Parecidos y diferentes (7ª y última parte)

“Dios de nuestros padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones: nos duele profundamente el comportamientos de cuántos, en el curso de la historia, han hecho sufrir a estos hijos tuyos y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una autentica fraternidad con el pueblo de la Alianza”.

(Oración de San Juan Pablo II delante del Muro del Templo (Jerusalén), recitada por Benedicto XVI en su visita a la Sinagoga de Roma el 17 de enero de 2010).

 

            Benedicto XVI, por su condición de teólogo de excelencia, brillante en muchas teologías, contemplador de bellezas y verdades, hizo piruetas y volteretas, arriesgadas en lo alto del trapecio, que esa es la tendencia y predisposición de los teólogos grandes. Los de la excelencia jurídica y canónica, papas y no papas, harán malabarismos con artilugios del espectáculo, pero siempre con los pies fijos en suelos firmes y estables. De una dedicación –profesión- dedicada a la Teología y al Derecho, vivida como esencial, acaba resultando una psique  “formada y formateada”, que determina un peculiar ser y estar. Donde hay pulsión y líbido, la libertad mengua ante lo inevitable.

                Lo anterior es fundamental para entender hitos del Pontificado de Benedicto XVI. El “excepcional y colosal” acto de renuncia, que hemos analizado en anteriores partes, es uno de esos hitos, acaso el principal: un Papa jurista jamás lo hubiese realizado por su enormidad (la enormidad jurídica oculta y tapa la teológica del Vicariato de Cristo –un Papa, figura carismática suprema, que renuncia cuestiona aspectos básicos del Ministerio de Pedro-. Es natural que todos los Papas hayan pensado en renunciar, teniendo en cuenta, de una parte, los continuos agobios y grandes problemas –a veces sobrehumanos e imposibles- a resolver, y, de otra parte, la ancianidad o vejez que supone una disminución natural en las facultades físicas y mentales, y por tanto en la facultad decisoria (problemas de dolores físicos y depresiones o angustias en la llamada Tercera Edad). Y es que en el ejercicio del Pontificado puede haber también martirio: el Papado como martirio (El 24 de junio de 2012, en el diario de Asturias La Nueva España titulamos: El Papa, soberano absoluto y mártir.

 


Los inicios de un nuevo Papa ya indican lo que le sucederá: nada más ser elegido, entra, a vestir la sotana blanca, en la llamada Stanza delle lacrime (a llorar), pequeña sacristía situada a la izquierda del altar de la Capilla Sixtina; un momento iniciático que el arte cinematográfico ha descrito con precisión (el film de Nanni Moretti Habemus papam, 2011). Está por escribir la historia tormentosa de los papas, papas contemporáneos, afligidos y fracturados por la depresión y otras patologías psíquicas (el Vaticano no tiene interés que esto se sepa y lo protege con el carácter de secreto pontificio: se hace esfinge). En general, el PODER –es lo mismo a estos efectos que sea el civil o el eclesiástico- esconde lo que quiere pleno y sano: en el ámbito civil fue de paradigma el ocultamiento de la enfermedad del presidente francés Mitterrand. Lo de que “los Papas no enferman, sino que mueren” es de hipocresía; es una ficción (la ficción, nutriente del Poder).  

 

  

Y como ya escribimos en anterior parte, si desde San Pío X (primer Papa del siglo XX) hasta el actual Francisco, todos pensaron en abdicar, en renunciar, Benedicto XVI, en pirueta arriesgada desde lo alto, fue el único que dimitió.

Ya nos referimos en anterior parte a la Carta de Benedicto XVI sobre la remisión de la excomunión a cuatro obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre (10 de marzo de 2009). Esa carta, por su fondo y forma, podría considerarse como otra pirueta desde el trapecio, aunque su esencia –eso nos parece- es más un acto de extrema pena de un Papa que creyó provocar divisiones entre los “suyos”, no habiendo sido fiel a una de las funciones básicas en cuanto sucesor de Pedro: garante de la unidad de los creyentes católicos. Dijo llorando: Ostilitá pronta all´attacco, herirme (colpire, attack, offenser) con una hostilidad dispuesta al ataque. Una personalidad de tanto revestimiento estético se desnudó y quedó desnudo.

Una pirueta arriesgada del cardenal Ratzinger -días antes de ser elegido papa- fue su meditación en el Vía Crucis del Viernes Santo (2005) en el Coliseo. Un vía Crucis particularmente dramático –los Vías Crucis en el Coliseo siempre lo fueron y son-: en aquél las antorchas iluminaban el teatro romano; la Plaza de San Pedro, a oscuras como un reino de sombras, recibían el resplandor de las luces como astros de las tres estancias del tercer piso del Palacio Apostólico, en el que San Juan Pablo II, en horas de fiebre, agonizaba (genialidad “de imagen” del Vaticano). El obelisco de la Plaza, que trajo el loco Calígula de Heliópolis, allí seguía impasible y tieso.  

