Penalti en la librería

Penalti en la librería

He leído que alguien ha leído por ahí que un individuo ha escrito que prefiere un McDonald’s a una librería. Parece ser que quien lo piensa es un escritor con novelas y todo, y no he querido investigar más. No merece la pena. Sí me sirve acaso para constatar que las librerías, para mayor desgracia de nuestra poco solvente inquietud intelectual, están cerrando con más ganas que los McDonald’s, en estos días de desapariciones. Ese hooligan de la comida rápida que además escribe quizás nos quiera recordar que comer es fundamental para vivir, y por no hacer más chistes malos con aquello de que la lectura alimenta el alma, el saber no ocupa lugar y demás chorradas, concluyamos que en debates tan estúpidos no hay término medio. A no ser que contemplemos la aberrante posibilidad de una librería con plancha y grifo de caña o un burger con biblioteca. No conozco las estadísticas, casi mejor, pero cada vez con más frecuencia leemos en un periódico local o en un mensaje en la Red que ha cerrado una librería de toda la vida. El mercado del libro ha caído preocupantemente en los últimos años por razones muy diversas. En un principio paulatinamente, en lo que parecía un período de adaptación de la industria de la imprenta a las nuevas tecnologías y las consiguientes variaciones en los costes e incluso en los procesos. Posteriormente, la irrupción de los nuevos soportes y la ineludible diversificación del negocio. Y finalmente, la crisis económica que no entiende nada de estas cosas y devora necesidades tras haberlas clasificado con esa arbitrariedad tan caótica y tan cruel a que acostumbran las huestes neocom.  Cualquier tópico que se añada a una exposición fría pero real va a sonar a romanticismo postrero, cosa que tampoco es. La maledicencia de los tiempos está derribando mucho andamio, por eso puede parecer egoísmo pretencioso lamentar el riesgo que corre la librería de toda la vida, para quien la tenga. La librería de toda la vida que no es la farmacia de toda la vida, que no es entrar, pedir y pagar. Que es mirar, rebuscar, dar otra vuelta,  ojear y hojear, preguntar y disfrutar. No es muy afortunada que digamos la comparación del escritor del burger.

 

© Jorge Royan / http://www.royan.com.arCC-BY-SA-3.0

Dejar un comentario

captcha