Asturias vuelve a aparecer en el mapa negro de España: es, un año más, la comunidad autónoma con la mayor tasa de suicidios del país. En 2024, 114 personas se quitaron la vida en la región, lo que equivale a una muerte cada tres días. Tras estos números fríos se esconden familias destrozadas, jóvenes que pierden la esperanza y, sobre todo, un patrón que preocupa cada vez más a expertos y asociaciones: tres de cada cuatro suicidios son de hombres, y los divorciados o separados conforman uno de los grupos de riesgo más graves y menos atendidos.
Este reportaje pone el foco en una realidad que Asturias conoce demasiado bien y que España no logra frenar: el suicidio es ya la primera causa de muerte externa entre varones. La combinación de rupturas sentimentales, aislamiento social, cargas legales y precariedad económica ha convertido a los hombres divorciados en una población especialmente vulnerable.
Una estadística que duele: el suicidio en cifras
Los datos oficiales son claros: en 2024 se registraron 3.846 suicidios en España, y casi el 75% de las víctimas fueron hombres. El patrón se repite cada año. El suicidio ha superado a los accidentes de tráfico como causa de muerte externa y se ha consolidado como principal causa de fallecimiento entre varones jóvenes y de mediana edad.
En Asturias, los números son más preocupantes: la tasa regional está muy por encima de la media nacional. La región lidera el ranking autonómico en proporción de muertes por suicidio y presenta un crecimiento sostenido en las últimas dos décadas, con especial repunte tras la pandemia.
Divorcio y ruptura: un detonante invisible
El estado civil es un factor de riesgo clave. Diversos estudios internacionales confirman que los hombres divorciados o separados tienen una probabilidad mucho mayor de suicidarse que los hombres casados o en pareja. Las investigaciones apuntan a una combinación de factores sociales y psicológicos:
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Pérdida de redes de apoyo: tras una ruptura, muchos hombres ven reducidos sus vínculos familiares y amistosos.
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Carga económica y legal: los procesos de divorcio suelen implicar gastos judiciales, pérdida patrimonial y cambios bruscos en la dinámica familiar, como la custodia de los hijos.
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Falta de habilidades emocionales: los hombres buscan ayuda profesional con menos frecuencia y tardan más en verbalizar el sufrimiento.
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Mayor letalidad en los métodos: aunque las mujeres registran más intentos, los hombres consuman más suicidios por el uso de métodos más letales.
El resultado es una tormenta perfecta: ruptura, soledad, precariedad y silencio.
Una sociedad sin red: jóvenes y adultos al límite
El fenómeno no afecta solo a hombres divorciados. Los adolescentes y jóvenes también están en el punto de mira. Los intentos de suicidio y las autolesiones se han disparado entre menores, especialmente chicas, pero los suicidios consumados siguen siendo más frecuentes en varones.
Asturias ha vivido casos que reflejan esta crisis: familias que recorren consultas médicas sin encontrar respuesta, adolescentes ingresados en unidades psiquiátricas “como cárceles de cristal”, y padres que denuncian listas de espera interminables y ausencia de seguimiento tras las altas hospitalarias.
La realidad es que los recursos son insuficientes: faltan psicólogos en la atención primaria, el acceso a terapia especializada es limitado y las asociaciones que apoyan a supervivientes (familias que han perdido a alguien por suicidio) funcionan con medios mínimos.
Factores que agravan la crisis en Asturias
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Desempleo y precariedad laboral: Asturias tiene una de las tasas de paro juvenil más altas del país y amplias áreas rurales con escasa oferta de empleo.
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Aislamiento rural: en concejos dispersos, pedir ayuda es más complicado; hay menos recursos sanitarios y las redes de apoyo se rompen con facilidad.
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Envejecimiento poblacional: aunque la narrativa suele centrarse en los jóvenes, también hay un aumento preocupante de suicidios entre hombres mayores, que viven solos o en situación de dependencia.
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Escasa cultura de salud mental: pedir ayuda sigue siendo percibido como un signo de debilidad, especialmente entre los hombres.
Qué funciona (y qué falta por hacer)
Los expertos coinciden en que el suicidio es prevenible. Para revertir las cifras, es urgente:
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Detectar señales de alarma: formar a profesores, sanitarios y familiares en primeros auxilios psicológicos.
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Reforzar el seguimiento: tras un intento de suicidio, la atención intensiva en la primera semana reduce drásticamente el riesgo de repetición.
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Ofrecer apoyo a hombres divorciados y familias en crisis: asesoría legal, terapia familiar, mediación y grupos de apoyo reducen el aislamiento.
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Invertir en salud mental pública: psicólogos en centros de salud, unidades infanto-juveniles humanizadas y acceso gratuito a terapia.
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Campañas sociales sin tabúes: visibilizar la problemática para romper el estigma.
Voces que no callan
Las asociaciones de supervivientes repiten el mismo mensaje: “Hablar salva vidas”. Organizaciones como Abrazos Verdes o el Teléfono de la Esperanza trabajan en Asturias para acompañar a quienes han perdido a un ser querido y para escuchar a quienes sienten que no pueden más.
“Cada suicidio es una historia de soledad y sufrimiento que pudo evitarse. Necesitamos recursos, empatía y valentía política para enfrentarnos a esta epidemia silenciosa”, resume una psicóloga gijonesa que atiende a familias destrozadas.
Dónde pedir ayuda
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024: Línea nacional gratuita y confidencial de atención a la conducta suicida, disponible 24/7.
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Teléfono de la Esperanza (717 003 717).
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Emergencias 112: si alguien está en peligro inmediato.
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Asociaciones locales como Hierbabuena, Abrazos Verdes o grupos de duelo en hospitales asturianos.
Asturias, con su verde intenso y su aparente tranquilidad, esconde una realidad dramática: la región lidera una estadística que avergüenza. Hablar de suicidio no es morboso: es la única forma de salvar vidas. Y en ese debate, los hombres divorciados, tantas veces invisibles, deben ocupar el primer plano.