Agosto no es un mes más en el calendario asturiano. Es un estallido de gaitas, un chapuzón en la historia, un paseo entre prados vestidos de fiesta. Desde Arriondas hasta Cadavedo, desde la Ría de Navia hasta los montes del Sueve, el Principado se transforma en una verbena que celebra lo que somos: tradición, paisaje y comunidad. Bienvenidos al mes más asturiano del año.
La gran marea del Sella
Cuando amanece el segundo sábado de agosto en Arriondas, se respira algo distinto. Las calles se llenan de grupos con camisetas iguales, mochilas cargadas de sidra y ojos brillando de emoción. Porque no es un día cualquiera: es la Fiesta de las Piraguas, el Descenso Internacional del Sella, declarada de Interés Turístico Internacional.
El rugido del tren fluvial que llega desde Oviedo y Gijón, repleto de peñas cantando a coro, se mezcla con los primeros acordes del "Asturias Patria Querida". A las doce en punto, tras el tradicional pregón desde el puente, las piraguas comienzan a deslizarse por el río con una precisión caótica, mientras miles de personas animan desde las orillas, brindan con sidra y reparten bocadillos de tortilla como si no hubiera un mañana.
La carrera entre Arriondas y Ribadesella es solo el principio. Porque lo que ocurre después, en los Campos de la Oba, es otra historia: romería hasta que el cuerpo aguante. Hay música tradicional, bailes, gaitas, comida campestre, premios para los ganadores... y la certeza de haber vivido algo que va más allá del deporte, que es pura identidad asturiana flotando entre la espuma del Sella.
entre charangas y disfraces: laviana se lanza al río
Una semana después, el tercer sábado de agosto, le toca el turno a otra de las joyas de este mes: el Descenso Folklórico del Nalón, en Laviana. Si el Sella es competencia y tradición, el Nalón es creatividad y cachondeo en estado puro.
Las peñas bajan al río disfrazadas en embarcaciones construidas a mano, acompañadas por charangas, confeti y carcajadas. No importa tanto llegar, como hacerlo con estilo: hay barcos inspirados en películas, sátiras políticas, dragones, bares flotantes, papamóviles y hasta versiones acuáticas de la Santina.
El desfile comienza por la tarde, en la calle Mariano Menéndez Valdés, y termina horas después en el Prau de la Chalana, donde la fiesta continúa con una merienda multitudinaria. Las embarcaciones más originales compiten por la Sopera, el gran premio del evento, y por galardones como "Asturianía", "Folixia" o "Disfraces". Porque aquí no solo se trata de mojarse, sino de dejar huella en la historia folclórica de Asturias.
Nadadores en procesión: la épica de Navia
Al día siguiente, el domingo 10 de agosto, otra masa de cuerpos se lanza al agua. Pero esta vez, sin disfraces, sin música, sin charangas. Solo silencio, tensión… y brazadas. Es el Descenso a Nado de la Ría de Navia, una de las pruebas deportivas más antiguas de Europa, también declarada de Interés Turístico Nacional.
La cita arranca días antes, con un pregón solemne, la proclamación de reinas y damas, y competiciones previas como la Copa de Asturias en aguas abiertas. Pero el plato fuerte es esa mañana: más de 500 nadadores recorren entre 1.000 y 5.000 metros, según categorías, ante miles de personas apostadas a lo largo del puerto y la ría.
No hay fuegos artificiales. No hace falta. Solo el eco del público, la niebla sobre el agua, y el esfuerzo sobrehumano de quienes convierten la natación en ritual. Termina con entrega de trofeos, sí, pero lo que permanece es la sensación de haber remado también contra la corriente del olvido. Aquí el deporte se hace historia.
Los reyes del sueve: la Fiesta del Asturcón
Cuando el mes ya empieza a oler a despedida, en lo alto de la Majada de Espineres, se oye el relincho. Allí arriba, en plena Sierra del Sueve, se celebra cada penúltimo sábado de agosto la Fiesta del Asturcón, homenaje al caballo autóctono que aún vive en libertad en esos montes desde tiempos prerromanos.
La subida ya es un rito en sí misma. Por la mañana, decenas de personas caminan hasta la majada con gaitas, mochilas y ganas de aire puro. La misa de campaña, las exhibiciones de doma y marcaje de los potros, la comida campestre en corro, la música de gaita y tambor… todo conforma una escena que parece sacada de un documental ancestral.
