Ozzy eterno: se apaga la vida de un genio salvaje que inventó el heavy metal

Ozzy eterno: se apaga la vida de un genio salvaje que inventó el heavy metal

Se ha ido Ozzy Osbourne. Pero no hay forma de que desaparezca.

 

El mundo del rock pierde a uno de sus fundadores, pero el universo de la cultura pierde mucho más: a una figura irrepetible, a un provocador sin censura, a un hombre que rompió todas las reglas —incluyendo las de su propia biología— y las convirtió en arte, escándalo y eternidad.

Ozzy murió el 22 de julio de 2025, a los 76 años, rodeado de su familia y tras años de complicaciones de salud. Su cuerpo no resistió más. Su figura, en cambio, queda tatuada para siempre en el ADN del rock.

Y si Black Sabbath puso los cimientos del heavy metal allá por 1968, fue él quien le dio forma, actitud, sombra y grito. Ozzy no solo fue cantante: fue símbolo. Fue un canal por el que fluyó algo más que música: fluía una revolución.

El genio que salió de las fábricas

Nacido como John Michael Osbourne en Aston, Birmingham, su adolescencia transcurrió entre trabajos mal pagados, pequeños delitos y una atracción magnética por los Beatles. Conoció a Geezer Butler y, tras varios intentos, fundaron Black Sabbath.

Su voz aguda, casi espectral, sobre las guitarras pesadas de Tony Iommi, abrió una dimensión que el rock aún no había explorado: el metal oscuro, ritual, industrial, aterrador y profundamente liberador.

Álbumes como Paranoid, Master of Reality o Vol. 4 no solo definieron un estilo musical: crearon una subcultura entera.

El escándalo como lenguaje

Ozzy mordió un murciélago en un concierto. Ozzy orinó sobre un monumento a El Álamo. Ozzy fue expulsado de su propia banda por excesos. Pero también Ozzy volvió, se reinventó en solitario, firmó himnos como Crazy Train, y se convirtió en un fenómeno global con The Osbournes, el reality de MTV que lo mostró como lo que era: un loco entrañable y auténtico.

En un mundo lleno de impostores, él era lo contrario. Decía lo que pensaba, hacía lo que sentía, vivía como quería. Y eso, en tiempos de imagen y cálculo, era revolucionario.

Una despedida a su altura

El pasado 5 de julio, apenas 17 días antes de su muerte, ofreció su último concierto en Villa Park, Birmingham, su ciudad natal. Lo hizo junto a sus compañeros de Black Sabbath en el espectáculo titulado “Back to the Beginning”, un regreso al origen ante más de 40.000 personas.

Su voz aún resistía. Su cuerpo, apenas. Fue un adiós sin decir adiós. Un rito. Una bendición pagana del heavy metal.

Metallica, Brian May, Ronnie Wood, Foo Fighters, Elton John, Chad Smith, Travis Barker, Pantera, Tom Morello, Yungblud… todo el rock —viejo y nuevo— se inclinó ante él. No por cortesía, sino por deuda.

"Gracias por todo lo que hiciste por el heavy metal", escribió Pantera.
"Una de las personas más divertidas que he conocido", dijo Elton John.
"Me alegra haber podido despedirme de él", confesó Brian May.

Incluso David Beckham y Adam Sandler lo homenajearon. No solo los músicos lo entendieron. Ozzy era una figura pop sin quererlo, sin buscarlo, sin forzarlo.

La enfermedad, la dignidad

Desde 2020 vivía con párkinson. Su movilidad se fue reduciendo, pero su presencia no. Dio entrevistas, grabó, participó en conciertos. Se negó a desaparecer. Hasta el último día fue Ozzy.

No pidió compasión. Regaló fuerza.

Ozzy para siempre

Ozzy Osbourne no fue el mejor cantante del mundo, ni el más técnico, ni el más comercial. Pero sí fue algo que nadie más ha logrado: una figura fundacional que sobrevivió a su propio mito y lo convirtió en carne y hueso.

Fue comedia y tragedia. Fue padre, demonio, showman, mártir, y sobre todo, icono.

Se ha ido el Príncipe de las Tinieblas. Pero no hay luz sin sombra. Y Ozzy —desde el otro lado— seguirá rugiendo cuando suene una guitarra distorsionada, cuando un chaval se ponga su primera camiseta negra, cuando alguien escuche “Iron Man” en un coche con las ventanillas bajadas.

Ozzy no ha muerto. Solo ha subido el volumen.

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