"No era un piso de citas, era mi trabajo": condenan a dos años de prisión a un hombre por abusar de una vendedora en un ascensor en Gijón

"No era un piso de citas, era mi trabajo": condenan a dos años de prisión a un hombre por abusar de una vendedora en un ascensor en Gijón

La joven, que acudía a su jornada laboral vendiendo seguros, fue acorralada por un desconocido que la manoseó e intentó besarla. El agresor alegó que la confundió con una prostituta. El juez desmonta su relato por completo y le obliga a indemnizarla con 6.000 euros.

 

Gijón, calle Zoila. Tarde del 25 de junio de 2024. Un ascensor. Un trayecto de segundos que cambió la vida de una mujer para siempre.

Apenas eran las ocho y cuarto. La luz del día aún se colaba por el portal cuando ella, una joven vendedora de seguros, entró en el edificio como parte de su jornada. Llamó a varios timbres. Subió y bajó escaleras. Un día más. Uno de tantos.

Lo que no sabía es que en aquel pequeño ascensor que la llevaba hasta el último piso iba a vivir uno de los episodios más angustiosos y desconcertantes de su vida.

Subió junto a un hombre al que no conocía de nada. En cuanto se cerraron las puertas, la pesadilla comenzó. Manos que no pidió. Toqueteos sobre sus pechos, sus nalgas, su entrepierna. Un intento de beso. Ninguna palabra. Solo el miedo en sus ojos y el temblor de su voz al intentar frenarlo.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, su mundo había cambiado. Lo que hasta entonces era una rutina laboral se convirtió en un infierno emocional. Ansiedad. Incapacidad para volver a trabajar. Vergüenza injustificada. Y un largo camino judicial.

Una versión que no se sostiene

El hombre, sentado en el banquillo de los acusados, alegó que se había equivocado de persona. Dijo que iba a un “piso de citas” y que pensó que la mujer era una profesional.

Pero el juez no se tragó la versión. Ni él ni nadie que haya leído la sentencia del Juzgado de lo Penal número 2 de Gijón, donde se recoge con claridad que la víctima acudía por motivos laborales y que su testimonio era firme, coherente y constante desde el primer momento.

“La versión del acusado es absolutamente inconsistente. No explicó por qué una mujer a la que no conocía de nada iba a inventarse semejante acusación”, recoge la sentencia.

Los agentes que acudieron al lugar vieron a la joven “visiblemente alterada”. El novio de la víctima, que fue alertado inmediatamente después, declaró que ella no podía dejar de llorar ni de repetir lo ocurrido. No se inventaba nada. Estaba destruida.

Dos años de prisión y una herida más profunda

La sentencia, que aún no es firme, impone dos años de prisión al acusado y una indemnización de 6.000 euros por los daños psicológicos causados. Pero el dinero no borrará lo vivido. No borrará el silencio que se apodera de una víctima cuando todo su cuerpo se tensa ante una amenaza. No borrará el miedo que se cuela en los ascensores, en los portales, en cada espacio cerrado donde antes no había peligro.

Una historia que pudo ser la de cualquiera

Esta historia no ocurrió en la oscuridad de un callejón. No ocurrió en la noche. Ni siquiera en una cita. Ocurrió a plena luz del día, en el centro de Gijón, en uno de los espacios que deberían ser más seguros: el trabajo. Un ascensor. Un portal.

Y le pasó a una trabajadora cualquiera, a una mujer que salía a ganarse la vida, como tantas otras, que nunca imaginó que ese día tendría que defender su dignidad en apenas unos metros cuadrados.

Su testimonio, su firmeza y su valentía han permitido que la justicia actúe. Pero el daño ya está hecho. La herida, aunque reconocida, no prescribe en la memoria de quien la sufrió.

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