El presidente comparece en el Congreso, admite que pensó en dimitir, presenta 15 medidas anticorrupción… pero evita asumir ninguna responsabilidad directa por los escándalos que cercan a su partido
Pedro Sánchez ha comparecido hoy en el Congreso de los Diputados en un pleno extraordinario cargado de tensión y simbolismo. Lo ha hecho no porque quisiera, sino porque no tenía alternativa. Los escándalos de corrupción que afectan al núcleo del PSOE —con Santos Cerdán en prisión, José Luis Ábalos cercado por la justicia y su propio hermano bajo investigación— han desbordado los diques de la contención política y han arrastrado al presidente a dar explicaciones públicas.
Sánchez, consciente de que su credibilidad está en juego, ha optado por un discurso sobrio, emocional por momentos, y cuidadosamente medido. Ha confesado que llegó a valorar seriamente la dimisión, una frase que ha sacudido los cimientos del hemiciclo, pero inmediatamente después ha reivindicado su continuidad: “Tirar la toalla nunca es una opción”, ha dicho, en tono firme, como si la resistencia fuera por sí sola una forma de inocencia.
En esencia, lo que ha ofrecido Sánchez ha sido un pacto con el relato: asumir el daño, verbalizar el remordimiento, desplegar un plan de medidas técnicas… pero sin cortar ninguna cabeza real, sin depurar responsabilidades políticas dentro de su partido, y sobre todo, sin asumir él mismo las consecuencias más allá de la retórica. Es la política del “sí, pero no”.
15 medidas para tapar un pozo
El presidente ha presentado un plan estatal anticorrupción con 15 medidas que, sobre el papel, suenan ambiciosas, modernas y bien planteadas. La creación de una Agencia de Integridad Pública, la obligatoriedad de canales de cumplimiento ético en empresas contratistas, el uso de inteligencia artificial para detectar anomalías en adjudicaciones, tribunales especializados, protección a denunciantes y decomisos preventivos, entre otras.
El paquete ha sido recibido con cierta contención por parte de los grupos progresistas y con un rechazo frontal por parte de la derecha. Lo esencial, sin embargo, es que ninguna de estas medidas aplica a los casos que ahora mismo tiene entre manos el PSOE. No hay compromisos con la transparencia retroactiva, ni con la expulsión de implicados, ni con la reapertura de adjudicaciones pasadas. Se legisla para el futuro mientras se elude el presente.
La oposición: fuego directo al corazón del Gobierno
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha acusado a Sánchez de estar al frente de un “Gobierno contaminado” y de encubrir a sus colaboradores más próximos hasta que los casos estallaron mediáticamente. Le ha exigido elecciones anticipadas y ha retado al presidente a “decir la verdad de una vez”.
Santiago Abascal, por su parte, ha pedido la dimisión inmediata y ha descrito al Ejecutivo como “una red clientelar disfrazada de Gobierno”. En su intervención ha pintado un panorama de descomposición institucional al borde del colapso.
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y líder de Sumar, ha sido probablemente la figura más incómoda para Sánchez: le ha apoyado con reservas, pero también ha introducido una crítica profunda a la cultura política dominante. “Los que roban no son los funcionarios, son los políticos”, ha dicho con contundencia. Un dardo que no ha pasado desapercibido en la bancada socialista.
El análisis: Sánchez sobrevive, pero queda tocado
El presidente ha logrado salir del debate sin hundirse, pero no indemne. Ha mostrado humanidad, sí, pero no ha mostrado consecuencias. Ha expresado pesar, pero no ha asumido culpa. Su discurso ha sido eficaz para salvar la sesión, pero insuficiente para cambiar la percepción pública de que su partido ha tolerado, encubierto o ignorado prácticas corruptas en sus filas.
El problema no es solo lo que dijo hoy. El problema es que el país ya sabe lo que no va a hacer: no va a cesar a nadie más, no va a abrir investigaciones internas, no va a forzar renuncias. La apuesta es resistir, esperar que los procesos judiciales se enfríen, y confiar en que la memoria colectiva se diluya entre titulares nuevos y promesas por cumplir.
El PSOE se blinda, pero no se limpia
Lo que ha ofrecido Pedro Sánchez hoy en el Congreso no ha sido una catarsis institucional. Ha sido un ejercicio de control de daños. Ha intentado construir una narrativa de regeneración mientras evita tocar los cimientos podridos del sistema que ha permitido que los suyos operaran impunemente durante años.
Su mensaje ha sido este: “yo no soy corrupto, estoy asqueado como ustedes, y aquí traigo soluciones”. Lo que no ha dicho es por qué esas soluciones llegan solo cuando el escándalo ya es imparable. Y, sobre todo, por qué las aplica como presidente, pero jamás como secretario general de su partido.
En política, la credibilidad no se sostiene con palabras. Se sostiene con actos. Y en ese terreno, hoy, Sánchez ha hablado mucho… pero ha hecho muy poco.