Geografía universal

Geografía universal

Uno de los nada desdeñables síntomas de que el lobo ya está aquí es la aparición paulatina en la jungla política de brotes incómodos y hasta cierto punto peligrosos que plantean su discurso en torno a los males de la inmigración. Caldo de cultivo para la xenofobia que, como el embarazo, no sabe de términos medios. Se está o no se está, se es o no se es. Lo que ahora se vive en Badalona o en otras poblaciones mediterráneas, zona muy proclive a razonar pero poco (sin generalizar, por supuesto), tiene precedentes de similitud en la vieja Europa. Incluso en periodos muy anteriores a la situación actual de crisis global, utilizada sin duda para despertar fantasmas que en otro momento permanecen en sus ataúdes sin llave. Le Pen y los devaneos austríacos podrían ser los más llamativos de estas últimas décadas, pero como sabemos existe una localización dispersa y concreta evidente. La conciencia de cada uno apenas sabe de mapas.

Esta crisis brutal que alumbra los caminos es ideal para enmascarar intereses económicos y ocultarlos en actitudes impresentables. Un ejemplo socorrido de posturas seriamente censurables es el de relacionar directamente al emigrante con la seguridad ciudadana, siempre en términos negativos, claro. El pernicioso eufemismo de lo políticamente correcto se ha trocado en todo lo contrario. Lo políticamente incorrecto asoma por encima de una pancarta que devuelve fotografías que dan miedo. Las pocas conquistas sociales que se han logrado en lo que se denominó multicultura o mestizaje, términos prácticamente desaparecidos, están en peligro de extinción o, cuando menos, en pleno frenazo por los agobios económicos y el destrozo que ocasiona saber que detrás de las cifras del paro hay caras, nombres y apellidos.

Los inmigrantes de a pie (descartamos intelectuales y futbolistas) fueron comiendo terreno al mar del empleo por la puerta trasera, por los puestos de trabajo que el nativo, en la bonanza del bienestar y del mercado, fue abandonando poco a poco hacia aventuras individuales o exigencias más acordes con la evolución en su preparación y en su formación. En el momento en que se ha generalizado la proliferación de licenciados en filosofía o bioquímicas que trabajan en servicios municipales de limpieza, porterías de discotecas, jardinería urbana y hostelería toda pero breve, el inmigrante ha comenzado a tener problemas. Lo que hasta hace poco fue Eldorado se ha convertido en un reloj de espera entre subsidio y subsidio, un regateo para lograr en el mejor de los casos sueldos submileuristas. Así, la coyuntura parece, sólo parece, dar la razón a quienes profetizaron que la emigración iba a tomar el relevo del terrorismo y el paro como problema más relevante para los ciudadanos. En estos momentos hay gente empeñada en que emigración y paro confluyan en el mismo punto oscuro de lo indeseable. Esta corriente de pseudopensamiento no debería prosperar en una civilización que es capaz todavía de darse un tiempo para reflexionar y tratar de encontrar soluciones a un barullo cada día más considerable.

El sistema se rompe sin necesidad de antisistema, es perverso buscar daños colaterales en cuestiones excluyentes y proclives a la marginación y el racismo. El sociólogo Joaquín Arango recordaba recientemente en Oviedo (en el marco del muy loable ciclo sobre demografía y políticas demográficas que organizó el Instituto Asturiano de Estadística) que alguien escribió cínicamente alguna vez que Europa admite a todos aquellos inmigrantes a los que no ha conseguido rechazar. Arango, en la misma ponencia, hacía un más que interesante análisis de la gestión de las migraciones desde las administraciones europeas en el que aportaba una serie de realidades que ilustran temores y pronósticos nada halagüeños sobre nuestra actitud respecto a las inmigraciones. En Qatar, por ejemplo, el 90% de la mano de obra es extranjera. A estos trabajadores, dice Arango, no se les denomina inmigrantes, se les llama conscientemente foreign workers , trabajadores extranjeros, y cuando uno pregunta “¿y los inmigrantes?” te responden que en Qatar no hay inmigrantes: “estos son foreign w orkers , no son inmigrantes”. Este tipo de actitudes claramente autoritarias, cuando no totalitarias, suelen manchar terreno democrático en tiempos de crisis, sea con el eufemismo que sea.

Los logros de pequeños partidos con carga a todas luces xenófoba o el excesivo pragmatismo del alcalde de Badalona en defensa de los ciudadanos autócto nos, algo plausible siempre que no derivase en un ataque fu ribundo a los extranjeros, han provocado una brecha en el lacrimal digamos más progresista, siempre atento a estos tímidos comienzos que suelen terminar en bolsas de peligro evidente. Pero hay que tener cuidado con la respuesta a la censura de la xenofobia por parte de foros conservadores: su ataque a quienes denuncian el discurso del edil de Badalona, argumentado en que es “demagogia de los intelectuales socialistas” frente a la pasión del alcalde por su ciudad es tan peligroso como el propio alcalde.

Hay que desterrar de nuestra geografía a los pacatos y los inoportunos hasta que se encierren en su propia cerrazón. Esto sucede cuando parece que habíamos superado la afición por enviar en tren a los mendigos a la ciudad enemiga.

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