Alcordances del paraísu

No ye tan difícil d’entender, digo yo. Al fin ya’l cabo no ye más qu’el rudimento de lo que vino más tarde, el romance, poco a poco cada vez más elaborado y más eufónico.

Po los entresijos quedaba este medio falar sin acabar de cocer, como’l agua cuando remansa, que se queda quieta, en silencio ya pa que se muova tien que abrir la xente canalinos y poco menos qu’empujala. En seguida que sal del furaco vuélvese otra vez cantarina, alégrase d’espluma, sal d’estampía, camín de la mar.

Mirándolo bien, hay que reconocey al buen padre Dios que lo tien tou bien organizao. Chueve, métese’l agua po la tierra, fartúcala ya, sin más, ponse a baxar al río, hazse río y hala, pa la mar outra vez. Ya venga ya dai, que desde que entamou todo, ya nun volveu parar.

Echar, echonos del paraíso, pero dexó la mayor parte de las cosas como taban. Na más que, pa cógelas, más esfuerzo, lo que se diz trabayar. Que taba yo pensando po la tarde que si no fuera qu’inventamos el jodío dinero, no íbanos tar tan mal como tamos.

El dinero ya la leche, Ya tan fácil robalo o escondelo que diría yo que la mitá de la xente ta siempre mirando’l modo de quedase con lo de otro pa xuntalo a lo de’l. Otros acapáranlo, métenlo debaxo la cama, ‘nel calcetu o tapao con ladrillos. La cosa ya tener mucho, cuanto más meyor, ya’l que venga atrás que se joda ya’rree.

Taría bien dar marcha atrás. Al fin y’al cabo, bien fácil. Quitas los coches grandes ya pequenos, elk que quiera ir a’lgún lao que vaya andando, a caballo o en carro ya ta fecho. Mercau los domingos, dejase de chatarra ya maquininas, tirar los patacones, calcula’l tiempo po’l cielo … de día miras pa’l sol, de noche tan las estrellas.

La tele ya’l radio, rómpeslos a’chazos ya’l periocodo que-y-lo vayan vender a su mai.

Alba de Céspedes, ya semiolvidada, escribió un libro cuyo título original me ha impresionado siempre: “Nessuno torna indietro”, es decir, “nadie vuelve atrás”.

Los tiempos, contra aquella infundada aseveración de que “cualquier tiempo pasado fue mejor", van siéndolo a medida que avanzamos. No podemos sin embargo sustraernos a la tentación de la nostalgia, los bucles melancólicos, que dice mi admirado Juaristi, que en una de sus poesías más enternecedoras dice que nuestros padres nos engañaron. ¿Qué iban a hacer, los pobres, si estaban convencidos de estar en posesión de verdades completas y definitivas?

¿Fueron un poco más felices suponiendo que el estado del hombre no era, como evidentemente es, la duda? ¿Estamos nosotros en lo cierto ahora, cuando lo pensamos y decimos? ¿Estamos engañando de nuevo a nuestros hijos?



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