Los nuevos indianos del Caribe: la República Dominicana planta su bandera en Colombres

Los nuevos indianos del Caribe: la República Dominicana planta su bandera en Colombres

El Archivo de Indianos se alía con empresarios dominicanos de raíz española para rescatar la memoria común entre Asturias y la isla que hoy acoge a la nueva emigración y produce fortunas con apellido asturiano.

 

En Colombres no hay casualidades. Cada bandera que ondea frente a la Quinta Guadalupe tiene detrás una historia de ida y vuelta, de barcos, herencias y sueños que se cruzan con el mar. Este noviembre, el viento del Cantábrico levantó una enseña distinta: la bandera de la República Dominicana. Su llegada al Museo de Indianos no fue una ceremonia más, sino el símbolo visible de una alianza transatlántica que lleva un año tejiéndose con discreción entre Asturias y Santo Domingo.

El acto, presidido por Francisco Rodríguez García, responsable del Archivo, y José Vitienes Colubi, empresario dominicano de raíces asturianas, reunió en el jardín del museo a la vicepresidenta del Principado, Gimena Llamedo, y a varios alcaldes de concejos indianos, como los de Villaviciosa y Cabranes. Banderas, discursos, gaitas y abrazos, sí. Pero bajo esa puesta en escena se movía algo más profundo: el reencuentro de dos orillas separadas por siglos de emigración.

Un pacto en el Caribe

La historia empezó a gestarse lejos de los hórreos. En febrero de este mismo año, en la Embajada de España en Santo Domingo, se firmó un convenio entre el Archivo de Indianos, la Asociación de Amigos del Archivo en México y la Fundación de la Inmigración Española en la República Dominicana (FINMIESP).
El documento sellaba la creación de una sala dedicada a la emigración española en suelo dominicano y el intercambio de archivos, cartas, fotografías y objetos entre ambas instituciones. El compromiso incluía una promesa solemne: izar la bandera dominicana en Colombres cuando el vínculo se hiciera oficial. Y ese día llegó.

Aquella firma, apadrinada por el embajador español, cerraba una deuda pendiente. Durante décadas, el relato del Archivo se había centrado en Cuba, México, Argentina o Puerto Rico. Sin embargo, la República Dominicana fue también refugio de comerciantes, maestros, industriales y técnicos asturianos que, a mediados del siglo XX, construyeron empresas y levantaron sus vidas lejos del Cantábrico. El vacío de su historia pedía ser llenado.

Los nuevos indianos

Los protagonistas de esta nueva etapa no llegan con baúles, sino con trajes de lino y tarjetas doradas. Son empresarios, filántropos y herederos de familias españolas que hoy mueven los hilos de la economía dominicana. Entre ellos, José Vitienes Colubi, presidente de FINMIESP, nacido en Santo Domingo pero con raíces en Ribadedeva; o Elena Viyella de Paliza, una de las mujeres más influyentes del país caribeño, referente industrial y social.

Su objetivo es claro: dar forma a la memoria de los suyos, los que llegaron a una isla tropical con la misma ambición que los viejos indianos del siglo XIX, pero en otro tiempo y con otras reglas. No regresaron con maletas llenas de dinero, sino que se quedaron, hicieron fortuna y mantienen vivo el vínculo con la tierra de sus abuelos.

En marzo, en la Casa de España de Santo Domingo, esas familias se presentaron en sociedad: Vitienes, Viyella, Armenteros, León Jimenes… apellidos que suenan en consejos de administración y en instituciones culturales. Y todos, con orgullo, pronunciaron una palabra que en Asturias emociona: indianos.

Asturias mira al sur

Para el Principado, la llegada de la bandera dominicana es mucho más que una anécdota diplomática. Encaja en un discurso que lleva meses repitiéndose: el de una Asturias que, después de enviar emigrantes durante generaciones, ahora acoge a quienes vienen del otro lado del Atlántico.
La comunidad dominicana, especialmente activa en Gijón, Oviedo y Avilés, ha crecido con fuerza en los últimos años, y su presencia en actos culturales es cada vez más visible. El izado en Colombres sirve, así, como gesto de bienvenida simbólico.
Lo explicó Llamedo con precisión: “Somos herederos de quienes se marcharon y anfitriones de quienes llegan. En el fondo, es la misma historia.”

La operación tiene también lectura económica. Cada nueva bandera en la Quinta Guadalupe suele traer consigo apoyos, patrocinios y visitantes. Con República Dominicana, el Archivo gana visibilidad en un país donde la memoria española cotiza al alza, y el Caribe gana una vitrina en Europa para exhibir la prosperidad de sus descendientes.

De los palacetes a los rascacielos

La diferencia con los indianos de antaño es evidente: aquellos volvían a Asturias y levantaban casonas de piedra; estos no regresan, pero levantan rascacielos en Santo Domingo y quieren dejar constancia de que sus raíces son las mismas. En cierto modo, representan la evolución natural del mito indiano: ya no regresan los emigrantes, regresa su legado.
El propio Vitienes lo resumió en su discurso en Colombres: “Nuestros abuelos cruzaron el océano buscando oportunidades. Hoy somos nosotros quienes venimos a agradecerles el valor que tuvieron.”

El Archivo de Indianos, que cada año atrae a miles de visitantes, se convierte así en una embajada emocional entre Asturias y el Caribe, un espacio donde la historia se amplía para incluir también a quienes nunca volvieron, pero no se olvidaron.

Un nuevo mapa sentimental

La próxima fase del acuerdo incluye una exposición permanente en la Quinta Guadalupe dedicada a los españoles que hicieron fortuna en la República Dominicana y una segunda muestra itinerante en Santo Domingo con materiales procedentes de Colombres.
El museo planea además recibir más delegaciones dominicanas y organizar jornadas conjuntas sobre migración y patrimonio.

Todo ello consolida la idea de que Colombres ya no solo mira al pasado, sino también al presente de la emigración hispana, donde los roles se invierten: Asturias exportó sueños y ahora recibe reconocimiento.

Epílogo

Cuando la bandera dominicana empezó a ondear, el cielo de Colombres se encapotó un instante. Hubo un silencio breve antes del aplauso, como si el aire reconociera que algo estaba cambiando.
Desde aquel mástil, entre el azul del Cantábrico y el verde de los prados, la historia de la emigración asturiana acaba de abrir una nueva página: la de los descendientes que vuelven, no con nostalgia, sino con poder.

Y en ese gesto —una bandera caribeña ondeando frente a una casona indiana— Asturias se reencuentra con la parte de sí misma que nunca dejó de mirar al mar.

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