El gijonés firma en Río de Janeiro una victoria apoteósica ante Vicente Luque, ídolo local y emblema del jiu-jitsu, tras tres asaltos de dominio absoluto. El asturiano sube de categoría, brilla como nunca y agranda su nombre en la historia española de la UFC.
La noche brasileña tenía dueño antes de empezar. En el Jeunesse Arena, miles de voces esperaban cantar victoria por su héroe, Vicente Luque. Pero cuando se cerró la jaula, el rugido cambió de dueño. Lo que ocurrió dentro del octógono fue un recital de precisión, temple y violencia controlada: Joel Álvarez, “El Fenómeno” de Gijón, firmó una de las victorias más resonantes del año en la UFC, derrotando con autoridad al legendario Luque en su propio terreno.
Decisión unánime: 30-26, 30-27 y 30-27. Tres jueces, una sola lectura: dominio absoluto del español.
De Gijón a Río: un salto sin red
Joel Álvarez había aceptado el combate con apenas tres semanas de margen, sustituyendo al argentino Santiago Ponzinibbio. Y no era una pelea cualquiera. Era su debut en el peso wélter (170 libras), categoría en la que muchos dudaban de su capacidad para mantener su poder frente a rivales más pesados.
Pero el asturiano, con su 1,90 m de altura, llevaba tiempo sufriendo los cortes extremos para dar el peso ligero. “Vivía en déficit constante”, confesó días antes. Aquella noche, por fin, peleaba libre, sin torturar a su cuerpo. Y se notó.
Desde el primer intercambio, se vio a un Joel más sereno, más dueño de su distancia, más maduro. Golpeó primero, conectó después… y cuando su puño derecho impactó en el ojo de Luque, el público enmudeció. El brasileño, creyendo que había sido un piquete ilegal, pidió parar la pelea.
El árbitro detuvo el combate, revisó la acción, y se confirmó lo que las cámaras mostraban: golpe limpio, puño cerrado, técnica pura.
Tres asaltos de dominio total
El parón no alteró el destino del combate. Joel recuperó el ritmo y se dedicó a ejecutar un plan quirúrgico: patadas al cuerpo, rodillas voladoras, combinaciones limpias que desarmaban al brasileño golpe a golpe. Luque, fiel a su reputación de guerrero, se negaba a caer, pero su rostro era un mapa del castigo.
Cuando el combate se fue al suelo, el público creyó que llegaba el turno del maestro del jiu-jitsu. Error. En la lona, Álvarez controló, castigó y humilló técnicamente a un hombre que había hecho de esa disciplina su seña de identidad.
Martillazos con los codos, intentos de sumisión, control de cadera impecable. Luque resistía por orgullo, no por opciones.
El segundo asalto fue una clase magistral. El tercero, una exhibición de inteligencia. Joel bajó el ritmo, gestionó la ventaja y selló una victoria que vale mucho más que tres puntos en una tarjeta.
La noche en que nació un nuevo contendiente
Al sonar la campana final, Luque, con un ojo casi cerrado, levantó la mano de su rival. La deportividad fue tan grande como la paliza recibida.
Joel, exhausto, miró al cielo y sonrió:
“Era un sueño pelear con Vicente. Lo admiraba. Hoy he aprendido de él. Gracias, Brasil.”
La ovación fue ensordecedora. En casa ajena, El Fenómeno salió en hombros.
Con esta victoria, el gijonés rompe su racha de finalizaciones (esta vez ganó a los puntos), pero lo hace con una actuación que le abre la puerta a los grandes nombres del wélter. Su poder sigue intacto, su técnica crece, y su temple —ese que sólo da la madurez— lo sitúa ya en el radar de la élite.
???????? Un español grande entre gigantes
En un año donde Ilia Topuria llevó la bandera española a la cima del peso pluma, Joel Álvarez ha recordado al mundo que España tiene dos fenómenos en la UFC.
Uno reina en el aire; el otro domina la jaula con una mezcla de precisión quirúrgica y frialdad nórdica que asusta.
Esa noche en Río, la bandera asturiana ondeó sobre el octógono.
Y en cada esquina del pabellón, entre los ecos del samba y el olor a linimento, quedó grabada una certeza:
El Fenómeno ha llegado para quedarse.