Los hombres se están replegando, las mujeres disfrutan entre amigas y la confusión sentimental avanza a golpe de contradicciones. La igualdad se dice; el deseo, no tanto. Bienvenidos a la era de la cita en crisis.
A las ocho de la tarde, la terraza de cualquier ciudad española parece una postal repetida: grupos de mujeres riendo, brindando, charlando entre ellas. Ellas llenan las mesas, los bares, las tardes. Ellos, cada vez menos. Alguno aparece de refilón, se sienta incómodo, habla poco. En las sillas vacías parece dibujarse una nueva soledad masculina, callada y torpe, que no sabe muy bien dónde encaja en un mundo donde las reglas del amor y el deseo se están reescribiendo.
La serie Machos Alfa, que muchos ven entre risas, acierta más de lo que parece: los hombres están perdidos. Perdidos entre lo que se espera de ellos y lo que de verdad se desea de ellos. Entre el discurso igualitario y el magnetismo primario que sigue tirando de ambos sexos hacia territorios que no se mencionan en público.
Quieren agradar, no ofender, no invadir. Pero el resultado es que no seducen, no arriesgan, no aparecen.
La deconstrucción tiene un precio
Durante años se les pidió que se “deconstruyeran”: que fueran más sensibles, más empáticos, menos alfa. Y muchos lo intentaron. Aprendieron a callar cuando antes hablaban, a preguntar antes de besar, a no interrumpir, a compartir. Pero el problema es que no hay manual de sustitución para la masculinidad. Se les dijo lo que no debían ser, pero nadie les explicó cómo ser ahora.
“Los hombres han perdido el guion y las mujeres ya no quieren esperar a que lo encuentren”, comenta una psicóloga de parejas. El resultado es una generación de ellos con miedo a meter la pata y una generación de ellas que prefieren la cena con amigas antes que una cita incómoda con alguien inseguro.
Entre lo que se dice y lo que se desea
El discurso es claro: las mujeres quieren igualdad, respeto, sensibilidad. Pero el deseo no siempre firma ese manifiesto. Lo demuestran estudios recientes sobre atracción, pero sobre todo lo demuestran las conversaciones sinceras, las confidencias de sobremesa: a muchas las sigue atrayendo el tipo seguro, decidido, con un punto de liderazgo.
No el que impone, sino el que guía. No el que domina, sino el que inspira. Y eso descoloca a muchos hombres que, tras años de autocensura, ya no saben si tomar la iniciativa es machismo o simple interés.
Hay, además, un dato incómodo: buena parte de las infidelidades femeninas —según psicólogos consultados— no son con hombres “deconstruidos”, sino con tipos más clásicos, incluso autoritarios. La biología y la moral no siempre votan lo mismo.
El repliegue masculino
El resultado es visible: menos citas, menos relaciones estables, más miedo y más pantallas. Muchos hombres, agotados del campo de minas emocional, se refugian en el gimnasio, los videojuegos o el silencio. Otros, en el cinismo: “Para qué intentarlo, si digas lo que digas te equivocas”.
La “masculinidad tóxica” dio paso a la masculinidad invisible: hombres que ya no molestan… pero tampoco fascinan.
Mientras tanto, las terrazas se llenan de mujeres que se lo pasan bien sin esperar a nadie. No es que no quieran pareja; es que no quieren perder energía en educar a otro adulto. Son independientes, resueltas, autosuficientes… y están solas, pero solas por elección antes que acompañadas por inercia.
El nuevo contrato sentimental
No todo es desolador. Está emergiendo un nuevo tipo de hombre, al que podríamos llamar “el alfa tranquilo”: seguro pero no agresivo, emocional pero no frágil, claro sin ser invasivo. No necesita marcar territorio, sino compartirlo.
Este hombre no reniega de su masculinidad, la redefine. No se disculpa por desear, pero sabe hacerlo con respeto. Y eso, curiosamente, empieza a resultar mucho más atractivo que el macho de manual o el hombre que pide permiso para existir.
¿Qué pasa ahora?
Las reglas del juego sentimental se están reescribiendo sobre la marcha. Las mujeres se adelantaron; los hombres todavía buscan el manual de instrucciones.
Y en las terrazas de España, cada tarde, se sigue repitiendo la escena: ellas con risas, ellos ausentes.
Pero tal vez no sea el final de nada, sino la pausa necesaria antes de un nuevo tipo de encuentro, más honesto, menos temeroso.
Porque, al final, nadie quiere una guerra de sexos. Lo que queremos —aunque cueste admitirlo— es volver a encontrarnos sin miedo a ser nosotros mismos.
