El rastro se detuvo en una cueva batida por las mareas. Dentro, su mochila, el móvil y las llaves del coche. Desde entonces, los equipos de rescate rastrean sin descanso un tramo de costa tan hermoso como implacable.
La costa de Gozón, con sus acantilados de piedra viva y su mar cambiante, guarda esta semana un silencio espeso. Bajo esos cortados de vértigo, donde las olas golpean con una cadencia que hipnotiza, la Guardia Civil busca desde el fin de semana a una mujer desaparecida cuyo rastro se perdió en el filo de la costa.
Todo empezó el sábado 4 de octubre, cuando se denunció su desaparición en Ujo, una parroquia del concejo de Mieres, a más de 70 kilómetros del mar. Nadie podía imaginar entonces que el hilo de esa búsqueda conduciría, días después, a la orilla brava de Viodo (Gozón), un paraje de acantilados afilados, cuevas y pozas donde el Cantábrico no da tregua.
De las montañas al acantilado
El miércoles, los agentes hallaron el vehículo de la desaparecida estacionado en una pista cercana al acantilado de Viodo. Poco después, en una cueva a los pies del precipicio, encontraron su mochila. Dentro, el teléfono móvil y las llaves del coche. Ningún signo de violencia. Solo el silencio húmedo de una caverna castigada por la marea.
Ese hallazgo cambió el enfoque de la investigación. Lo que empezó como una desaparición en el interior asturiano se transformó en una búsqueda costera de alta complejidad, con mar, marea y terreno inestable como enemigos.
“Todo apunta a que se movió sola hasta esta zona”, explican fuentes de la investigación. “El problema es que la costa de Peñes y Viodo es traicionera: hay cavidades que se inundan con la pleamar y apenas dejan tiempo para actuar”.
Horas de marea
El operativo se organiza casi como un pulso contra el reloj del mar.
Las unidades terrestres bajan a los puntos críticos solo durante las horas de marea baja, mientras los buzos del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) y los especialistas del Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (GREIM) rastrean desde el aire, la roca y el fondo.
A primera hora de este jueves, el capitán jefe de la Compañía de Avilés coordinaba un dispositivo formado por guardias civiles de Seguridad Ciudadana, SEPRONA, GEAS y GREIM, apoyados por un perro de búsqueda y un dron de última generación.
A ellos se suman bomberos del 112 Asturias, la unidad de drones y canes, el Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias de Cruz Roja y Salvamento Marítimo, preparados por si la investigación exigiera extender la búsqueda al litoral.
El aire huele a sal, pero también a incertidumbre. Cada marea que sube borra huellas, arrastra sedimentos y, tal vez, pistas.
La cueva y el silencio del móvil
El hallazgo de la mochila ha centrado las últimas 48 horas de rastreo.
Los investigadores han delimitado un área de búsqueda de varios centenares de metros entre Peñes y Viodo, donde se concentran cuevas y bufaderos que comunican con el mar.
“Son zonas donde el mar entra con fuerza y puede cambiar el escenario de un momento a otro”, explican miembros del dispositivo. “En estas condiciones, cada minuto cuenta”.
La cueva donde apareció la mochila queda oculta con la marea alta. Los buzos del GEAS la revisan a contrarreloj. Mientras tanto, los drones trazan mapas térmicos desde el aire y los perros rastrean las veredas que conducen hasta el borde del acantilado.
Un dispositivo que no cesa
Aunque el cuartel general de la búsqueda se ha instalado en la zona alta de Viodo, los equipos trabajan también desde el puerto de Luanco, donde se coordina la comunicación con Salvamento Marítimo y Cruz Roja.
“La prioridad ahora es no dejar sin revisar ningún hueco del litoral. Ni uno solo”, insistía un agente esta mañana.
El operativo se mantiene activo y ampliado, con turnos rotatorios para aprovechar cada ventana de mar en calma. El relieve obliga a trabajar con cuerda y a revisar grietas que apenas permiten el paso de una persona.
Un paisaje hermoso y peligroso
Quien conoce la costa de Gozón sabe que no hay dos mareas iguales. Los acantilados de Viodo y Peñes, con sus paredes de piedra gris y líquenes, son un espectáculo para la vista y un desafío para los equipos de rescate. En invierno, las olas llegan a superar los ocho metros; en otoño, las mareas vivas convierten los fondos en trampas naturales.
Los agentes que participan en el operativo lo saben bien: en cada búsqueda en esta costa se juega con el tiempo, con el viento y con la marea.
El eco de las desapariciones
No es la primera vez que el litoral de Gozón se convierte en escenario de una desaparición. La combinación de acantilados, caminos abruptos y zonas solitarias ha obligado en otras ocasiones a desplegar medios similares. Pero esta vez, el caso tiene una particularidad inquietante: el salto geográfico entre la denuncia en Ujo y el hallazgo de las pertenencias en la costa.
La Guardia Civil mantiene abiertas todas las hipótesis y trabaja tanto en la búsqueda física como en el análisis de los movimientos de la desaparecida antes de llegar a Gozón.
Del valle al acantilado
El contraste es tan poético como inquietante. La mujer salió de Ujo, tierra de carbón y montaña, y su último rastro aparece entre los acantilados del Cantábrico.
El tránsito del interior al mar es, en sí mismo, un misterio: un desplazamiento sin testigos, sin llamadas, sin actividad en el móvil.
Los investigadores cruzan registros de cámaras y matrículas, y reconstruyen la última ruta del vehículo, desde el valle hasta la costa.
La marea sigue marcando el reloj
A última hora de este jueves, el operativo continúa. Los drones sobrevuelan el acantilado, los equipos del GEAS se preparan para una nueva inmersión y la Guardia Civil sigue sin descartar ninguna hipótesis.
El mar, entretanto, sube y baja, como si respirara.
Y cada golpe de ola contra la roca parece repetir lo mismo: la costa de Gozón no entrega fácilmente sus secretos.