Todo transcurría de la manera acostumbrada. De repente, en la novena estación (la del “Jesús cae por tercera vez”), sonó, como un chasquido de látigo, la meditación de Ratzinger: “¿No deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo  en su propia Iglesia? ¡Cuánta suciedad (sporcizia) en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados a él! Luego siguió la oración: “Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo, vemos más cizaña que trigo…Ten piedad de tu Iglesia”.

 


En la sporcizia se anunció e incluyó lo que sería una bomba atómica, devastadora y terrible, en el mismo corazón de la Iglesia: la pedofilia. Y el cardenal Ratzinger, fiel a su estilo, hizo lo habitual en él: asustado y asombrado por su pirueta, la quiso como esconder: a la sporcizia ninguna referencia hizo, en días siguientes, en la Homilía de la Misa de funeral por el Papa muerto ni en la Homilía de la Misa inmediatamente anterior al inicio del Cónclave (era el decano del Sacro Colegio de cardenales). ¡Qué dos ocasiones…! Pero hay que comprender: si hubiese hecho referencia Ratzinger nuevamente a la sporcizia en aquellas dos ocasiones, acaso todo hubiese cambiado, desde el cuestionamiento in radice del Papado de San Juan Pablo II -al que él estaba tan vinculado- hasta su propia elección papal (los cardenales electores entonces eran los que eran).

Y hay también que recordar: fue el Papa Benedicto XVI el que trató, por primera vez, de afrontar el problema: lo de Francisco, en esto y en el asunto financiero (otra catástrofe), fue un continuar de más radicalidad, efectivamente, pero un continuar. La ruta fue marcada en el GPS vaticano.

También de pirueta arriesgada de trapecista, frotadas las manos con talcos para bien agarrar, fue el Discurso de mi bendito Benedicto, hijo del pueblo alemán de Baviera, durante su visita al campo de Concentración de Auschwitz (28 de mayo de 2006) –después, en 2007, el mismo Papa publicaría la Encíclica Spe Salvi-. Allí, en tierra de Polonia, delicado lugar para cualquier papa y mucho para un Papa alemán, formuló  interrogaciones inquietantes –“grito interior dirigido a Dios”-, jamás realizadas: “¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto? ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? Preguntas que, para muchos, son obstáculo para la Fe y elevadas, por otros, a categorías de prueba de la inexistencia del Dios cristiano.

Aquellas palabras sólo y muy solo las pronunciaría –las pronunció- un papa teólogo: jamás un papa jurista y, menos aún, un papa pastoral.  Es magnífica la reciente edición en castellano de los ensayos de Teodicea de Leibniz (1710) y muchos ensayos de Teodicea harán falta para responder a las preguntas de Benedicto XVI en Auschwitz, aunque tal vez las respuestas vengan dadas por el canal menos esperado, que es el de la santidad y de los testimonios. Y vuelvo a mencionar a la fascinante Simone Weil, ahora a su texto El amor de Dios y la desgracia (malheur) en el que se termina “con el encuentro de la perla del silencio de Dios”.

 

El tema del mal y de Satanás ha sido, ciertamente, preocupación de todos los Papas. Pablo VI consagró una catequesis a la demonología , que no es demonopatía ni demonomanía, y a la presencia activa de Satanás en la vida de Cristo y en la Iglesia (Audiencia de 15 de noviembre de 1972) y San Juan Pablo II lo reitero repetidas veces, siendo interesantes sus reflexiones que constan en las páginas del Diario del Papa con referencias al libre albedrío y al Libro de Job (un Satanás muy peculiar por haber pactado servicio a Yahvé), y siempre con la promesa de Jesús del no prevalebunt.

Aquellas preguntas teológicas del Papa Benedicto le hacen diferente de los demás papas: es mucho más atrevido plantearlas y formularlas  que realizar “amables” –aunque necesarias- consideraciones sobre la Misericordia de Dios. En la interesante Bula del Jubileo de la Misericordia (Misericordiae vultus” ) del pastoral Papa Francisco (¿teólogo del pueblo?) se puede leer: “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón”, “Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo”, “Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta que no se haya disuelto el pecado y superado el rechazo de la compasión y la misericordia”, “la misericordia de Dios desde su responsabilidad con nosotros”. Esas frases son muy interesantes, pero requerirían, previamente, una respuesta a las preguntas del Papa  teólogo.

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De “Parecidos y diferentes”·igualmente se pueden calificar a Benedicto XVI y a Francisco en relación al importante asunto de las relaciones entre el judaísmo y el catolicismo. Benedicto inició el Pontificado con la negativa sospecha por ser alemán; Francisco lo inició con la positiva certeza de su amistad con el rabino argentino Abraham Skorka (los judíos por su excelencia de inteligencia, activada por aprendizajes prontos –Steiner- lo piensan y anotan todo).

