La ciudad convive con unas 700 parejas de gaviotas que ya no se alimentan en el mar y han aprendido a robar comida directamente a los gijoneses. El fenómeno, que ha provocado heridas a menores y pérdidas en la hostelería, exige soluciones urgentes antes de que se agrave.
Ya no hacen falta prismáticos para observar gaviotas en Gijón. Basta con sentarse en una terraza, pasear por un parque o dejar que los niños disfruten del recreo para que, en cuestión de segundos, alguna se abalance en picado, dispuesta a llevarse un churro, una empanada o lo que encuentre entre manos ajenas. Lo que antes era una postal marina hoy se ha convertido en una amenaza urbana: las gaviotas han perdido el miedo y han encontrado en la ciudad un nuevo ecosistema donde alimentarse.
Una población estable, pero cada vez más presente
Según los datos municipales, Gijón cuenta con unas 700 parejas de gaviota patiamarilla, una cifra que se mantiene estable desde hace décadas. No ha crecido su número, pero sí su visibilidad y agresividad. Ya no se conforman con los descartes de la rula. Las gaviotas urbanas han aprendido que las terrazas están llenas de oportunidades y que los humanos —pese a espantarlas— no son rivales si se lanzan con decisión.
El comportamiento de estas aves se ha modificado profundamente. Se han acostumbrado a la presencia humana, observan los gestos con que comemos y han desarrollado una asombrosa habilidad para anticipar movimientos y aprovechar despistes. El resultado: picados sobre mesas, manos rasguñadas y sustos que van mucho más allá del folclore costero.
El precio de la adaptación: colegios, parques y hostelería en alerta
La situación ha traspasado el umbral de la anécdota. Varios colegios gijoneses han reportado incidentes con menores atacados durante el recreo. Uno de los casos más graves se produjo cuando un niño sufrió una herida cerca del ojo al intentar proteger su merienda. La imagen de un aula convertida en refugio frente a un ave rapaz resulta tan surrealista como preocupante.
Los hosteleros tampoco se libran. Los robos de comida, la rotura de vajillas y las quejas de clientes han obligado a reforzar la vigilancia y modificar incluso la disposición de mesas. En algunos establecimientos, los camareros deben advertir a los comensales que no dejen comida desatendida ni levanten la voz si una gaviota merodea. La escena, repetida ya en múltiples puntos del centro y la zona del puerto, ha provocado pérdidas económicas y una creciente indignación.
¿Por qué está ocurriendo esto?
Detrás de este fenómeno se esconde una combinación de factores que ha alterado el equilibrio entre aves y ciudad. Por un lado, la urbanización de los acantilados y el sellado de zonas de anidamiento naturales han empujado a las gaviotas hacia tejados y cornisas del entorno urbano. Por otro, la disponibilidad constante de comida, restos en terrazas, papeleras rebosantes y personas que las alimentan directamente, ha convertido el centro de Gijón en un gigantesco bufé al aire libre.
A esto se suma una progresiva pérdida de miedo por parte de las aves, que ya no huyen, sino que atacan. Las gaviotas han aprendido que el riesgo es bajo y la recompensa alta, especialmente si su única competencia es una mano humana sujetando una rosquilla.
Un problema con potencial de crecer
El carácter invasivo de esta nueva conducta genera inquietud. Si no se toman medidas, los expertos advierten que los ataques pueden aumentar y diversificarse, afectando no solo a escolares y turistas, sino también a personas mayores o ciudadanos con movilidad reducida. Además, la cercanía constante de aves carroñeras con picos afilados plantea riesgos higiénicos que no deben subestimarse.
Paradójicamente, mientras su comportamiento urbano se vuelve más hostil, la especie se encuentra en declive en otros puntos de la costa cantábrica, lo que convierte su control en un asunto delicado desde el punto de vista ambiental.
Soluciones posibles (y necesarias)
El Ayuntamiento ya ha iniciado algunas acciones, como la retirada de nidos y huevos, siempre respetando los límites legales que impiden la eliminación de adultos. También se estudia intensificar el uso de técnicas de cetrería con aves rapaces como halcones, para ahuyentar a las gaviotas sin dañarlas.
Otras medidas pasan por reforzar la limpieza urbana, sellar adecuadamente los contenedores de basura, instalar mallas o cierres en patios escolares, y, sobre todo, lanzar campañas educativas que alerten a la ciudadanía del peligro de alimentar a estas aves, aunque sea de forma inconsciente.
Si no se actúa con firmeza y planificación, lo que hoy parece una molestia veraniega podría consolidarse como un problema estructural que afecte a la seguridad, la economía y la convivencia en Gijón. Las gaviotas ya no son visitantes: se han instalado. Y han decidido que prefieren nuestro menú al suyo.