Acerca de cómo el determinismo geográfico incide en la crónica negra del norte
INTRODUCCIÓN: La cárcel de montañas y nubes
Asturias es una paradoja criminológica. Es una de las regiones con menor tasa de criminalidad por habitante de Europa, pero posee el índice más alto de violencia extrema cualitativa. Cuando se mata en Asturias, no se hace por un arrebato efímero; se hace con la contundencia de un desprendimiento de tierra.
Para entender la sangre asturiana, hay que entender su mapa. La región es una sucesión de valles profundos, aislados entre sí durante siglos, bajo una presión atmosférica baja y constante.
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El aislamiento (los valles): genera endogamia, rencores que se heredan por generaciones ("el odio de linde") y la sensación de impunidad del "pueblo chico".
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El clima (la borrina): la niebla y la lluvia constante no solo deprimen (factor psicológico); técnicamente facilitan la ocultación del cadáver y la desaparición de evidencias biológicas.
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El subsuelo (la mina): la cultura minera introdujo dos elementos ajenos al crimen rural estándar: la familiaridad con la muerte violenta y el acceso a explosivos industriales.
A continuación, desglosamos la historia criminal de Asturias a través de sus cuatro paisajes letales.
CAPÍTULO I. LA MONTAÑA CIEGA: Psicosis en el aislamiento rural
Tesis: el aislamiento geográfico de las caserías y brañas provoca una desconexión de la realidad social, fomentando brotes psicóticos y crímenes intrafamiliares de una brutalidad medieval.
El caso paradigma: el Decapitador de la rotonda (Soto de Ribera, 2024)
Este caso reciente valida la teoría del aislamiento psiquiátrico.
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Geografía del crimen: Soto de Ribera se encuentra en una encrucijada de valles, una zona donde la niebla matinal es densa. La vivienda familiar estaba aislada lo suficiente para que los gritos no alertaran a tiempo.
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La ruptura mental: Pablo M., de 46 años, no era un criminal común. Su mente se quebró. En un entorno urbano denso, esta crisis podría haber sido detectada antes. En el silencio de la casa rural, la psicosis fermentó.
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El acto: la decapitación de su padre, Miguel Ángel, y la posterior exhibición de la cabeza en la carretera N-630, usándola como balón contra los coches, responde a una regresión atávica.
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El dato forense: la fuerza necesaria para decapitar a un adulto con un hacha de leñar no es trivial; requiere una furia desmedida y una herramienta pesada, común en todas las casas rurales asturianas. El asesino, cubierto de sangre, cantando el Cara al sol en medio de la niebla, es la imagen definitiva de la locura rural desatada.
El precedente: el crimen de Cenero (Gijón, 1904)
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Geografía: abadía de Cenero, zona rural profunda a principios del siglo XX.
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El hecho: el asesinato del párroco y su ama de llaves no fue un simple robo; hubo ensañamiento. "Los de Carbaínos", los culpables, eran fruto de esa sociedad cerrada y analfabeta de la Asturias preindustrial.
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La ejecución: el garrote vil utilizado en 1904 en el patio de la cárcel de El Coto falló repetidamente por la incompetencia del verdugo y la lluvia que caía ese día, convirtiendo la ejecución en una carnicería que duró más de 20 minutos. La orografía social de la época impedía la piedad.
CAPÍTULO II. LA CUENCA NEGRA: Dinamita y fuego
Tesis: la industrialización de los valles mineros (Nalón y Caudal) transformó el crimen. El arma blanca fue sustituida por la tecnología de la mina. Asturias es el único lugar de España donde el crimen pasional o de ajuste de cuentas usa explosivos.
El caso paradigma: el crimen del garaje (Langreo, 2007)
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El entorno: La Felguera, corazón industrial oxidado. Un paisaje de castilletes cerrados y economías sumergidas.
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La metodología: Iván Castro quería matar al novio de su ex. En Madrid o Barcelona hubiera usado una pistola o un cuchillo. En Langreo, usó Goma-2 ECO.
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El dato de investigación: la Guardia Civil tuvo que rastrear lotes de explosivos robados años atrás de pozos mineros ya clausurados. En las Cuencas, la dinamita era moneda de cambio. Iván fabricó una bomba lapa con conocimientos técnicos heredados de la cultura minera (barrenistas).
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El impacto: la víctima, un inocente, voló por los aires. La onda expansiva no solo destrozó el cuerpo, sino que confirmó que la violencia minera, antes reservada a la lucha obrera (Revolución del 34), se había privatizado para usos domésticos.
