruedas.
En el club al que pertenecía — el Club de Atletismo de Pravia (CAP) — era conocido por su bonhomía, su conversación afable y su capacidad para ponerse al nivel del que llegaba nuevo. No era el ciclista que solo busca resultados; era el que animaba al de al lado, compartía rutas, ofrecía consejos y, de paso, algunos kilómetros de complicidad.
Hay quienes cuentan que en una ruta típica podía cubrir unos 150 kilómetros al volante de su bicicleta en poco más de cuatro horas y media: un número que habla de un nivel deportivo serio, sí, pero también de una pasión sin aspavientos, sin alardes. Sabía lo que hacía, y lo disfrutaba.
Deja tras de sí una pareja asturiana, un hijo veinteañero residente en el País Vasco, amigos y compañeros que hoy sienten un hueco enorme. Y en la memoria de muchos, la imagen de un hombre que un día alzó sus pedales y decidió que la carretera sería escenario, no solo de esfuerzo, sino de camaradería.
II. El accidente
El fatídico suceso tuvo lugar en la tarde del miércoles en la carretera autonómica AS-16, en el tramo que une Soto del Barco con Pravia. A la altura del kilómetro 1,5, junto a la gasolinera de Riberas, Ignacio circulaba acompañado de dos compañeros ciclistas, vecinos de Soto del Barco.
El tramo es exigente: calzada estrecha, prácticamente sin arcén, accesos locales mezclados con tráfico rodado, y una velocidad que en muchos casos supera el límite permitido.
Fue en ese escenario cuando un monovolumen, al parecer conducido por un vecino de Pravia, realizó una maniobra de adelantamiento sin calcular bien la distancia lateral, terminó por arrollar a Ignacio y provocó su fallecimiento prácticamente en el acto. El cuerpo quedó sobre la calzada hasta su levantamiento judicial y traslado al Instituto de Medicina Legal en La Corredoria (Oviedo). En el lugar intervinieron dos patrullas de la Guardia Civil de Tráfico y la unidad UNIS especializada en siniestros viales del sector de Tráfico de Asturias, que cortaron un carril y desviaron tráfico por Los Cabos mientras realizaban diligencias.
El suceso ha dejado consternación por su abrupta violencia, por suceder en pleno atardecer, siendo un deportista conocido y querido, y porque tiene lugar en una vía señalada como peligrosa por años de quejas.
III. Un punto negro anunciado
La AS-16 —que conecta Soto del Barco con La Rodriga atravesando Pravia— no es una carretera cualquiera: ya desde hace años había sido objeto de denuncias por su “estado de abandono”, su mezcla de tráfico rápido, vehículos pesados, calzada estrecha y escasos arcenes. En 2017 la diputada Carmen Fernández advirtió públicamente del riesgo que suponía ese tramo para ciclistas y automovilistas.
Por otro lado, en 2021 un camión fue sancionado tras un vídeo grabado por un ciclista en la misma vía, por no guardar la distancia lateral mínima de 1,5 metros en un adelantamiento. Esa actuación deja en evidencia que la combinación de tráfico, escasa visibilidad y maniobras temerarias no es nueva, pero los resultados —como hoy— pueden ser trágicos.
El caso de Ignacio no sólo es una pérdida individual, sino una alarma que vuelve a sonar en el mundo de la movilidad, en el deporte y en los responsables de la vía.
IV. Homenaje, emoción y exigencia
En los mensajes que han surgido tras la noticia se repite la palabra “ejemplo”: Ignacio como deportista, como persona. En el CAP y en otros clubes de la zona han anunciado guardas de silencio, rutas en su memoria y una apelación a la prudencia.
Pero también hay una exigencia firme: que no quede en la lista de accidentes uno más. Que haya respuestas reales —mejores arcénes, señalización más clara, control de velocidad, vigilancia de adelantamientos peligrosos— para que la carretera no cobre tantas vidas como ciclistas, peatones o conductores imprudentes.
Porque perder a alguien como Ignacio es perder parte de esa comunidad amigable que pedalea con constancia, que comparte ruta y conversación, que vive el deporte no sólo como competición sino como hermandad.
