La Comisión Europea endurece su política comercial para frenar la entrada de acero barato procedente de China, India y Turquía, elevando los aranceles al 50 % y reduciendo las cuotas libres a la mitad
Bruselas ha dado un golpe de timón histórico. La Comisión Europea ha anunciado una reforma profunda de las reglas que regulan el comercio del acero, un sector considerado estratégico para la soberanía industrial del continente. La medida, aprobada este martes por el Colegio de Comisarios, duplica los aranceles actuales —del 25 al 50 %— sobre el acero importado que exceda las cuotas libres, y reduce a la mitad la cantidad que puede entrar al mercado europeo sin pagar impuestos.
La decisión, que deberá ser ratificada por el Consejo y la Eurocámara, busca proteger a las siderurgias europeas del impacto de la sobreproducción mundial, especialmente de China, cuyo acero subvencionado ha inundado los mercados internacionales a precios muy por debajo de coste.
La gran muralla comercial del acero europeo
“Para salvar nuestro acero y nuestros empleos, debemos actuar con firmeza”, declaró el vicepresidente de la Comisión, Stéphane Séjourné, al presentar el plan. Su propuesta no es simbólica: Bruselas recortará de unos 37 millones de toneladas a poco más de 18 millones el volumen de acero extranjero que podrá entrar libre de impuestos cada año.
A partir de ahí, todo lo que supere esa cantidad pagará un arancel del 50 %, el doble del actual. La idea es equiparar las barreras europeas a las que ya aplican Estados Unidos y Canadá, donde las tasas superan el 45 %.
Además, los importadores deberán acreditar el país de fundición y vertido inicial del acero para evitar triangulaciones, una práctica habitual por la que el acero chino se “reexporta” desde terceros países como Vietnam o Turquía.
Un mercado desequilibrado: China produce, Europa paga
El diagnóstico es compartido por casi todo el sector: la sobrecapacidad global es insostenible. China produce hoy más del 55 % del acero mundial, mientras que la UE apenas alcanza el 7 %. Esa desproporción genera una presión brutal sobre los precios.
Mientras una tonelada de acero chino puede venderse entre 200 y 300 euros, en Europa el coste medio se sitúa entre 500 y 600 euros, según datos del Parlamento Europeo. “No hay competitividad posible en estas condiciones”, admitió Séjourné, que defendió el carácter estratégico del acero como “columna vertebral” de industrias como el automóvil, la defensa o la energía.
Impacto directo en la industria asturiana
En Asturias, la medida se sigue con especial atención. La planta de ArcelorMittal en Veriña (Gijón) es uno de los grandes referentes de la siderurgia europea y uno de los motores industriales del norte de España.
Fuentes del sector consultadas señalan que una política de protección sostenida podría garantizar estabilidad a largo plazo, especialmente en los años de transición hacia el acero verde, un proceso que exige inversiones multimillonarias en descarbonización.
La Federación de Industria de CCOO ha valorado positivamente la decisión, calificándola de “necesaria para evitar el dumping ambiental y social”, mientras que la patronal del metal (Confemetal) reclama que las medidas vayan acompañadas de ayudas a la innovación para mantener la competitividad frente a los nuevos mercados asiáticos y latinoamericanos.
El otro lado: temor entre los fabricantes de automóviles
No todos aplauden la decisión. La asociación europea de fabricantes de automóviles (ACEA) teme que el endurecimiento de aranceles eleve los costes de producción para un sector que depende de aceros especiales no siempre disponibles en la UE. “Proteger la industria siderúrgica no puede hacerse a costa de destruir la automovilística”, advirtió el organismo, que representa a marcas como Volkswagen, Renault o Stellantis.
En Reino Unido, el anuncio ha generado inquietud: buena parte del acero británico se exporta a la Unión Europea y, con las nuevas reglas, esas ventas podrían verse penalizadas.
Un sector que opera por debajo de su capacidad
La Comisión Europea reconoce que la industria siderúrgica del continente opera hoy al 67 % de su capacidad total. Es decir, hay margen para crecer sin necesidad de aumentar importaciones. Pero ese crecimiento exige condiciones de mercado más justas.
En la última década, Europa ha perdido más de 40.000 empleos directos en el sector del acero y ha cerrado una treintena de hornos altos. La apuesta de Bruselas apunta a revertir esa tendencia y recuperar parte de la autonomía industrial perdida frente a la competencia asiática.
Plazos y nueva arquitectura comercial
La actual “salvaguarda” que impone un arancel del 25 % expira en junio de 2026. La nueva medida debería estar en vigor antes de esa fecha, aunque todavía debe pasar por el trámite político. Se prevé una revisión periódica del sistema cada dos años, ajustando cuotas y aranceles según la evolución del mercado y los objetivos climáticos.
Si los Estados miembros y el Parlamento Europeo ratifican la propuesta sin grandes cambios, Europa vivirá el mayor endurecimiento comercial desde la crisis del acero de 2018, cuando Donald Trump impuso sus propios aranceles al acero y al aluminio.
Una guerra fría industrial
Más allá de los números, el gesto tiene una lectura política. Bruselas, tradicionalmente partidaria del libre comercio, asume ahora un perfil abiertamente proteccionista en sectores estratégicos. El acero, como el microchip o las baterías, se convierte así en un símbolo de la soberanía industrial europea.
“Sin acero no hay industria”, sentenció Séjourné. En los hornos de Veriña, en Gijón, esa frase suena casi literal. Las chispas que saltan de cada colada son, más que nunca, el reflejo de una batalla global por el futuro de la producción europea.