Tragedia en el río Nalón: un joven de 18 años desaparece bajo el agua frente a su padre y sus hermanos pequeños sin que nadie pueda hacer nada

Tragedia en el río Nalón: un joven de 18 años desaparece bajo el agua frente a su padre y sus hermanos pequeños sin que nadie pueda hacer nada

El joven, cubano y vecino de Oviedo, fue arrastrado en una zona profunda mientras disfrutaba de un día en familia. La búsqueda movilizó helicópteros, buzos y psicólogos, pero nada pudo hacerse por salvar su vida.

Por la mañana, el sol brillaba como si nada pudiera torcer el día. Pero a las cinco y veinticinco de la tarde, la alegría se convirtió en gritos de pánico, y el Nalón se tragó para siempre a un joven de 18 años que solo quería nadar.

 

J. L. G. P., de origen cubano y residente en Oviedo, había salido con su padre, sus tres hermanos pequeños y otros familiares a pasar una tarde de verano junto al río, en la zona de Las Caldas, un rincón habitual para muchos ovetenses que buscan refrescarse al aire libre. El lugar exacto, conocido entre los vecinos como "El Barco", esconde un pozo natural de hasta seis metros de profundidad, invisible desde la orilla, pero temido por quienes lo conocen.

El joven era fuerte, alto, atlético. Sabía nadar. Por eso, nadie imaginó que pudiera pasarle algo. Se lanzó al agua unos metros río arriba, como hacen muchos bañistas, para dejarse arrastrar con la corriente hasta donde estaba su familia. Pero algo falló.

Levantó las manos y pidió ayuda”, contó uno de los testigos. Su padre pensó que bromeaba. Su primo de quince años creyó lo mismo. Pero en cuestión de segundos, la sonrisa se tornó en desesperación. “Me lancé a por él, pero cuando estábamos a cuatro metros se hundió de golpe”, relató después su padre, roto.

Lo que ocurrió en ese instante sigue siendo un misterio. Se baraja que pudiera haberse enganchado a ramas o vegetación en el fondo, o que sufriera una indisposición repentina. El resultado fue el peor posible: se hundió y no volvió a salir a la superficie.

Una búsqueda contrarreloj

El grito de alarma no tardó en propagarse. Los presentes llamaron al 112, y en cuestión de minutos comenzaron a llegar efectivos de todas las fuerzas de seguridad: Policía Local, Policía Nacional, Bomberos de Oviedo, Guardia Civil... Pronto se activaron los buzos del parque de bomberos, que comenzaron a sumergirse una y otra vez en el agua turbia y fangosa, mientras desde una lancha otros compañeros tanteaban el fondo con pértigas. A lo lejos, un helicóptero de la Guardia Civil sobrevolaba la zona buscando alguna señal desde el aire.

Pero el río no daba tregua.

A las ocho de la tarde llegó el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS), con mejores equipos, luces y oxígeno. Lo primero que hicieron fue pedirle al padre y a los familiares que abandonaran la orilla. Llevaban más de dos horas allí, sin moverse, mirando al agua, esperando un milagro. No ocurrió.

Dos buzos descendieron exactamente en el punto donde el padre había indicado. Solo dos minutos después, a las 20:17 horas, encontraron el cuerpo sin vida de J. L. G. P. Estaba a unos cinco metros de profundidad, justo donde todos temían.

Una tragedia familiar imposible de asumir

En la senda de Fuso, a escasos metros de allí, varios familiares recibieron la confirmación de la tragedia. Un equipo de psicólogos del 112 y sanitarios del SAMU atendió a los más cercanos, entre ellos los hermanos pequeños del fallecido. No pudieron hacer más que acompañar el dolor, porque el vacío ya era irreversible.

El joven era el mayor de sus hermanos. Había llegado a Asturias con su familia en busca de una vida mejor. Era querido, alegre, con futuro. Y se ha ido sin que nadie pueda aún explicarse del todo por qué.

La Guardia Civil se encargó del levantamiento del cadáver y de informar a la autoridad judicial. Pero la herida que queda en Las Caldas tardará mucho en cicatrizar.

Una zona que ya se ha cobrado otras vidas

No es la primera vez que el Nalón actúa como trampa mortal. En mayo de 2020, otro joven de 19 años falleció ahogado en el mismo tramo. La belleza natural del paraje, que cada verano atrae a decenas de familias, esconde una realidad: el fondo es traicionero, lleno de corrientes, vegetación sumergida y pozos invisibles. A menudo no hay señalización alguna, ni vigilancia, ni advertencias visibles.

Por eso, tras lo ocurrido, muchos vecinos piden ahora que se tomen medidas preventivas: carteles de advertencia, prohibiciones de baño en zonas peligrosas y, al menos, una evaluación técnica del tramo del río más visitado.

El agua que se llevó la vida de J. L. G. P. ya ha vuelto a fluir con calma. Pero bajo su aparente serenidad, oculta la memoria de una tragedia que no debería repetirse.

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