El horror urbano: el Caníbal de Ventanielles (Oviedo, 1991)
Aunque ocurrió en Oviedo, Ventanielles es un barrio obrero receptor de la inmigración de las cuencas.
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La conexión industrial: Bruno Hernández no se limitó a matar. Aplicó un proceso industrial al cadáver de su tía. Usó una picadora industrial de carne (una máquina de alto voltaje, no un electrodoméstico casero) para triturar huesos y tejidos.
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El factor climático: los vecinos tardaron días en sospechar porque, en el clima húmedo y frío de Asturias, los olores de la descomposición y la cocción se comportan de manera diferente, a veces enmascarados por la falta de ventilación en pisos cerrados a cal y canto contra el frío.
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El hallazgo: la policía encontró un "taller" de despiece humano. Bruno había intentado construir una gárgola con fémures. La locura aquí no era rural, era mecánica, fría, gris cemento.
CAPÍTULO III. EL BOSQUE Y LA CURVA: La emboscada perfecta
Tesis: la red de carreteras secundarias de Asturias, llenas de curvas ciegas y rodeadas de bosque denso, permite el crimen perfecto: la emboscada y la huida invisible.
El caso paradigma: Sheila Barrero (Degaña, 2004)
Este es el caso que mejor explica cómo la geografía protege al asesino.
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El escenario: el puerto de Cerredo. Frontera entre Asturias y León. Noche cerrada, niebla densa. Un coche parado en un área recreativa.
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La ejecución: un disparo en la nuca a quemarropa. Calibre .22 (munición de cazador furtivo o arma pequeña de remate).
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La influencia geográfica:
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La niebla: el asesino sabía que nadie vería el fogonazo ni el coche detenido.
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El conocimiento del terreno: el asesino huyó por pistas forestales o carreteras secundarias que solo un local conoce al dedillo. Evitó cualquier control.
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La "omertá" de la montaña: Degaña es una zona aislada. 20 años después, el crimen sigue impune (judicialmente) aunque policialmente resuelto para muchos, porque en los valles pequeños el silencio se compra o se impone por miedo.
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El caso: Javier Ardines (Llanes, 2018)
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El escenario: Belmonte de Pría. Un camino rural estrecho flanqueado por muros de piedra y vegetación (setos).
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La trampa: los sicarios no necesitaron armas de fuego complejas; usaron el entorno. Colocaron vallas de obra en medio del camino estrecho. Sabían que la orografía obligaría a Ardines a bajar del coche.
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La brutalidad: gas pimienta y un bate de béisbol. Fue una ejecución cuerpo a cuerpo, favorecida por la oscuridad de una zona rural sin alumbrado público.
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Dato sociológico: aquí se mezcló la Asturias tradicional (celos, primos, familia) con la globalización (sicarios argelinos contratados). Pero la ejecución dependió enteramente de conocer el camino rural.
CAPÍTULO IV. LA SIMBOLOGÍA DE LA HERRAMIENTA
Tras analizar más de 200 crímenes en los últimos dos siglos, los datos arrojan una preferencia instrumental que se alinea con el trabajo de la tierra:
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El hacha y la guadaña: son las armas predominantes en los crímenes rurales hasta los años 90. Son herramientas de trabajo convertidas en armas de guerra. Implican fuerza física y contacto directo (caso de los novios de Batán, Mieres, 1993, enterrados en la mina).
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La escopeta de caza: en el occidente asturiano, donde la densidad de jabalíes es alta, casi todas las casas tienen arma larga. Muchos "accidentes" de caza han encubierto homicidios por lindes.
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El fuego: incendiar la casería del vecino. Es una forma de borrar al enemigo de la geografía, de negar su existencia en la tierra.
El paisaje como cómplice
La investigación concluye que Asturias no es un escenario pasivo.
La orografía complica la llegada de la Guardia Civil (tiempos de respuesta largos en zonas de montaña). El clima borra huellas de neumáticos y fluidos biológicos en horas. Y la cultura cerrada de los valles, forjada por siglos de aislamiento geográfico, crea un muro de silencio impenetrable.
En Asturias, cuando se comete un crimen mayor, siempre hay tres culpables: el autor material, el silencio de los vecinos y la propia tierra, que, con sus cuevas, sus pozos mineros abandonados y sus bosques densos, ofrece mil lugares para que un cuerpo desaparezca para siempre.
"En el Paraíso Natural, el infierno es verde y húmedo".
