Cinco años después de la promesa de Pedro Sánchez, 12,5 millones de personas siguen en riesgo de pobreza o exclusión. La recuperación ha pasado de largo por los mismos de siempre: jóvenes, mujeres, inmigrantes, familias de alquiler y trabajadores pobres. Los políticos, eso sí, siguen cobrando puntuales.
La frase fue lapidaria. En plena pandemia, con medio país encerrado, Pedro Sánchez apareció en televisión y dijo solemne: “Vamos a articular medidas para que nadie se quede atrás.”
Era el mantra del “escudo social”, la promesa que justificaba los decretos de emergencia y las ruedas de prensa de madrugada. Cinco años después, esa promesa se ha estrellado contra la realidad: España es hoy un país con récord de empleo… y con 12,5 millones de personas que viven al borde o dentro de la pobreza.
Lo dicen todos los informes, nacionales e internacionales. Pero lo más grave no es la cifra —que ya de por sí es insoportable— sino el silencio con el que los políticos la digieren. Porque mientras ellos se reparten ministerios, coches oficiales y asesores, uno de cada cuatro ciudadanos sigue atrapado entre la precariedad y el olvido.
Una cuarta parte del país vive sin red
El último informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN) lo deja claro: el 25,8% de la población española está en riesgo de pobreza o exclusión social, una tasa que equivale a 12,5 millones de personas.
De ellas, más de 4 millones sufren carencia material y social severa: no pueden calentar su casa, no pueden afrontar un gasto imprevisto, ni invitar a nadie a comer un domingo. Gente que vive contando las monedas de la calefacción, mientras oye al Gobierno celebrar “la mayor recuperación de la historia”.
Sí, España ha crecido. Pero ha crecido para unos pocos. El 10% más rico acapara casi la misma renta que la mitad más pobre junta, y el discurso del “crecimiento inclusivo” ya solo suena a sarcasmo.
El país está dividido entre quienes sobreviven y quienes se felicitan de que los demás sobrevivan.
La infancia: el fracaso más obsceno
Si hay un dato que retrata esta decadencia moral, es éste: uno de cada tres niños en España vive en riesgo de pobreza (34,6%).
Mientras el Gobierno presume de récords de gasto social, 2,3 millones de menores crecen sin lo básico. En hogares monoparentales —casi siempre con una mujer al frente— la pobreza roza el 50%.
Somos el país europeo que menos logra reducir la pobreza infantil con las ayudas públicas. En la UE las transferencias sociales la recortan un 42%; en España, apenas un 20%.
Y aún hay quien se atreve a hablar de “escudo social”.
El empleo, el gran espejismo
Los ministros se llenan la boca con cifras de récord: “22 millones de ocupados, paro en el 10%”. Pero lo que no cuentan es que uno de cada cuatro jóvenes no encuentra trabajo (25,4%) y que el 12% de las mujeres sigue en paro, dos puntos por encima de los hombres.
Y lo peor: tener trabajo ya no garantiza salir de la pobreza.
Cada vez más españoles son pobres con nómina. Vendedores, camareras, repartidores o cajeras con sueldos que apenas llegan al SMI. Trabajan, pero no viven. Y mientras tanto, los ministros repiten en bucle que “la desigualdad se reduce”.
No. La desigualdad se cronifica. Y el Gobierno mira para otro lado.
El alquiler, la trampa del siglo XXI
En los barrios, la verdadera emergencia social no es la inflación, es la vivienda.
Casi el 40% de los hogares que viven de alquiler gasta más del 40% de su sueldo en casa y suministros.
La vivienda social apenas cubre el 3% del parque, frente al 9% de media europea. Y lo poco que hay se asigna tarde, mal y a veces nunca.
Mientras los políticos hablan de leyes de vivienda que no llegan, miles de familias viven en habitaciones, en pisos sin contrato o compartiendo techo con sus padres a los 40 años.
Esa es la España real. La que no aparece en los PowerPoint del Consejo de Ministros.
Las mujeres y los inmigrantes, siempre los últimos
El discurso oficial se llena de palabras como “igualdad”, “feminismo” y “cohesión”, pero las cifras son brutales:
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El paro femenino supera el 12%.
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La brecha salarial real ronda el 20%.
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El 70% de los trabajos precarios los ocupan mujeres.
Y los inmigrantes, esos que sostienen el sistema de cuidados, pagan alquileres más caros, trabajan más horas y son los primeros en caer cuando llegan los recortes.
Hablar de justicia social mientras ellos limpian, cuidan o reparten por salarios miserables es una obscenidad política.
Los políticos, en su nube
Ningún informe de pobreza entra en los discursos del Congreso. No hay comisiones parlamentarias que analicen por qué el IMV apenas llega al 40% de los que lo necesitan. No hay ministros pidiendo perdón por los millones que se quedaron fuera del escudo.
El sistema prefiere hablar de inteligencia artificial, transición verde o fondos europeos, pero ignora que la desigualdad está carcomiendo la democracia.
España vive una paradoja grotesca: mientras se habla de “prosperidad digital”, crece el número de trabajadores que cenan bocadillos para ahorrar luz.
La gran estafa emocional
“Que nadie se quede atrás”, prometieron. Pero detrás quedaron:
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Los niños pobres.
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Las mujeres solas.
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Los jóvenes atrapados en pisos que nunca podrán comprar.
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Los inmigrantes que limpian las casas donde se legisla su futuro.
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Los ancianos que no pueden pagar la calefacción.
Sí que se quedaron atrás.
Y lo peor no es que lo hicieran: lo peor es que ya ni siquiera se habla de ellos.
El país que se prometió solidario se ha vuelto indolente, anestesiado por los titulares y los discursos de autobombo.
El eco de una promesa vacía
Cinco años después, aquella frase sigue retumbando como un eco hueco en los telediarios de archivo: “Que nadie se quede atrás.”
Hoy sabemos que era eso: una frase. Una bandera de cartón levantada sobre un país fracturado.
La verdadera España está llena de gente que sí se quedó atrás. Y lo más trágico es que ni siquiera les da tiempo a mirar hacia adelante.
