En el corazón de los Valles del Oso, donde el verde de las laderas se funde con el murmullo del río Trubia, el concejo de Proaza ofrece mucho más que paisajes imponentes y la famosa Senda del Oso. Aquí, la gastronomía es un pilar fundamental de la experiencia; una cocina casera, sin artificios, que sabe a tradición, a pasto y a montaña. Es la recompensa perfecta tras una jornada de caminata, el sabor auténtico de un territorio que vive a su propio ritmo.
El santuario de la cuchara: pote y fabada
Si hay un plato que define el alma culinaria de Proaza, ese es el pote de berzas. Mencionada como una de las estrellas en las cocinas locales, esta receta es la esencia de la cocina de subsistencia elevada a la categoría de manjar. A diferencia de la más conocida fabada, el pote es el guiso del día a día, un plato denso y reconfortante a base de berzas de la huerta, patatas y un compango —chorizo, morcilla y tocino— que aporta un sabor ahumado y profundo. Cocinado a fuego lento, es la energía que el cuerpo pide en un valle rodeado de cumbres.
Junto a él, por supuesto, reina la fabada asturiana. Preparada con la mantecosa faba asturiana (IGP), es el plato de las celebraciones, un ritual de cocción lenta que une en perfecta armonía la legumbre con la potencia de los embutidos de la zona.
El sabor del pasto y el camino: carnes con identidad
La ganadería extensiva es el motor de los Valles del Oso, y eso se traduce en carnes de una calidad excepcional. El pitu de caleya es, sin duda, uno de los tesoros mejor guardados. No es un pollo cualquiera; es un gallo o gallina criado en total libertad, alimentado de forma natural y sin prisas. Su carne es oscura, firme y de un sabor intenso que nada tiene que ver con la de las aves industriales. Guisado lentamente, a menudo con patatas y pimientos, es un plato que evoca los sabores de antaño.
La ternera de la raza autóctona Asturiana de los Valles, conocida localmente por su carne roxa, es la protagonista indiscutible de los segundos platos. Su carne tierna y de bajo contenido graso es la base para un cachopo memorable, pero también se disfruta en su máxima expresión en un chuletón a la parrilla o en un guiso de cabritu con patatinos, un plato festivo donde la carne tierna del cabrito se asa lentamente hasta quedar dorada y jugosa.
El queso que "ahoga el gallo" y el broche dulce
Proaza se encuentra en pleno territorio del queso de Afuega’l Pitu, una de las variedades más antiguas y singulares de Asturias, protegida con Denominación de Origen. Su nombre, que significa "ahoga el gallo", alude a su textura pastosa y compacta. Elaborado con leche de vaca, se presenta en su característica forma troncocónica (atroncau) o de calabaza (de trapu), y en dos variedades: blanco, de sabor ácido y láctico, o roxu, al que se añade pimentón para darle un toque más picante y color. Es un queso con un carácter fuerte, perfecto para degustar con un trozo de pan de escanda y un culín de sidra.
Para terminar, la repostería local sigue la misma filosofía de contundencia y sabor casero. El arroz con leche es el rey indiscutible, cremoso, cocido durante horas y rematado con una crujiente capa de azúcar quemado. Le siguen los frixuelos, finas tortitas que se sirven solas o rellenas, y las tartas caseras, entre las que destaca la tarta de queso, que aprovecha la excelente materia prima láctea de la región.
Visitar Proaza y no sentarse a su mesa es dejar el viaje incompleto. Su gastronomía no es un mero añadido turístico, sino la expresión más sincera de su paisaje y de su gente: una cocina robusta, honesta y profundamente arraigada a la tierra que la vio nacer.