Periodistas (y 1)

Periodistas (y 1)

Nunca como hasta ahora una cita de periodistas por el periodismo (digno, reza la convocatoria) había tenido tanta repercusión y éxito presencial. Los motivos más claros, tanto de la demanda como de la respuesta, hay que buscarlos en la precariedad que envuelve (que agrede) en los últimos años a la profesión más hermosa del mundo. Miles de despidos, EREs constantes de todo tipo, cierres de periódicos y revistas, recortes salvajes en las televisiones… La voracidad empresarial, la crisis que atenaza los ingresos por publicidad  y la constatación de que los nuevos medios, soportados en las nuevas tecnologías, han dejado de irrumpir para ser una realidad son tres de los pilares de esta tierra, de esta desazón, esperemos que coyuntural en su esencia. Está claro que se avecina un periodo si no de refundación sí de adaptación a los nuevos continentes (rotativas, gigas, escritores, poetas  y esas cosas). Todo el orden estructural de la prensa deberá someterse a un análisis general (coronel, tal vez) que promueva tendencias y que, fundamentalmente, revise el rol de la empresa periodística, que hoy está absolutamente distraída, ajena al quehacer intelectual de los profesionales y rendida a mercados colaterales que en muy pocas ocasiones tienen algo que ver con la prensa y su afición, multitudinaria donde las haya. La frase de Scalfari está muy manida, pero es cierta desde el principio: periodista es gente que le dice a gente lo que le pasa a la gente (quizás por esto hay tantos programas, tantas páginas, llamados  y llamadas gente). A partir de ahí, del esqueleto, la profesión se ha diversificado, se ha enriquecido en el caos de los tiempos, se ha hecho análisis, interpretación y voz (apenas) propia. El periodismo se ha convertido en una ciencia, en un arma, en un peligro y en una necesidad (recordemos siempre que una caña cuesta –coste, no valor-- el doble que un periódico). Equilibrar el planeta prensa es prácticamente (y casi teóricamente) inabarcable, las líneas son extremadamente delgadas, pero el salto del buen periodismo (el grande, insólito y admirable) hasta  la demagogia, la torpeza o la distorsión todavía es muy perceptible (afortunada la mente).  También, poco recomendables, hay demasiados salvapatrias en una profesión sin apenas fronteras (las guerras y Pérez Reverte, se me ocurre) . Todos los mártires, incluso los vivos, son parte del mapa incomprensible de este trabajo, mitad mala poesía, mitad gran falacia, mitad pasión. Ninguna otra vocación tiene tantas mitades, nada como el periodismo para salirse del tanto por ciento. La libertad (de expresión) que exige el periodista debe obligar a la empresa (periodística) a equilibrar la banda sonora que mueve los hilos de la información, necesarios como un horario, una y otra vez, día tras día. El quiosco, especie a extinguir como el urogallo o el oso pardo, clama entre cedés obsoletos total, revistas cinegéticas, novelas con el cuerpo siete y diarios de ida y vuelta. Clama a este lirismo ulterior que, es evidente, nada tiene que ver con lo que hay que hacer. Que hablen las paredes, vuelven las pintadas, hasta las proletarias: “Se precisa gurú, Compro oro y Se vende”  ya no se estila en los clasificados, mal llamados los adelgazados. No está de moda, pero merece la pena escribir después de pensar, aunque sólo sea un poco y todavía, y en el día elegido. Este día que ojalá no exista en el 2013 (y, por favor, que este deseo singular no dependa de ninguna comisión).

 

 

FOTO: Quelques journalistes et deux rédacteurs devant leur machine à écrire dans la salle des nouvelles de Radio-Canada/CBC à Montréal (Canada)

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