Durante el Pontificado de Benedicto XVI hubo momentos en que se dañó la sensibilidad judía, más por errores garrafales de la Secretaría de Estado vaticana que por verdadera intención. Fueron tristes el episodio el de la oración pro judeis del Viernes Santo, la aprobación de las “virtudes heroicas” de Pío XII, las reservas y críticas al discurso papal en Auschwitz, el “fracaso” del viaje  del Papa Ratzinger a Tierra Santa en 2009 y el frío texto leído en el Yad Vashem de Jerusalén.

Un anti-judaísmo siempre existió en el Vaticano y en lo cristiano, no por razones raciales sino teológicas –la teología judía se opone a la cristiana en algo tan esencial como es el negar la condición mesiánica y de Dios de la persona de Cristo: un judío, para un judío, jamás puede ser Dios. Sobre esto, el 31 de agosto de 2008 escribimos El libro del Papa (Jesús de Nazaret) y el libro del rabino (Jacob Neusner).  

La visita de Ratzinger a la Sinagoga de Roma, “el Templo Mayor”, el 17 de enero de 2010, después de la realizada por San Juan Pablo II hacía casi veinticuatro años, resolvió muchos problemas. El último 17 de enero (2016) el Papa Francisco hizo la tercera visita de un papa al templo judío de Roma, lo cual tuvo particular interés, pues, como indicó el rabino Capo, Riccardo Di Segni, de conformidad con la tradición jurídica rabínica, un acto que se repite tres veces es ya costumbre –encuentros inter-religiosos-.

Es de señalar que fue el Papa Francisco –no el rabino Capo- el que recordó que el 6 de octubre de 1943 más de mil miembros, hombres y mujeres, de la comunidad judía romana fueron deportados a Auschwitz, lo cual habrá disgustado a los partidarios de la beatificación del Papa jurista, el malabarista total fue Pío XII, que dudó más que el metafórico asno de Buridán.

En los discursos de Francisco y Di Segni hay veladas, muy veladas alusiones, a lo que de manera apenas perceptible y trascendente se está “moviendo” ante el empuje de la (llamaremos) Teología política del tercer gran monoteísmo: el Islam (importancia a estos efectos del reciente encuentro ecuménico en La Habana entre el Papa Francisco y el Patriarca Kiril de Moscú y toda Rusia).

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Siempre los papas han sido “Parecidos y Diferentes”, siendo el concepto básico en su historia, de la Historia del Papado, el de la continuidad, raíz que está profunda, aunque a veces sólo sean visibles las ramas, las hojas y la hojarasca que tapan partes esenciales de una estructura ciclópea y compleja como es la Iglesia, que un jurista alemán calificó de complexio oppositorun, también versátil y ambigua su estructura jurídico-burocrática.

Chistophe Dickès, en la introducción de su libro (2015) sobre doce papas escribió: “En los hechos, todos los papas se sitúan en una forma de continuidad y raramente provocan rupturas en el sentido fuerte del término”. ¡Cómo no va a existir continuidad en una institución que tiene por misión mantener vivos a Cristo y a su mensaje,  a  que no muera! ¿Qué otra cosa ha sido la función de las curias, desde las del Bajo Imperio Romano, a las de los sucesivos imperios, incluida la romana y vaticana, única superviviente?

El precedente texto fue escrito en la madrugada del jueves 25 de febrero con el estímulo de la música VIA CRUCiS, bajo la dirección de l´arpeggiata Christina Pluhar.

 

P.S.

A).- Sobre la imposibilidad de avances teológicos entre cristianismo y judaísmo, el humor judío (o, mejor, la comicidad talmúdica), lo deja claro. En la compilación de Viktor Malka (2006) consta el siguiente diálogo:

-Un rabino pregunta a otro: “¿Tú crees que Jesús se habrá casado?”

- El otro responde: “Para Dios tener un hijo ya es bastante, pero tener nietos o nietas, sería excesivo”.

B).- No he querido salir del guión de “Parecidos y diferentes”, pero no quiero dejar pasar la aportación de mi querido y bendito Benedicto a la Teología política católica (Discurso del Papa a los participantes en el Simposio sobre Erik Peterson, del 25 de octubre 2010), muy centrada aquélla, casi exclusivamente, en el problema de la secularización. Ahora los problemas parece que van a ser otros: ¿Es posible que dentro de una misma sociedad o comunidad, los de una religión (cristiana) se secularicen a marchas forzadas y los de otra religión (musulmana) hagan justamente lo contrario? ¿Será otro caso de lo que los presocráticos llamaron armonía de los contrarios? No lo parece.

Sobre ello, si Dios quiere, escribiremos pasado un tiempo, dejando constancia de mi apoyo a Francisco, con admiración.

 



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