Un trabajador cae desde diez metros de altura en el polígono Bankunión 2 mientras realizaba tareas de mantenimiento en una nave industrial. Su muerte reabre el debate sobre la seguridad laboral en Asturias.
Era una mañana como tantas otras en el polígono industrial Bankunión 2, en el barrio gijonés de Tremañes. La jornada apenas había comenzado, el sol despuntaba tímido entre nubes, y dos operarios de una subcontrata habían subido al tejado de una nave situada en la calle del ingeniero Isidoro Clausel. Tenían un encargo: revisar unos conductos en la cubierta. Ambos llevaban sus arneses y estaban correctamente asegurados a la llamada línea de vida, el sistema de anclaje que debe protegerlos en caso de caída. Pero algo falló. Y uno de ellos ya no bajó con vida.
Poco antes de las 9 de la mañana, uno de los trabajadores descendió brevemente del tejado para recoger una herramienta necesaria. En ese gesto cotidiano, al pisar una lucernaria —una de esas ventanas translúcidas integradas en los tejados para dejar pasar la luz—, el material cedió. El hombre se precipitó desde unos diez metros de altura. El golpe fue letal.
Los primeros en llegar fueron los sanitarios del SAMU, alertados con urgencia por quienes presenciaron la caída. También acudieron agentes de la Policía Nacional y efectivos del Cuerpo de Bomberos. La escena que se encontraron fue desoladora: el cuerpo del trabajador yacía sin vida sobre el suelo de hormigón de la nave, sin posibilidad alguna de reanimación. Nada pudieron hacer más que certificar su muerte.
Un hombre más, una estadística más
Por el momento, no se ha hecho pública la identidad del fallecido, aunque se ha confirmado que pertenecía a una empresa subcontratada para realizar trabajos de mantenimiento en altura. La comisaría de El Natahoyo ha abierto diligencias para esclarecer el accidente, y la Inspección de Trabajo ha iniciado una investigación paralela para comprobar si se cumplían todas las normativas de prevención de riesgos laborales.
Según las primeras informaciones, tanto el fallecido como su compañero iban correctamente equipados. Sin embargo, la pisada en la lucernaria no prevista en el plan de trabajo —y quizás no señalizada o protegida adecuadamente— fue suficiente para acabar con su vida. No hay línea de vida que valga cuando se pisa una trampa invisible.
Un patrón que se repite
Este accidente no es un hecho aislado. Gijón encadena varios sucesos mortales en el trabajo en los últimos meses. En octubre del año pasado, un obrero de 62 años murió tras caer desde un andamio en Nuevo Roces. Semanas antes, en el puerto de El Musel, dos trabajadores fallecían tras el desplome de dos grúas durante una operación de desmontaje. Las cifras se acumulan. Las condolencias también. Pero las soluciones siguen sin llegar.
Asturias, como el resto de España, arrastra una deuda con la seguridad en el trabajo, especialmente en sectores donde el riesgo de caídas desde altura o el manejo de maquinaria pesada son habituales. Los sindicatos denuncian desde hace tiempo falta de control, excesiva subcontratación, presiones por productividad y un descenso de la inversión en prevención real.
Una muerte que interpela a todos
Lo que ocurrió en Tremañes no es solo una tragedia individual. Es una señal de alarma. Porque la seguridad no puede ser una cuestión de suerte ni de rutina. Porque ningún trabajador debería morir por hacer su trabajo. Porque cada muerte en el tajo deja huérfanos, viudas, amigos y compañeros que cargan con la culpa y la impotencia.
¿Quién revisó ese tejado? ¿Estaba en el plan de prevención la localización exacta de las lucernarias? ¿Se valoró la fragilidad del material? ¿Había redes, medidas adicionales, vigilancia técnica?
Son preguntas que ahora deberán responder los investigadores. Pero hay otra pregunta que flota en el aire: ¿cuántas muertes más harán falta para que deje de ser noticia que alguien muere por ir a ganarse el pan?
El silencio del polígono tras la caída fue total. Sólo el zumbido de las sirenas y el rumor del viento entre los hierros. Otro trabajador muerto. Otro tejado que se cobra una vida. Otra vez demasiado tarde.