Algo para contar

Esta noche pasada en Rabat, hasta muy entrada la madrugada, estuvimos hojeando una revista, y algo sin importancia -  un simple desahogo para ir al encuentro de las brumas del sueño en la urbe marroquí en la que nos hallamos durante unos días  - se convirtió en nueva ráfaga de interés: la esencia, ardor y muerte de una princesa casi de  invención llamada Sissí.

 

 Fue deshojada de la vida a orillas del lago  Leman,  ese ramalazo de agua dulce  a los costados de la ciudad de Ginebra, donde cada primavera, hasta su expiración, acudía para paliar una existencia traslúcida, hermosa e irrepetible.

 

 Mirando esas aguas, deambulando por los contornos, hemos pasado infinidad de  horas. Entonces uno era joven y el tiempo se hacía haragán.  Un tramo de nuestra poca relevante existencia mora allí.

 

A Ginebra la llaman  la ciudad “corazón de Europa”, al saber siempre guardar  en el fondo del lago misterios aún no revelados. No sin razón ha inspirado novelas como la de “Frankestein”, que Mary Shelley, la compañera de Lod Byron, trazara en la Villa de Diodatti.

 

Elizabeth Wittelsbach, como después lo hicieran Thomas Mann en pos de sus efebos, Jorge Luis Borges a dormir sus últimos días, o la soprano Barbara Hendricks, hizo de esos empedrados silenciosos donde se siente la sombra de Calvino, la razón de sus desvelos íntimos.

 

 Fue en la mañana de un día de septiembre de 1898 cuando la emperatriz de Austria y reina de Hungría era ultimada a mano de un anarquista italiano de apenas 23 años. Le apuñaló el corazón con un estilete. Todo sucedió en el embarcadero del lago.

 

Ella ni siquiera se dio cuenta de lo sucedido. Después de haber sido herida caminó unos cien metros y subió al barco que la esperaba seguida de su dama de compañía. Una vez a bordo, y mientras miraba a unos niños sobre un pequeño bote y los saludaba, se desplomó.

 

 Ese otoño, mientras las hojas caían sobre el Jardín Inglés, famoso por su reloj floral,  nacía una historia romántica no disipada con el tiempo, y hoy, a tanta distancia, muchas personas cuando llegan a las riberas del Leman, lanzan  flores al agua desde el  desembarcadero de Montreux.

 

 También aquel día comenzaba la decadencia de los Habsburgo, la casa más añeja de Europa, mientras se expandía un perfume cuyo olor solo percibe el alma sensible entre la mágica fuerza de los valses de Strauss.  Sissí era anoréxica, renegaba de la maternidad y no tuvo más que amores platónicos - con hombres y mujeres - en la corte de Viena.

 

  No  era hermosa, sino hermosísima, una beldad arrebatadora. Media Europa se postró a sus encantos, pero ella amaba solamente las cabalgatas refulgentes, los viajes, los juegos con su primo Ludwig II de Baviera  y las noches diáfanas, brillantes, sobre el  lago ginebrino.

 

 Tal vez la vida pudiera ser nada más que un  ir abriendo  la existencia en vahos de alegría, ruiseñores en frondosas ramas, viento mansos, aguas traslúcidas, olor a de flor de naranjo o noches de largo satén.


Igualmente añadir a la existencia unas letras como las que  ahora mismo matiza el escribidor.



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