La fiesta tiene un tono distinto: más íntimo, más telúrico. Aquí no hay disfraces, sino respeto por los orígenes, por los animales, por quienes trabajan el monte. Es Asturias en carne viva, la que no necesita focos para brillar.
Asturias canta su himno en el Cerro de Gijón
Apenas ha pasado una semana desde el Sella y ya suena otra vez la gaita, esta vez desde el mar. El primer domingo de agosto, Gijón se transforma para celebrar el Día de Asturias, una fiesta con más de 60 años de historia que convierte al Cerro de Santa Catalina en el balcón del orgullo asturiano.
Desde primera hora, las bandas de gaitas recorren las calles del centro. En la escalera del Náutico, en el paseo del Muro, en Cimavilla… las voces entonan “Asturias Patria Querida” mientras las banderas blanquiazules ondean al viento salado. El cerro se llena con la tradicional Puya’l Ramu, juegos tradicionales como la carrera de lecheras o el tiru cuerda, y decenas de puestos donde no falta el bollo preñao ni la sidra bien escanciada.
No es una fiesta religiosa, ni deportiva, ni gastronómica. Es una afirmación cultural a cielo abierto, una jornada para recordar que Asturias no es solo un lugar, sino una forma de estar en el mundo.
Gijón se rinde a la sidra
Y por si Gijón no tuviera bastante con una celebración, a finales de mes vuelve a explotar de alegría con uno de los eventos más esperados del verano: la Fiesta de la Sidra Natural, que este año se celebrará del 22 al 31 de agosto.
Durante diez días, la ciudad se convierte en un homenaje líquido al oro verde de Asturias. En el paseo del Muro, cientos de personas se reúnen para participar en el escanciado simultáneo más grande del mundo, con récord Guinness incluido. Se reparten miles de vasos serigrafiados, más de 30.000 litros de sidra, y las gaitas suenan sin descanso.
Hay mercado de manzanas, visitas a llagares, catas comentadas, conciertos, concursos de escanciado, juegos tradicionales y hasta un "cider-bus" que conecta distintos puntos de la ciudad. Gijón no bebe: vive la sidra como quien rinde culto a sus raíces.
Luarca se tiñe de rojo para San Timoteo
El 22 de agosto, a unos kilómetros al oeste, Luarca se viste de pañuelo rojo para rendir homenaje a su patrón no oficial: San Timoteo. Miles de personas participan en esta romería campestre que arranca con una procesión entre gaitas y termina en una comida multitudinaria en los prados del campo de San Timoteo.
Aquí no hay sofisticación, ni grandes escenarios, ni carteles de artistas internacionales. Hay comida de casa, mesa compartida, canciones de chigre y abrazos de reencuentro. Y eso basta. Porque San Timoteo no se explica: se vive.
La Regalina: un acantilado para celebrar la vida
El 31 de agosto, cuando el mes se apaga, Asturias lanza una última traca en uno de los lugares más bellos de su geografía: La Regalina, en Cadavedo. Allí, al borde del acantilado, se alza una ermita entre prados verdes y mar azul. Y allí acuden cada año miles de personas vestidas de aldeana, porruano o galán, para rendir homenaje a una tradición que combina espiritualidad, fiesta y patrimonio inmaterial.
Hay procesión, sí, pero también bailes típicos, grupos de gaitas, coros, mercado tradicional y comida en el campo. Es el epílogo perfecto de un mes de fiesta, como si Asturias quisiera despedirse con una postal de lo que la hace única: su paisaje y su gente.
La sinfonía de un mes irrepetible
Entre medias, hay decenas de celebraciones que merecen nombre propio: el Festival Intercéltico d’Occidente en Tapia, el Mercado Vaqueiro en Cudillero, el Desfile de Carrozas en Valdesoto, el Certamen del Queso de Cabrales, el Festival del Queso Casín, el Día de los Pueblos en Navelgas, el Carmen de Torazu, y muchas más que llenarían otro calendario entero.
Agosto en Asturias es una sinfonía de folixa, donde cada concejo aporta su nota, cada fiesta su color, y cada rincón su acento. No es solo un mes para pasarlo bien: es una declaración de amor a lo que somos y a lo que queremos seguir siendo.